sta próxima semana nos jugamos decenas de miles de millones de euros de los programas de recuperación europeos, cuyas bases se decidirán en el Consejo de la Unión del viernes. Que es lo mismo que decir que arriesgamos en el envite cientos de miles de puestos de trabajo, la pervivencia de muchísimas empresas o el pago de una buena parte de las pensiones presentes y futuras. Como toda posición negociadora, España habla de la solidaridad con el sur, de que estamos en un mismo club, o que el proyecto europeo nos une. En términos mucho más objetivos, venimos de unos años, y especialmente el último, en los que se ha descuidado la solvencia de las cuentas públicas y a día de hoy el Gobierno sigue queriendo cerrar los ojos a la tozuda realidad de que estamos en un momento dramático. Pero añadamos al cuadro algunas de las noticias que han jalonado la semana, y que esos socios europeos a los que pedimos ayuda bien podrían tomar como significativas del país que les pide apoyo. Se han publicado, por fin, los papeles que recogen la suerte de elusión fiscal que Juan Carlos I, siendo jefe de Estado, firmó en Zarzuela para ocultar uno de los pagos de sus hermanos saudíes. Fiscalidad al margen, la coima refleja que el Borbón fue muy listo cuando se arrimó a aquellas monarquías del Golfo Pérsico, en origen poco más que jefes de unas tribus de bereberes, que anhelaban homologación real a cambio de petrodólares. Campechano se les abrazaba y les ungía como si pertenecieran a nobles estirpes milenarias, bienvenidos al club de las auténticas monarquías. A cambio, los pagos en nombre de la fraternidad. Y con eso tenemos que un jefe de Estado de un país europeo, tal que el nuestro, ha vendido dignidad institucional a cambio de fajos de billetes. Otro de nuestros referentes, Pablo Iglesias, está bien enfangado en lo de la tarjeta de memoria del móvil de su asistente Dina. Se la guardó durante meses sabiendo que contenía fotografías íntimas e información personal de tal amiga íntima y subordinada laboral, mientras se denunciaba su sustracción en el juzgado y el propio Iglesias añadía al caso la historia de que todo era un complot de las cloacas. No cabe imaginar un cuadro más descriptivo de ese pez globo -un cantinflas que se mantiene vivo gracias a la intimidación- que es Iglesias: machista, mentiroso, farsante, y sobre todo muy sobradito. Lo que le va a costar un procesamiento por el Supremo no será tanto que usurpara la tarjeta para sus inconfesables placeres solitarios, sino que haya querido chulear a la justicia. Los tribunales no lo van a permitir porque lo contrario sería otorgarle autorización tácita para hacer ya siempre lo que quisiera. Políticamente Iglesias está prácticamente muerto, aunque él crea que su natural desvergüenza le mostrará una salida antes o después de su procesamiento. Un tercer personaje de la semana es el navarro Roberto Ducay, en lo que parece una anécdota pero constituye categoría. El otrora lugarteniente de Goñi en Caja Navarra, todos muy cívicos, regateando a una prostituta el pago de sus servicios, alardeando en un chat de directivos de empresas, y hablando del polvo que acababa de mercar como "trinque". El putero -tal vez habría que calificarlo con más propiedad de trincón- llegó a ser nominado como uno de los 20 navarros más influyentes, lo que significa mucho sobre la ralea de fantasmones que llegaron a enseñorearse de Navarra. Lo que pocos se están preguntando es qué hacía Ducay en la empresa pública Correos, directamente nombrado por el PSOE de Sánchez. La historia de cómo toda esta banda cívica ha mantenido y mantiene lazos de diverso tipo con el socialismo patrio no es nueva. Lo de menos es que sea en Correos o contratando a doblón asesorías jurídicas. Es el cutre-nepotismo de siempre en los tiempos que se dicen de la transparencia y la igualdad.

Así que el panorama no parece muy propicio para que nos tomen tan en serio como nos gustaría. Todavía el Gobierno no ha sido capaz de esbozar el plan de recuperación que el país necesita, sus querencias políticas eluden reconocer la gravedad de la situación y los inevitables sacrificios que habrán de hacerse, y los personajes que se asoman a la actualidad cotidiana, como los arriba mencionados, apenas merecerían sitio en una escombrera. Tenemos ante nosotros no solo la disyuntiva de si salimos de esta o no, sino probablemente la última oportunidad para regenerar toda la estructura del poder político. Y la vamos a dejar pasar.