María Chivite Navascués (Cintruénigo, 1978) ya es presidenta del Gobierno de Navarra. De forma oficial y con todas las consecuencias. “Es un honor, una responsabilidad, un reto”, apuntó ayer en la toma de posesión de la máxima representación institucional de la Comunidad, a la que ha llegado a base de constancia, lealtad y mucho trabajo. Pero también con la dosis de fortuna imprescindible en estos casos.

La nueva presidenta se enroló joven en las filas socialistas. Con apenas 20 años pasó a formar parte de la dirección de las juventudes del partido, que tenía como secretario general a Javier Remírez, hoy vicepresidente y posiblemente portavoz del nuevo Gobierno. Ambos cuentan con una vida política personal y familiar ligada siempre al Partido Socialista, y representan mejor que nadie el relevo generacional de un PSN que regresa a lo más alto del Palacio de Navarra con el apoyo de fuerzas vasquistas y de izquierdas, y con la oposición feroz de una derecha que no va a escatimar recursos en deslegitimar cada paso del nuevo Ejecutivo.

Es el desenlace de un largo trayecto que Chivite ha recorrido sin saltarse ningún escalón. De las Juventudes Socialistas de Navarra (1998) a la ejecutiva regional (2012), para llegar a finales de 2014 a la secretaría general. Entre tanto, ha sido concejala de su localidad natal, Cintruénigo (2003-2007), y de su lugar de residencia, Valle de Egüés (2011-2015). También parlamentaria foral (2007-2011 y 2015-2019) y senadora en Madrid (2011-2015), donde llegó a ser portavoz del PSOE en la Cámara Alta durante el Gobierno de Rajoy.

Primeros pasos

Un comienzo inesperado

Chivite llegó a primera línea de la política de forma inesperada. El secretario general, Carlos Chivite, primo de su padre, la incorporó a la lista del Parlamento en 2007 en detrimento de la dirección de las Juventudes Socialistas, que habían apoyado a Juan José Lizarbe en el congreso anterior. Y empezó como portavoz en Salud porque Elena Torres acabó siendo presidenta del Parlamento en los días previos al agostazo.

Casualidades políticas que con discreción y trabajo permitieron a Chivite progresar dentro del socialismo navarro sin hacerse enemistades, lo que no suele ser fácil en política. Amable y risueña, ha sido elegida por los periodistas senadora revelación (2014) y parlamentaria más accesible (2019). Pero en el PSN siempre han destacado sobre todo su capacidad de trabajo y voluntad para aprender. “Es muy constante, disciplinada y trabajadora”, recuerda alguien que coincidió con la nueva presidenta cuando daba sus primeros pasos en política.

Sin apenas experiencia profesional ajena a la pública, Chivite está emparejada con Miguel Mangado, hijo de quien fue alcalde de Sesma por el PSN durante 16 años, y es madre de Mara y Mateo, de 8 y 4 años, que ayer revoloteaban por el atrio del Parlamento ante la mirada cómplice de la nueva presidenta, a quien es habitual ver en el patio del colegio público El Lago de Mendillorri o en las actividades extraescolares de sus hijos. Una realidad personal que, como a muchas mujeres de su generación, nunca le ha resultado fácil de conciliar con su exigente actividad profesional. “Tengo claro que sin Miguel no hubiera llegado hasta aquí”, admite en privado.

Un largo camino

Trabajo y constancia

Chivite ha desarrollado toda su carrera política en un contexto nada fácil para su partido, lastrado por la crisis económica y las divisiones en Madrid; y por el agostazo de 2007 y el Gobierno de coalición con UPN en 2011 en Navarra. Entre medias Chivite logró escaño en el Senado, lo que le permitió conocer de primera mano la política capitalina. Allí apostó por Eduardo Madina en 2014, derrotado por el primer Pedro Sánchez; y por Patxi López tres años después en las primarias que darían al hoy presidente del Gobierno el liderazgo absoluto del PSOE.

Apuestas fallidas que no le impidieron asumir el mando del PSN en víspera del descalabro electoral de 2015. Siete escaños y la menor cota de representación municipal dejaron al partido tocado, y a Chivite con la difícil misión de sacarlo a flote. Nadie le culpó del resultado, y tuvo manos libres para renovar el partido confiando en que al final la coyuntura política les volvería a sonreír. Porque el PSOE siempre vuelve, solo había que esperarlo.

El “no es no” de Sánchez a Rajoy y el adelanto de las generales en víspera de las autonómicas crearon un contexto ideal para el PSN, que tras los comicios del 26 de mayo se vio con 11 escaños y una oportunidad histórica para recuperar el liderazgo del Gobierno de Navarra. Y con la determinación suficiente como para vencer las reticencias internas de quienes, como la UGT, siguen sin ver con buenos ojos este gobierno.

Posiblemente, nada hubiera sido posible sin el apoyo incondicional de Santos Cerdán. Tutor político y pieza clave que ha hecho posible que la joven dirigente cirbonera haya triunfado allí donde antes fracasaron Lizarbe, Fernando Puras o Roberto Jiménez. Curiosidades de la vida, el destino ha querido que sea Chivite, heredera del PSN más ribero y menos vasquista, quien haya hecho realidad una coalición transversal con el vasquismo que siempre ha dado vértigo a una parte importante del socialismo navarro.

Es difícil adivinar el recorrido que le queda a partir de ahora al nuevo Gobierno, cuyo destino dependerá en buena medida de la destreza de la nueva presidenta para mantener el rumbo y la cohesión de su Gabinete. No lo tendrá fácil. Pero si lo consigue, tal vez el Gobierno que nace hoy no sea solo una experiencia puntual, como sueña la vieja oligarquía navarra, sino una alianza estructural que marcará el rumbo de Navarra durante muchos años. Es el gran reto de María Chivite.