En la concentración de apoyo a los inmigrantes desalojados en Badalona, se cantó esto a los vecinos hartísimos, que ahora estarán muy contentos: “¡Qué feo debe ser, ser un fachapobre y querer tener poder!”. El lema ha hecho fortuna en las redes. Total, para qué preguntarse por las causas del hartazgo, con lo fácil que es echarles un piropo asquerosamente clasista y así zanjar el problema, el ético y el social. Sin duda ese fachapobre exagera el deterioro de su vida cotidiana, porque es guay tener junto a tu casa un edificio, una vieja ikastola Jaso gigantesca, okupado por cuatrocientas personas. Quién no desearía gozar de esa oportunidad de conocer mundo sin salir del barrio.
Es un asunto complejo, cómo no, y por eso urge mostrar las condiciones inhumanas que padece esa multitud y la inhumanidad de la aporofobia, el racismo y la xenofobia. Existen, claro que existen. Eso sí, por si acaso obviemos las consecuencias diarias que esa complejidad acarrea al prójimo, ese fachapobre inhabilitado para comprender un fenómeno arcano sólo al alcance de los druidas. Y exijámosle cordura, paciencia y empatía, ya que al parecer no le da para esperar soluciones estructurales, de calado, así las llaman los entendidos.
Que se aguante, pues, hasta que una élite inteligente y bondadosa, preparada y reflexiva, y que casualmente no suele tener junto a su casa un edificio okupado por cuatrocientas personas, las encuentre. Para suerte, la del extremeño común, que merece ración doble: fachapobre y paleto. Habrá que civilizarlo en navidad, vamos, evangelizarlo en el solsticio de invierno. Poco nos pasa.