que la grave crisis interna venezolana derivase en otra confrontación con los EEUU era de esperar. Cada vez que un Gobierno está con el agua al cuello y los recursos en el limbo, intenta sobrevivir creando una crisis exterior más grave que la que le atosiga en el interior. Lo que no era ya tan previsible es que, en esta ocasión, Washington no hubiera preparado una respuesta más eficaz e ingeniosa que el simple apoyo al último líder venezolano que desafíe a Maduro. Una posible explicación a la conducta de Trump en este caso podría ser que el presidente es un hombre de acción y no un pensador. Simplificar problemas de trasfondo económico inmediato se parece mucho a lo que ha estado haciendo -unas veces con éxito y otras sin- como empresario.

Pero la crisis venezolana es un problema social y cultural de muchísimo más calado. Los males de Venezuela no son solo Maduro y su predecesor, Chávez. Este país sudamericano padece una crisis típica del Tercer Mundo: la riqueza fácil de unos recursos naturales abundantes impide un desarrollo equilibrado de su economía y el arraigo de una mentalidad de esfuerzo y superación personal en la población. La espiral crítica es archiconocida: corrupción, caciquismo, caudillismo y una masa ciudadana tanto más inerte cuanto más se le concede la sopa boba.

Como de todas las situaciones críticas, también de esta se sale con una enorme dosis de esfuerzo propio y mucha ayuda ajena.

Los EEUU podrían habérsela prestado; se la deberían haber prestado incluso por egoísmo, para evitarse la vecindad de un enfermo socialmente contagioso. No lo hizo así a tiempo y por muchas causas, desde la miopía política de unos dirigentes habituados a ver y tratar con imperios coloniales, a una indiferencia cegata y otras muchas causas que no se van a analizar ahora. Pero también -y no en último lugar- porque no se puede ayudar a alguien que no quiere ser ayudado, que prefiere ir medrando de mal en peor pero -eso sí- con el menor esfuerzo personal posible.

A un hombre con la mentalidad y la formación de Trump este tipo de problemas no le van. Son situaciones intrincadas y la intervención en una nación agonizante es arriesgada, amén de requerir mucho tiempo y dinero. Como a los desharrapados que encumbraron a Chávez y Maduro, a Trump le tienta mucho más no hacer nada y esperar que la Venezuela chavista se muera de pura incompetencia, quitándole del Continente un mal problema. El que esto pueda encerrar el riesgo de ser un viaje de Málaga a Malagón no le inquieta al presidente estadounidense; la política a largo plazo no forma parte de su ideario.