fue criticar al Rey por su discurso del 3-0 sobre Catalunya y la derecha descerrajó la caja de los truenos. Fue mentar a Arnaldo Otegi y la derecha bramó en sus escaños. Fue pedir el fin de la dispersión -silencio del presidente en la respuesta- y empezó la algarabía. Gritos, pataleos, insultos, palmas, dedos acusadores, miradas desafiantes: un denigrante espectáculo que solo augura tiempos borrascosos. Toda una preocupante catarata de golpes bajos a los usos parlamentarios que dejaban abierta la espita del estupor, posiblemente hasta lo que dure esta legislatura plagada de incógnitas. Las interminables muestras de indignación contra un discurso nada beligerante de la portavoz abertzale Mertxe Aizpurua -"infame y nauseabundo", sin embargo, para Pablo Casado- exasperaron a una presidenta del Congreso que reaccionó contundente ante la rebelión generada, exigiendo, enérgica, respeto y libertad de expresión, incluidas cualquier alusión a los poderes del Estado. Abascal lo siguió desde los pasillos junto al expresidente de la AVT. En el caso de Suárez Illana, paradójicamente hijo de quien firmó la amnistía y legalizó al PCE, prefirió dar la espalda a la oradora durante casi media hora para regocijo de los fotógrafos.

En su estreno como grupo en una investidura, EH Bildu pisó el acelerador de entrada al advertir de que "no habrá gobiernos de progreso si no se cuenta con las izquierdas soberanistas". La bravata calentó el ambiente. Ocurre que los unionistas sienten como una daga en su espalda cuando detectan el más mínimo gesto de sometimiento de Sánchez ante las exigencias del soberanismo. Por eso, cuando el candidato agradece la abstención de ERC y de EH Bildu, desde la oposición se soliviantan. De inmediato le exigen que se acuerde de las víctimas de ETA, que apremie la inhabilitación de Torra, que se acuerde de los socialistas asesinados, o en el caso del portavoz de UPN, que no permita al PNV pedir la transferencia de Tráfico para Navarra aunque hace años lo hiciera el propio PP. Incluso, tampoco renuncian al transfuguismo como pretende Inés Arrimadas en el último intento desesperado por abortar la elección de Sánchez, consciente de la igualdad de fuerzas entre los dos bandos. En el empeño cuenta con voluntaristas mediáticos, convencidos de que aún es posible un tamayazo, en funesta alusión a aquella asonada empresarial que políticamente aupó al PP de Esperanza Aguirre. El PSOE tiene grabado a fuego aquella afrenta y por eso es comprensible que Rafael Simancas, entonces destronado, haya ordenado a todo su grupo parlamentario que mañana duerman en Madrid.

De esta forma tan inquietante para la estabilidad quedaba oficialmente partido en dos un Congreso, que el martes elegirá presidente por la mínima a Pedro Sánchez tras el primer intento fallido de ayer, como estaba previsto. El próximo martes seguirá la visceralidad y el mal rollo, pero acabará el largo período de provisionalidad. Aquellas dos 'españas guerracivilistas' han acabado convertidas, en feliz radiografía de un presidente prisionero de su hemeroteca, en una coalición del progreso y otra de la apocalipsis.

Adriana Lastra lo corroboró con un alegato despiadado contra sus rivales, y que contrapuso, en una deferencia significativa, a la generosidad de Gabriel Rufián. La auténtica mano derecha del líder socialista en las negociaciones para su investidura guardó sus dardos más hirientes para Pablo Casado, sin sentirse intimidada por los constantes improperios que le lanzaban . "La derecha siempre llega tarde a la democracia", le espetó rápidamente al presidente del PP para afearle que haya regresado al la casilla inicial del aznarismo más belicoso, sin duda intimidado por la presión que le provoca el discurso patriótico de Vox en medio del conflicto catalán.

Tras escucharla, Sánchez compareció más animado en la tribuna para aprovechar su último turno. Desglosó en él todo un catálogo de esperanzas -empleo, jóvenes, cambio climático, o mucho diálogo- que va a hacer posible su futuro gobierno, como si pretendiera sacudirse del mal fario que le siguen augurando demasiados sectores influyentes. Quizá por eso quiso olvidarse de los influjos de la derecha y pidió "dejarles solos con el rencor". Pero el impacto de la algarada había sido de tal magnitud que muchos seguían sin reponerse del sofoco al pisar la calle.