Inopinadamente, el único asunto sanitario de la campaña electoral recién terminada ha sido si Amancio Ortega hace bien en donar equipos de radioterapia a los hospitales, y éstos en aceptarlos. Inevitablemente he recordado un día de hace meses cuando la voluntariosa sustituta de Ferreras hacía una entrevista a un político en su programa de La Sexta, y le preguntaba textualmente “¿Qué hay que hacer para que los ricos sean cada vez menos ricos y los pobres cada vez menos pobres?”. La émula se debió quedar contenta con su pueril pregunta, tan supuestamente incisiva como socialmente concienciada. Supongo que una parte mayoritaria de la audiencia asumió acríticamente el planteamiento que en ella estaba implícito. Parece aceptarse que si hay un rico es a costa de que haya muchos pobres. El que tiene algo es porque a alguien se lo ha quitado. En cambio, la realidad demuestra cosa bien distinta. Pensemos en el caso del dueño de Zara, como podría serlo también el de Juan Roig, propietario de Mercadona. Son dos de los españoles que atesoran mayor fortuna. Ambos se han hecho multimillonarios justamente porque han creado muchas decenas de miles de puestos de trabajo, y pagando unos salarios bastante superiores a la media sin comprometer por ello el crecimiento de sus empresas. Mirándolo un poco más allá, demuestran que contribuyen a mejorar el uso de las rentas de sus clientes, a los que ofrecen productos de precio ajustado, impensables en modelos económicos precedentes. Con ellos ha mejorado la libertad del mercado, que se ha hecho más capaz de cubrir necesidades y de forma más eficiente. Ortega ha democratizado la posibilidad de vestir bien por poco dinero, y Roig ha facilitado que millones de familias gasten menos en su obligada manutención. Ambos enseñan que te puedes hacer rico no a costa de empobrecer a otros, sino precisamente por todo lo contrario. Tal vez este razonamiento sea excesivo para aquella periodista tan aguerrida como ignorante.

Lo que resulta evidente es que si en la opinión pública se despachan comúnmente este tipo de tópicos propios del pensamiento débil es porque se ha instalado con impunidad una aceptación social de aquella vieja explicación marxista de la historia relativa a la lucha de clases. La crisis económica que ha sufrido España ha hecho aflorar lo mejor y lo peor de su gente; en algunos casos la capacidad para ser más solidarios y en muchos otros la inquina, la envidia y el odio hacia el que tiene más. Sólo así se explica que se repudie de manera tan banal la posibilidad de que Ortega done equipos a los hospitales, tecnología que con seguridad salvará vidas. Personalmente me parece una falacia eso que siempre se dice de que tenemos el mejor sistema sanitario del mundo, cuando todos los que hemos trabajado en él sabemos que adolece de muchas carencias e incluso es difícil adivinar con el paso de los años áreas claras de mejora. Lo habitual es que si se tiene que cuadrar un presupuesto forzosamente limitado y que no crece lo que debiera, lo primero que se haga sea proteger el gasto corriente a costa de eliminar el gasto en inversión, precisamente el que se necesita para la compra de equipamiento. Encontrar sistemas de radioterapia con más de veinte años de uso es relativamente normal en cualquier hospital español. La donación de Ortega no es una caridad mal entendida, más bien un apoyo justo ahí donde más se necesita.

Otro de los espantajos que se hacen presentes en este asunto es el que parece desechar, más demagogia, la colaboración entre lo público y lo privado en sanidad. Contaba Pablo Iglesias que sus niños salvaron sus vidas gracias a que un hospital público disponía de la incubadora adecuada. Lo que no quiere saber es que esa incubadora la ha desarrollado y fabricado una empresa privada, y sólo gracias a que tal empresa asumió en su momento el riesgo empresarial de montar un negocio -y consecuentemente poder beneficiarse de él- ha sido posible que un hospital la comprara y metiera en ella a esos neonatos. La colaboración entre lo público y lo privado es regla y no excepción, y desde luego lo es especialmente en aquellas áreas de innovación en las que se requiera la inversión previa de mucho capital, algo que nunca hará sector público. Sólo así se pueden poner al servicio de los pacientes productos costosos de desarrollar como los medicamentos o los equipamientos clínicos. Así y sólo así es como progresa la sanidad y puede superar algunas de sus enormes carencias.