Berlusconi se alzó como primer ministro de Italia en 1994 con un partido, Forza Italia, que apenas pasó del 21% de los votos, pero que tuvo la habilidad de pactar con otros especímenes políticos de aquella época tales que la Liga Norte (que entonces defendía la independencia de lo que denominaban Padania) o la Alianza Nacional (heredera del populista Movimiento Social Italiano). Como resultado, el consejo de ministros italiano tuvo que ampliar sus sillas y crecer tanto como permitiera saciar las ambiciones de todos los coaligados. En aquel país siempre han practicado la prodigalidad con su clase política: los diputados tienen los mayores sueldos de Europa y el parlamento ocupa casi un barrio entero en Roma, incluyendo edificios para el alojamiento de las señorías. Aún en ese panorama, a Berlusconi se le creó un problema con su elefantiásico gabinete. No era tanto investir a los ministros y darles una cartera, sino llenarla del presupuesto que demandaban. Al final, se le ocurrió una solución: todos vivirían en un concurso permanente y el presupuesto se asignaría a quienes presentaran los mejores proyectos, pero compitiendo entre ellos por alcanzar las partidas. Instauró un método similar al que se emplea en los concursos de misses que emitían sus cadenas de televisión: lo más resultón recibía el beneplácito del jurado y se quedaba con las liras.

Recordar este antecedente sirve para valorar hasta qué punto conviene a Navarra ese mastodonte que hoy tenemos por ejecutivo foral. Lo de menos es el millón y medio de euros que dice el portavoz que costará según la contabilidad. Lo verdaderamente problemático va a ser el gasto político que inducirá, la pasta que habrá de aflojarse para llenar de contenido unas carteras que objetivamente no sirven para nada, y la ineficiente reasignación de prioridades que impondrá. Navarra es una comunidad, dentro de la actual composición autonómica del Estado, que no ha necesitado inventar una bandera, erigir una administración o buscar sedes representativas para sus gobiernos. Los derechos forales se pueden ver mucho más allá de los textos legales. Dentro de esa tradición que articula nuestra manera de entender el autogobierno existe también un modelo de funcionamiento político, antes perceptible en la Diputación y hoy en el Gobierno de Navarra, que cristalizaba en la manera de organizar los departamentos gubernamentales. Siempre se han tomado como esenciales las capacidades de actuación en sanidad (lo primero), educación (con su hijuela de cultura) y servicios sociales. Junto a ello, había dos áreas, hacienda y presidencia, encargadas de dar soporte económico y organizativo a lo anterior. Luego, un sitio en el que gestionar las pródigas subvenciones que se distribuyen en el ámbito de la administración local, y un poco de vivienda y medio ambiente. Para cerrar, los departamentos de industria y agricultura que en el fondo se ocupan de lo mismo, mejorar las condiciones productivas de la Comunidad. Con eso basta y sobra, y es un esquema que en su esencia han respetado gobiernos de diverso colorido.

Hoy hemos sucumbido a la vulgaridad. Lo que tenemos es la demostración de lo poco que importa a los partidos que componen el Gobierno no sólo la parte del presupuesto que ellos se lleven en detrimento de lo que devuelven a través de servicios públicos al contribuyente, sino el respeto a una manera de hacer las cosas que antaño nos caracterizaba y enorgullecía. Comparaciones son odiosas, pero Barkos, aún nombrada por un cuatripartito, tuvo el acierto de mantener bien definido el perímetro de su ejecutivo y no aceptar las exigencias de Bildu para construirlo partidariamente (falta a la verdad Chivite cuando dice que hubo consejeros de ese partido). Hoy nos tenemos que aguantar la broma de ver a uno de Podemos colocando a su recua en un departamento, Políticas Migratorias y Justicia, en el que para lo primero no hay competencias y lo segundo consiste en comprar los ordenadores de la Audiencia. O que nos regalen un departamento ocupado del paisaje distinto al de medio ambiente; u otro de cohesión territorial, cuando el territorio, salvo terremoto, no se mueve demasiado. Mis respetos y mejores deseos a los titulares de sanidad, educación y servicios sociales: ojalá tanta vaciedad política no detraiga un solo euro para hacer lo verdaderamente importante.