La gira europea del presidente chino, Xi Jinping, ha encendido todas las luces de alarma por la firma unilateral de un memorándum de acuerdo para la participación de Italia en la Nueva Ruta de la Seda. Sin contar con la opinión de sus socios europeos, el primer ministro italiano, Guiseppe Conte, se lanzó en brazos del gigante asiático, por el nada inestimable precio de 7.000 millones de euros a corto plazo y hasta 20.000 millones de euros a largo. Un dinero que como contrapartida puede acabar con las principales infraestructuras del país trasalpino, autopistas o puertos, en manos de empresas chinas. La respuesta de la Unión Europea no se hizo esperar y se realizó por boca de los presidentes de Francia, Alemania y de la Comisión Europea. En París, Macron, Merkel y Juncker dejaban claro al mandatario chino que su nuevo aliado italiano no cuenta con el beneplácito de la UE en esta aventura. Europa considera a China competidor y tiene serios reparos a la entrada de sus productos por cuestiones tan graves como el respeto a los derechos humanos, el cambio climático o las barreras proteccionistas que China impone a la entrada de las exportaciones europeas.

La debilidad de Italia Italia es en estos momentos no solo es el Estado miembro de la eurozona que menos crece, sino que técnicamente ha entrado en recesión, al contabilizar un 0,2% negativo su PIB del último trimestre del 2018. A ello hay que añadirle que tiene nada menos que un 132% de deuda sobre su PIB, un récord solo superado en la UE por Grecia. Además, la situación política en nada ayuda a la recuperación económica o la estabilidad financiera. El Gobierno bipolar que dirige Conte, una coalición de la ultraderecha de la Liga y de la ultraizquierda del Movimiento 5 Estrellas, conduce una y otra vez a la toma de decisiones populistas de escaso rigor económico. Y como guinda del pastel, la banca italiana se ha paseado al borde del precipicio del rescate, ante su difícil situación de solvencia. Esta debilidad manifiesta que preocupa a las instituciones de la Unión desde hace años, ha servido de caldo de cultivo para entregarse en brazos de una potencia como China, que si de algo presume es de cash.

Batalla china por el liderazgo mundial Es evidente que China hace tiempo que ha decidido jugar fuerte en el escenario mundial, sea cual sea el teatro de operaciones. Primero extendió su área de influencia en el sudeste asiático, después puso el foco en África y América Latina y ahora, se atreve a introducir su capacidad de influencia en la Unión Europea. Su batalla es por la supremacía económica y comercial en el mundo arrebatándosela a Estados Unidos. Y en ese objetivo, Europa es una pieza necesaria de conquistar. De ahí que hace escasas semanas la UE en un documento de la Comisión Europea, considerara a China “rival sistémico” a China. Asimismo se calificaba a Pekín como “un competidor económico” mientras aconsejaba a los Estados miembros forjar una relación comercial en la que la UE defienda la economía de mercado, el modelo social europeo y los valores fundamentales del espacio de libertad y democracia que hoy es la Unión.

Los temores a la nueva ruta de la seda China viene ofreciéndose a los principales Estados europeos para resolver sus problemas financieros o para realizar grandes inversiones llevadas a cabo en el país asiático por empresas europeas. Con España lo ha hecho a menudo y coincidiendo con la reunión de París firmaba con el propio Macron inversiones para Francia por valor de 40.000 millones de euros. La nueva Ruta de la Seda, “un cinturón y una ruta”, es el concepto creado, aprovechando el símbolo histórico de la antigua Ruta de la Seda, para crear una relación de cooperación económica con los países del cinturón y así construir conjuntamente una comunidad de beneficio común, de destino común y de responsabilidad común. Atraviesa el continente euroasiático; estas rutas vinculan Asia oriental, el sureste y el sur de Asia, Asia central y Australia, el sur de Europa y África oriental. Es, por tanto, la principal herramienta de influencia china en el mundo. Ahora Italia se ha convertido en la cabeza de playa para el gran desembarco chino en la UE. Una deslealtad de impredecibles consecuencias a futuro.