Tras un Consejo Europeo fallido y una cumbre extraordinaria de más de veinte horas de reuniones, los jefes de Gobierno europeos alcanzaron un acuerdo para renovar los cargos de las instituciones de la Unión Europea. Los nuevos máximos responsables de las políticas comunes tienen cinco años por delante para tratar de hacer frente a los desafíos internos y externos a los que se enfrenta Europa. Su propia elección ha puesto de manifiesto los viejos problemas que arrastra nuestro proyecto comunitario. Batallas de las familias políticas y guerra territorial de los Estados para ocupar cuotas de poder, han caracterizado unas intensas horas que se han saldado con sorpresas respecto a las personas elegidas, con poca experiencia alguna de ellas en el complejo entramado del juego institucional de Bruselas. El resumen: ganan Macron y los Populares europeos, pierden Merkel y los Socialdemócratas. Son irrelevantes, pese a sus buenos resultados electorales, los Liberales y los Verdes, mientras Italia pierde peso y los países de Visegrado son castigados por díscolos.

Paridad de género La principal novedad de la elección de nuevos cargos europeos radica en la inclusión de dos mujeres al frente de las dos principales instituciones de la UE: la alemana Úrsula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea y la francesa Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo. En ambos casos, se trata de una circunstancia histórica, pues, nunca antes una mujer había presidido los dos centros de decisión más importantes de Europa. Los hombres, por su parte, ocupan la presidencia del Parlamento Europeo, dos años y medio el italiano David-María Sassoli y los otros dos años y medio, el alemán Manfred Weber; y el Alto Representante de Política Exterior, el español José Borrell. Equilibrio, por tanto, de género que a buen seguro se extenderá a las carteras de la futura Comisión Europea que pronto conoceremos.

La batalla de los grupos políticos Otro de los factores determinantes de las decisiones tomadas en la cumbre ha sido la feroz batalla librada por los grupos políticos emanados de las urnas de los comicios europeos del pasado 26 de mayo. La fragmentación de la Eurocámara ha condicionado sobremanera los debates para la elección de candidatos hasta el punto que el giro social-liberal impulsado por Macron y Sánchez se ha visto truncado por una reacción iracunda de los populares que llegaron incluso a rebelarse contra su lideresa, Ängela Merkel. Una Canciller cuestionada no solo por sus correlegionarios políticos, sino también por sus otrora aliados, los Estados del Este, el llamado grupo de Visegrado. Finalmente, los populares se han salido con la suya colocando a Von der Leyen y Lagarde, y media legislatura a Weber, mientras que los socialdemócratas tienen que conformarse media legislatura de Sassoli y el premio menor de Borrell. Los liberales una vez más, se quedan fuera del reparto.

Dominio del eje franco-alemán Que la UE se basa en la fortaleza del eje franco-alemán a nadie debe sorprenderle por historia y porque tras la salida del Reino Unido, los dos países sumarán el 65% del PIB y de la población de la Unión. Es lógico que les corresponda gran parte del control de poder las instituciones europeas. Pero también es cierto que nunca hasta ahora lo habían visibilizado de manera tan ostensible ocupando al alimón las presidencias de la Comisión y del BCE. Macron es quien ha cobrado la pieza principal, ya que arrebata la presidencia del banco a Alemania que hubiera preferido situar a alguien más ortodoxa desde el punto de vista de política monetaria. España se cuela en el top de Estados, quitando a Italia la política exterior, aunque Sánchez, al que los socialdemócratas confiaron la negociación ha fracasado en su intento de hacer a Timmermans presidente de la Comisión. Nos queda el regusto muy amargo de haber traicionado el método de spitzenkandidate y con ello la credibilidad democrática de la elección de cargos y, nos deja al punto del desencanto que tres de los elegidos hayan estado inmersos en escándalos: Borrell, caso Abengoa; Lagarde, caso Tapie; Von der Leyen, plagio de su tesis doctoral. Nuevas caras, viejos problemas.