Javier Esparza no tiene ningún problema con la ikurriña. Cuando era alcalde de Aoiz (1999-2007) la tenía en el salón de plenos y el balcón del ayuntamiento. Y ahí lo ven, en la foto, tan tranquilo, anudando el pañuelo al alcalde txiki, o algo así. El problema de Esparza con las banderas es otro: que ya no le queda ninguna por abrazar para ser presidente. Esparza, como líder, encarna bien la corriente más tacticista, funcionarial y veleta de UPN; esa capaz de sacrificar todo, hasta la esencia fundacional foralista del partido con tal de tener más votos y estar más cerca de recuperar el poder, que es lo único que importa. Vox dice que UPN es un partido tibio y acomplejado, y puede que tenga razón. Esparza, alcalde con una plataforma independiente, pasó de tener la ikurriña en el balcón al Gobierno de UPN con CDN; luego estuvo en la segunda línea del organigrama cuando el PSN hizo presidenta a Barcina; y ahora es el beligerante candidato de UPN, PP y Ciudadanos contra el nacionalismo y las ikurriñas, y que en su fuero interno igual es el único fuero que le queda a Esparza sueña con que Pedro Sánchez sea presidente con el apoyo de Rivera, la carambola que le acercaría al Palacio de Navarra. Es la lógica endemoniada de a quien no sólo se le ha caído la bandera por lo menos la ikurriña, sino también los principios. Todo sea por llegar a la presidencia.