Semana políticamente intensísima, de una tremenda potencia informativa, cuyo calibre se comprenderá mejor con el paso de los años. En lo que respecta al adelanto electoral deja al menos un interrogante: ¿El veto a los Presupuestos del independentismo catalán fue una demostración de dignidad en una coyuntura excepcional, o un grave error político y estratégico? En dos meses y medio la duda quedará despejada.

Abierta la precampaña, si es que alguna vez se cerró, la derecha va a seguir en su línea de percutir su discurso agresivo, con ánimo de provocar indignación a la par que estruendo. Lo tremendo es que el estrés al que se va a ver sometida la política española no va a cesar ni con una victoria ni con una derrota de la triple derecha. Si alcanzan la mayoría absoluta, Casado y Rivera chamuscarán la agenda desde el minuto uno. Si caen derrotados, de no romperse por el lado de Ciudadanos, el triunvirato hará la vida imposible a Sánchez y sus socios.

Si gana la derecha. Un PP liderado por un neófito con ardores juveniles de derecha vieja. Un Rivera que hace años pretendía emular la imagen de Suárez y se ha quedado en la foto de Colón. Y un Abascal que gracias al impagable empuje de los últimos tiempos ha situado a la extrema derecha en la posibilidad de ser influyente. La neoaznaridad tiene motivos para no perder la esperanza en su vuelco ideológico, por más que tenga el serio riesgo de que Rivera, lanzado a competir por rebasar al PP, termine consiguiéndolo. Si sigue haciendo piña con el PP, su capacidad de crecimiento por el centro quedará definitivamente dañada. Si en un nuevo giro de veleta, se decantase tras meses de bloqueo por aliarse con el PSOE de Sánchez, perdería el voto de su flanco derecho. Esa es la gran paradoja de Ciudadanos. Tiene posibilidades de tocar poder. Pero muchas de tocar techo.

Inestabilidad asegurada. El polo del escarmiento pone en el disparadero a culturas políticas como las que respectivamente representan Pedro Sánchez, Pablo Iglesias o Aitor Esteban. De ahí que un triunfo del triunvirato de derechas, además de una contrarreforma económica y social para los sectores menos favorecidos, trataría de orientar, minar y condicionar la política en la CAV y en Navarra. Además de su estrategia frontal en Catalunya, en una apuesta descarada por políticas de asimilación.

Si gana el PSOE. En caso de victoria de Sánchez, la conformación de un Gobierno no sería sencilla, así que tampoco es descartable volver a un escenario parecido al de hace ahora tres años, de vetos mutuos. Sánchez, especialista como Rajoy en eso de ganar tiempo al tiempo, tendría que enfrentarse de nuevo con los barones de su partido, que un mes más tarde también se someterán al escrutinio público bajo la hipótesis del intercambios de cromos. Para entonces, es muy posible que Felipe González se haya manifestado, pero si Sánchez consigue ser el más votado esta vez dispondrá de mucha más fuerza. Un partido no destrona a un ganador recién salido del horno. Aun así, las preguntas se acumulan. ¿Qué horizonte buscará exactamente Sánchez? ¿Con quién piensa gobernar? ¿Cuál será su idea de un gobierno de mirada amplia? ¿Descarta al 100% una repetición electoral dentro de unos meses, aunque se entrase en fase de bloqueo? ¿Descarta una entente con Ciudadanos u otorga a Podemos la condición de socio preferente?

Sobresaliente puesta en escena. La comparecencia de Sánchez anunciando elecciones estuvo muy bien trabajada. Factoría Iván Redondo. No fue el adelanto de un hombre derrotado, sino todo lo contrario, el primer acto de precampaña de un gobernante. El sello Redondo ha sido clave en el Sánchez presidente. Como lo fue Verónica Fumanal en el Sánchez opositor. “En política se falla siempre. Gana el que comete el último error, y nosotros estamos fallando los últimos”, le dijo Redondo en una ocasión al periodista Manuel Jabois. Casado y Rivera fallaron el domingo en Colón. Carmena y Errejón fallaron en enero.

Juicio. La semana ha sido tremenda, y no por el anuncio de las Generales. Al fin y al cabo, es la tercera convocatoria de este tipo en poco más de tres años. El verdadero seísmo ha tenido su epicentro en el Tribunal Supremo. Con una estampa de nuevo para la historia. A la corta, un reconstituyente para la moral del independentismo. Con una novedad: el liderazgo de Oriol Junqueras, tras quince meses de prisión preventiva, cotiza de nuevo al alza. A la larga, no es descartable que este episodio se convierta en un triste recuerdo para la centralidad de la sociedad española. Por de pronto, los próximos meses no favorecerán la distensión, pero tal vez ayuden a entender que sin una apertura a su realidad plurinacional, el Estado se encuentra ante un callejón sin salida.