escalabro del PP vasco. Catástrofe en su histórico feudo alavés. Petardazo estrepitoso del experimento unionista con Ciudadanos. Debacle en el aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco. Fiasco de la improvisada candidatura del ‘mayororejista’ Carlos Iturgaiz. Y rejón de castigo con la entrada de Vox en el Parlamento. Pablo Casado se ha estrellado con su insolvente estrategia. Cegado por su venganza sobre el sorayista Alfonso Alonso y alentado por ese reducto de ineptos asesores que capitanea con altivez Teodoro García Egea, el líder popular arrastra a su partido a la insignificancia política. La camada aznarista de Génova se atraganta con la realidad identitaria en España, como le ocurrirá en las autonómicas de otoño en Catalunya. Pero esta dirección de la algarabía y el frentismo como ideario sigue mirando hacia otro lado para aprender del varapalo. Después de la hiriente pérdida de casi la mitad de escaños, viendo incluso cómo la ultraderecha disfruta de una feliz noche a su costa, el único desasosiego de sus dirigentes al valorar los resultados se reduce a preocuparse por la abstención.

Solo el recurso al verbo resilente de Iturgaiz en aquellos sanguinarios años del plomo como parapeto de contención al avance de Vox por el propicio flanco alavés pareció justificar mínimamente su peregrino rescate del baúl de los recuerdos. Error, inmenso error. Casado no tiene actualizado el reloj de la realidad vasca y, además, tampoco encuentra la ayuda más certera a su alrededor para situar con acierto al PP en el nuevo escenario de un país sin violencia. Las heridas generadas con tamaña torpeza por unas concesiones desmesuradas a Ciudadanos para ensayar una alianza tan trémula han acabado pasando factura, sobre todo en Álava, donde el desprecio a candidatos con gancho había sido ciertamente temerario.

El diván espera sin demora a Casado. El triunfo de la moderación y la mano tendida de Núñez Feijóo y la derrota del aguerrido discurso de Iturgaiz abofetean su hoja de ruta. Siempre le quedará el triste consuelo de consolarse infantilmente con el bloqueo electoral de los socialistas, sobre todo en Galicia, y el espectacular batacazo de Pablo Iglesias en los dos exámenes de ayer que desnudan sus últimas torpezas y la progresiva debilidad del proyecto Podemos. Pero si ingenuamente se refugia en señalar el mal ajeno, el PP seguirá estando muy lejos de convertirse en una alternativa real de poder estatal. Ciudadanos ya no es un remedio a sus males y Vox, encima, sigue siendo ahora más que nunca su problema.