Lo sucedido con la sentencia definitiva contra los jóvenes de Altsasu, el despropósito de unas condenas tan graves por el resultado de una reyerta, pone de manifiesto dos realidades incompatibles con una democracia asentada. En primer lugar, se comprueba cómo puede fabricarse un relato intencionado, una descripción tramposa y espurrea de hechos no vividos, de manera que deriven en una realidad ficticia que sirva a los propios intereses de quienes la elaboraron. Otra conclusión, una vez asentada esa ficción en la opinión pública y dada por buena entre quienes comparten unos mismos intereses, es altamente improbable que la justicia pueda eludir el sometimiento a ese relato tan profusamente difundido. Añádase a estas dos consideraciones una evidente desproporción de poder entre quienes intentaron describir los hechos tal como sucedieron y quienes decidieron utilizarlos ya deformados y exagerados para su provecho político.

Va a hacer tres años que en horas de madrugada y en plenas fiestas locales, un grupo de jóvenes se topó en una taberna de Altsasu con dos guardias civiles de paisano con sus parejas. Demos por sentada la animosidad con que esos jóvenes altsasuarras sintieran hacia los agentes, admitamos un estado de euforia producto de la fiesta y de la hora y supongamos que llegasen a las manos contra los dos agentes en clara minoría. Si así fue, y así lo reconocieron, la conducta de los agresores fue del todo reprobable y merecedora de sanción.

Lo que resultó de aquella reyerta a partir de su difusión por los grandes medios fue todo un despropósito. Inmediatamente se puso en marcha la máquina de la utilidad política de la bronca, con todos sus ingredientes: Altsasu, Sakana, Ospa Hemendik!, policías agredidos, ETA al fondo? La Guardia Civil, la Fiscalía, la derecha política y, sobre todo, los medios de comunicación, elevaron la trifulca al rango de atentado y convirtió en terroristas a una cuadrilla en fiestas con ganas de bronca. Es escandalosa la manipulación informativa ejercida por buena parte de algunos medios de comunicación, su sumisión a los poderes políticos y económicos. Algún día habrá que pedirles responsabilidades por ello.

A cuenta de ese maldito relato, ocho jóvenes y sus familias llevan tres años de calvario, un pueblo entero, un pueblo normal y laborioso, ha sido convertido en Puerto Hurraco ante la opinión generalizada de quienes siempre dan por buena la versión de los que mandan, sean policías, políticos, fiscales, jueces, periodistas y tertulianos.

Y aquí entramos en el otro avasallamiento, el del disparate judicial que se ha cebado contra esos jóvenes a cuenta del falso relato. La descabellada acusación de terrorismo que arrebató el caso a la justicia ordinaria, la increíble incoherencia de la Audiencia Nacional que, en lugar de devolver el sumario a la justicia navarra tras constatar que no se trataba de terrorismo, sentenció condenas de suma gravedad como si en realidad lo fuera. Por último, en un espectacular alarde de funambulismo jurídico, el Tribunal Supremo ratificó que la conducta de los jóvenes merecía un castigo ejemplar aunque amortiguado con unas rebajas de saldo.

Es evidente que la alta magistratura española no está capacitada para ejercer con independencia cuando está en juego remar contra corriente de la mayoritariamente publicada, que suele coincidir con la versión del poder político y mediático. La reyerta de Altsasu, a ojos de esa opinión, fue un ataque intolerable contra la Guardia Civil, o sea, contra España, perpetrado por proetarras impulsados por el odio y la violencia independentista. A ver qué magistrado elevado a tan alto tribunal por quien fue elevado, tiene redaños para dejar las cosas en su sitio y reconocer que una paliza de bar jamás debería haber merecido semejantes condenas y que esos jóvenes ya habían pagado con la cárcel mucho más de lo que merecieron.

Echada la bola a rodar, como decía una de las jóvenes acusadas, lo ocurrido en la noche del 15 de octubre de 2016 se convirtió en un ataque filo terrorista contra la gloriosa Benemérita. Y la justicia lo ha tratado como dijeron que fue quienes sin vivirlo decidieron sacar provecho político. Hagámonos una idea de lo que va a ocurrir cuando se haga pública dentro de nada la sentencia del procés, que dictarán las mismas togas, las mismas puñetas y las mismas servidumbres.