Año de elecciones en el País Vasco, Cataluña y Galicia, probablemente por ese orden y separadas entre sí por unos pocos meses. Ninguno de los que tienen potestad para convocarlas -Urkullu, Puigdemont y Feijoo- quieren que coincida la propia con las ajenas, y es seguro que algún mecanismo tácito o explícito emplearán para repartirse los meses. Las primeras podrían ser las de la CAV, vencido como está el mandato de la legislatura después de la aprobación de los últimos presupuestos vascos. Tras ellas llegarán las catalanas, una vez considere el actual inquilino del Palau y quien desde Waterloo le manda que la erosión de ERC por apoyar a Sánchez sea la suficiente como para evitar que los de Junqueras las ganen. Y finalmente, con el orballo del otoño votarán los gallegos, que siempre han intentado ver la vida con menos urgencias.

En todos esos escenarios tendrán que decidir el PP y Ciudadanos si presentan algún tipo de acuerdo pre-electoral, al estilo del que en Navarra se hizo y se reiteró, para las generales y las forales, bajo la marca de Navarra Suma. Desde hace tiempo el PP viene hablando de la posibilidad de extender la estrategia navarra a otros comicios, y ahora es Inés Arrimadas quien ha soltado la liebre. De manera que con toda seguridad se consorciarán intereses; ya veremos mediante qué fórmula, en qué plazos y con qué especificidades para cada comunidad. Que el PP y Cs son partidos que se han empeñado en marcar diferencias políticas siempre que han podido no es discutible, como tampoco lo es que cuando han tenido la oportunidad de conformar gobiernos de coalición lo han hecho, caso de Andalucía, Madrid, Castilla y León y Murcia. Los de Casado tienen bastante tajo intentando que regrese a sus predios tanto electorado asqueado de lo que fue el desempeño de Rajoy y sus abogadas del Estado, incapaces como fueron de ofrecer un proyecto político digno de tal nombre, o siquiera poner un poco de coraje para enfrentar algunos jaleos, igual da lo de Bárcenas (que Cospedal quiso resolver echando mano del cloaquero Villarejo) que lo de Puigdemont (que Soraya quiso resolver echando mano de los socios del Círculo Ecuestre de Barcelona). En el otro lado, Cs creyó que lo suyo tenía que ser el postureo de un liberalismo progre, el que acude al Orgullo, defiende la aberrante maternidad subrogada y hace asquitos a Vox. Salvadas las disparidades -que siempre aparecen en política cuando lo que importa es diferenciarse del adversario y captar la atención del elector-, lo cierto es que no hay tantas disparidades entre unos y otros, y que incluso los respectivos cuadros dirigentes actuales se encuentran más libres de los atavismos que tuvieron sus antecesores.

De esa unión táctica que está por venir la incógnita fundamental no es tanto la fórmula que haya de adoptar, sino la propuesta que quiera representar. Aquí es donde cabe preguntarse si lo de Na+ es un modelo de algo. Curiosamente, en algunos medios madrileños se dice que ha sido "una fórmula de éxito", cuando ni ha permitido gobernar ni ha servido para que el elector identifique una propuesta política nueva y atrayente. En un análisis objetivo encontramos que Esparza sigue en la oposición, que el porcentaje y número de votos de la fórmula no ha sido el máximo histórico del espectro, y que ya se han dado disparidades de voto entre los socios, como pasó en el Parlamento foral con el asunto de las competencias de tráfico o pasará cualquier tarde en el Senado, donde los tres representantes de la coalición operan en tres grupos parlamentarios diferentes. Más aún, lo que nadie parece haber analizado con honradez intelectual es que si algo caracteriza al engrudo de Na+ es el escepticismo del elector, a quien no se le dijo nunca qué estaba eligiendo. Yo mismo hubiera podido votar a alguna de sus partes, haciendo un esfuerzo, pero nunca al conjunto, en el que se integra alguna formación a la que considero deplorable. En el mejor de los casos, quien no esté condicionado por experiencias personales no sabrá jamás cómo se va a administrar su voto en los asuntos cotidianos, más allá de esos referentes maximalistas (la defensa de la Constitución y la unidad de España) que se toman como la justificación de la unión entre las partes. Para coronar el pastel, dicen en Cs que pretenden abrir la plataforma a la "sociedad civil" e integrar en ella a exmilitantes socialistas "sensatos". No asamos y ya pringamos.