Echemos una mirada a nuestro entorno y preguntemos a la realidad circundante si venimos mejorando consistentemente en el cuidado del medio ambiente. La respuesta es obvia: sí, mucho. Comparemos en lo que alcance la memoria lo que hacemos hoy en relación con el ciclo integral del agua. El problema de la contaminación por usos urbanos e industriales está completamente resuelto, todo se depura con técnicas muy avanzadas. En materia de basuras, se recicla todo lo reciclable, está bien asentada la costumbre de separar los restos en origen, los contenedores que empleamos son cada día más variopintos, y ya apenas quedan basureros ilegales que clausurar. Se ha invertido una fortuna en recuperación específica de zonas con tierras contaminadas, y la normativa es estricta en relación con todo tipo de conductas dañinas, incluso mediante figuras penales. Cualquier dispositivo térmico -una caldera, un motor de vehículo- es hoy infinitamente menos contaminante de lo que era hace una década, y las energías renovables son de uso común. Los sistemas de gestión y financiación de la reducción de daños ambientales forman parte esencial de las políticas públicas de todas las administraciones, desde las locales a la europeas. Nuestro entorno está mucho más limpio y menos perjudicado que en cualquier época de la historia. Y lo que se hace en esta materia en Navarra o el País Vasco no es una excepción, sino un desarrollo congruente con el que se observa en todos los países de la Unión Europea, Estados Unidos o Canadá. A pesar de estas certezas, que cualquiera puede evidenciar en su propia casa y en su entorno más cercano, nos están metiendo en la cabeza que vivimos una emergencia climática. Nos llaman imbéciles y nos parece bien.

Exhibir hechos frente al engrudo de tertulianos y creadores de opinión que nos asedia cotidianamente no siempre resulta fácil. Mucho menos en esta materia. Todos los opinadores oficiales dan por supuesto que estamos experimentando un cambio climático, y quien lo refute será llamado negacionista. Pues no, no hay ningún cambio climático en la tierra. Los loritos modernetes confunden calentamiento de la tierra con cambio climático. Sí existe un cierto calentamiento, por lo menos en el análisis de la escasa serie de datos que disponemos sobre la temperatura ambiental. El planeta siempre ha experimentado ciclos sucesivos de calentamiento y enfriamiento, como se comprueba mediante catas en los hielos polares. Esos ciclos, cuyo aparente efecto actual es el alargamiento del verano meridional, han dependido siempre de la actividad solar, que es el origen directo o indirecto de toda la cantidad de calor que hay en nuestro planeta. De manera que lo que se experimenta ahora es algo que en mayor o menor medida ha ocurrido muchas otras veces, y desde luego no es nada que tenga que ver con una acción perniciosa de los humanos en contra de nuestro planeta o un futuro cataclismo. Hay cierto calentamiento, como lo hubo en otras épocas, pero no hay cambio del clima. No, no hay cambio climático; no, el clima no está cambiado; no, no estamos ante una emergencia climática. El clima sigue siendo el mismo, con idéntica sucesión de estaciones cálidas, templadas, frescas y frías, secas y húmedas. Todo sigue siendo igual en cualquier zona de la tierra que siempre lo fue.

No estamos sólo ante un problema de preponderancia del pensamiento convencional -una sandez repetida hasta el infinito que se asume como verdad-, sino ante un problema de fondo político. Lo primero ha consistido en anular el pensamiento crítico y expurgar disidencias para hacer creer a la gente que estamos peor que nunca, cuando en realidad estamos mejor que nunca. Conseguida la acriticidad y el adoctrinamiento, se impone el sometimiento súbdito. Todos al servicio de una idea totalitaria que se arroga toda explicación sobre nuestra interacción con el medio ambiente y nos hace sentir culpables para orientar nuestras decisiones políticas y económicas. Algo muy pijiprogre ha unido esta semana a la estrella del periodismo patrio Ana Pastor y al conocido delincuente Urdangarín. Ese lema para papanatas de que “el planeta no tiene un plan B” que ilustra tanto el programa especial de la primera como la bolsita de aseo que el segundo exhibió en una de esas salidas de la cárcel con la que un dadivoso juez le ha privilegiado.