se entiende por resistencia la acción en la que una persona, animal, cosa u organismo resiste o tiene la capacidad de resistirse, es decir, mantenerse firme o en oposición. Traigo el término a colación porque se trata del factor clave para entender el drama shakespeariano en que se ha convertido el brexit. La Unión Europea, desde su equipo negociador, dirigido por Michael Barnier, y sus instituciones -Consejo, Comisión y Parlamento -, han mantenido una posición de firmeza indiscutible en todo el proceso, no moviéndose más allá de sus líneas rojas. Eso ha sido posible al aprovecharse de la debilidad de su oponente, un Reino Unido roto políticamente. En la Cámara de los Comunes se han interpretado esta semana dos actos que dejan bien a las claras la práctica ruptura de los consensos básicos en torno al brexit de la política británica. Y en ellos, Theresa May ha demostrado que su capacidad de aguante es superior a la de todos sus adversarios, como ejemplos insignes y recientes de dicho talante tenemos en la política española en las personas de Mariano Rajoy y Pedro Sánchez.

Batalla política interna Hasta esta semana el brexit se había convertido en el elemento clave de la lucha entre Conservadores y Laboristas y, lo que resulta más kafkiano, de las contiendas de poder dentro de ambos partidos. May perdió la votación del acuerdo por goleada como estaba previsto, pero dejó a su antagonista, Corbyn, ante la obligación de presentar una moción de censura que perdió. De esa forma, la premier terminaba con dos problemas: los tories ya no le cuestionan y los laboristas ya no sueñan con elecciones generales anticipadas. Es decir, ahora todos están ante el verdadero problema de salir de la Unión Europea con o sin acuerdo. Con ello debía ponerse fin al postureo o al pulso multipartito ejercido entre los partidarios del brexit a las bravas, los del brexit blando, los que quieren permanecer y los que quieren que se vuelva a preguntar a los británicos.

Deal o no deal Borrados del horizonte, por lo menos de momento, las opciones de elecciones generales y de un segundo referéndum, ya solo queda por dilucidar si antes del 29 de marzo tendremos un acuerdo refrendado por la Unión Europea y el Parlamento británico. El vértigo que produce la mera imagen de un no acuerdo irá poco a poco ayudando a acercar las posturas políticas en el Reino Unido al pragmatismo. Un no deal, no lo contemplan ni siquiera los responsables de realizar los planes de contingencia a tal efecto. Sería peor para las islas, que afrontar una guerra y provocaría el más absoluto bloqueo de su país. Por tanto, lo que ahora queda por dirimir es el margen que la UE le concede a una renegociación del acuerdo, para que May tenga algo nuevo que llevar a Westminster y cuánto tiempo va a tardar Jeremy Corbyn en aceptar su derrota y sentarse a pactar con May el voto favorable a un acuerdo de salida.

Prórroga para ganar tiempo Dado que el principal problema en estos momentos es el tiempo, podría plantearse por parte de May la solicitud de una prórroga de algunos meses para alcanzar el acuerdo. Tengamos siempre en cuenta, porque a veces con la mirada a corto se está distorsionando la situación, que lo que ahora deberíamos firmar es el acuerdo de divorcio y después vendrá lo sustantivo, que será el Tratado de relación futura de la UE y el Reino Unido. Las elecciones europeas complican esta posibilidad, pues, el nuevo Parlamento Europeo se constituirá a primeros de julio, fecha tope para que se llegue a un acuerdo, teniendo en cuenta que los británicos en principio no van a participar ya en dichos comicios. Un aplazamiento superior a un año lanzaría un mensaje internacional de incertidumbre a la que claramente la UE se opone. Sea como sea, con prórroga o sin ella, la resistencia demostrada por May hasta hoy, sobreviviendo a las dentelladas de sus colegas tories más duros, y al empecinamiento de Corbyn por ser primer ministro a toda costa, nos hacen sospechar que puede salirse con la suya y alcanzar un acuerdo que nos evite a todos el sin sentido del caos.