i tenemos resultados de las elecciones de este martes, ni sabremos cuándo los tendremos, pero las reacciones de los mercados y de políticos republicanos, daban a entender que Donald Trump pertenece al pasado.

Esta actitud era visible al día siguiente de los comicios, cuando varios estados no habían podido ofrecer todavía resultados fiables, pero las perspectivas eran cada vez peores para Trump: las bolsas, que representan el sentir de los mercados, continuaron con las alzas de los dos días anteriores, mientras que varios políticos republicanos y entidades de orientación conservadora, se felicitaban por la situación en que se halla el país.

Parecía sorprendente semejante alegría entre los beneficiarios de las reformas económicas de Trump, pero seguramente se debió a que temían algo mucho peor, como un gobierno monocolor demócrata con gran margen para las ideas más progresistas.

En realidad, cuál es esta situación, no lo sabe nadie exactamente y es posible incluso que Trump consiga seguir cuatro años más en la Casa Blanca. Pero parece muy probable que el millonario presidente, quien en las primeras horas de recuento iba por delante, acabe perdiendo por pequeños porcentajes ante su rival Joe Biden, algo que normalmente habría de producir inquietud en los círculos económicos por la disposición declarada del candidato demócrata a subir los impuestos e imponer medidas duras para la protección ambiental.

Y es que la reacción favorable ante lo que parece ser la situación no se debe a las perspectivas presidenciales de Biden, sino a la alta probabilidad de que el gobierno que ha de entrar en funciones en enero esté dividido entre ambos partidos: los demócratas mantendrán su control de la Cámara de Representantes, aunque habrán perdido escaños, mientras que los republicanos conseguirán probablemente dominar el Senado, aunque también con algunas pérdidas.

Este gobierno dividido, que limita el poder del partido presidencial, es algo que a los norteamericanos les gusta en general, aunque en momentos de gran entusiasmo les han dado a presidentes como Bill Clinton, Barak Obama o George W Bush la mayoría en las dos cámaras del Congreso. Pero semejante copo de poder no ha sido duradero y generalmente, ya al cabo de dos años, arrepentidos de dar tanta armonía en los centros de poder, mandan a la oposición a una -o ambas- Cámaras del Congreso.

Naturalmente, la situación no puede ser del agrado de Trump quien, fiel a su personalidad y su fama de no doblegarse, ha anunciado ya que pondrá a trabajar el equipo jurídico contratado para enfrentarse a disputas postelectorales.

Para empezar, el aún presidente ha anunciado que pedirá un recuento de los votos del estado Wisconsin, donde en las primeras horas Trump parecía el ganador. Sus simpatizantes también dudan de los resultados de Arizona, tradicionalmente un feudo republicano, pero donde Trump se ganó a pulso las antipatías de sus habitantes con repetidos ataques a su popular senador y héroe de guerra John McCain, hasta conseguir que favorezcan al candidato demócrata.

Pero si él se aferra a su Despacho Oval, parece que los norteamericanos están listos a desprenderse de él: si los demócratas celebran librarse de un personaje al que detestan, los republicanos le agradecen los servicios prestados y, según la costumbre del país, seguirán adelante adelante sin mirar atrás.