solo, a pecho descubierto, pero retador y con dos cartas en la mano. Así encara Pedro Sánchez el más difícil todavía ante una hipotética investidura que tampoco le interesa demasiado, porque lo suyo es ir directamente a la repetición de elecciones. Como referencia más exacta, la fotografía del patético debate sobre el Open Arms donde nadie hizo esfuerzos, desde luego, para evitar lo irremediable de esta irresponsable situación. Fue el retrato de un encontronazo sin corazas entre Carmen Calvo y la mensajera de Unidas Podemos que rebajó a mera filfa el manido discurso de que es posible el entendimiento desde la izquierda para gobernar España. El odio es mutuo y la desconfianza, eterna. Y así, hasta la disolución de las Cortes que se antoja cada vez más posible. Hasta entonces quedan por el camino durante los primeros días de septiembre infinidad de ineficaces gestos para la galería. Destallarán entre titulares y tertulias esas 300 medidas del PSOE sin sorpresa alguna, las diarias entrevistas de doble sentido, los mensajes entrecruzados y la consiguiente cascada de tuits desde los batallones de internautas entrenados a conciencia para enconar al límite un ambiente irrespirable. En paralelo, el PP aprovechará la ocasión para recobrar sus pulsaciones como hizo Álvarez de Toledo con la herencia socialista, consciente de que la sensación de ambiente electoral creada por el desencuentro de la izquierda alienta sus expectativas de mejora, sobre todo tras la ilusionante conquista de Madrid. Además, en esta progresiva rehabilitación cuenta con la inestimable ayuda de la incomparecencia por incapacidad de Albert Rivera y la troupe de Ciudadanos. Queda al margen la desafortunada incontinencia verbal de Ignacio Aguado al aludir despectivamente a “pajines y aídos”.

En un verano tan atribulado, Sánchez ve engordar su autoestima cuando siente cómo Pablo Iglesias se desespera cada día que pasa. Por eso le hiere y le relega sin piedad cada vez que quiere y con un desprecio provocador, abortando toda posibilidad de un gobierno de coalición. Ahí es donde más le duele a un líder de la coalición, preso de su ansiedad pero también de una estrategia de máximos esgrimida equivocadamente desde la desconsideración del contrario. Basta recordar que la angustiosa apelación de Unidas Podemos para que los socialistas rescataran ahora la oferta de julio sonó tan demasiado humillante como el hosco ninguneo de la respuesta. Supone simplemente el alto precio por haberse jugado el pellejo a una sola carta y, encima, sin tener la baraja en la mano.

En este doloroso viacrucis político al entramado cada vez más revuelto e indeciso de Podemos, IU y las confluencias les queda todavía la prueba de fuego definitiva, más allá del espectáculo dantesco de La Rioja. Ocurrirá cuando Sánchez les presente, por supuesto al borde del tiempo límite para ir a otra investidura, cuál es su catálogo para armar ideológicamente la acción de un gobierno de izquierdas, eso sí en solitario. Ahí tiene el presidente en funciones la primera carta de triunfo para ponerles en un serio aprieto. ¿Cómo negarse a la voluntad expresada por una sociedad civil para hacer frente a la derecha? Pablo Iglesias sabe mejor que nadie el riesgo que entraña la respuesta. En cualquier caso, siempre saldrá ganando el PSOE. En un escenario de rechazo a esta propuesta Unidas Podemos vería comprometidas sus esencias ideológicas -incluso, con riesgo de crisis entre sus compañeros de viaje-, y, de paso, abriría de par en par la puerta electoral con el riesgo de volverse a despeñar. A su vez, el apoyo entronizaría a Sánchez como presidente y líder, desnudaría a Iglesias como pésimo negociador y zanjaría para varios años el debate sobre la supremacía dentro de la izquierda. Tampoco el candidato socialista tiene prisa. Iván Redondo le ha asegurado que en noviembre puede dar el hachazo definitivo a quien tanto odia.

Mientras, el ciudadano alimenta su perplejidad. Se suceden los muertos por listeriosis sin el más elemental debate sanitario ni siquiera político en las instituciones; la amenaza de un brexit desafiante aterroriza a demasiados sectores productivos; las autonomías claman en el desierto por una financiación que bloquea su estado de bienestar. Solo la migración se ha hecho un interesado hueco partidista en ese Congreso reducido lamentablemente a acoger un carrusel de ruedas de prensa sin mensaje mientras los escaños esperan a sus señorías en ésta o en la próxima legislatura.