l asunto del relato, o sea, la descripción objetiva y para la Historia de lo que ha sucedido -según algunos, continúa sucediendo- en Euskadi en relación a la violencia política o al conflicto vasco, es tema recurrente que aparece y desaparece de la opinión publicada a expensas de impulsos políticos. Según esta intermitencia, se echa mano del relato cuando interesa a uno u otro sector político y social para arrogarse la interpretación auténtica conforme a sus planteamientos ideológicos Y así, a pura conveniencia, lo más probable es que el relato sea de parte y, por ello, inexacto.

En este contexto, la novela Patria, de Fernando Aramburu, se ha situado -o la han situado- en el centro del torbellino. Desconozco cuál es la valoración del propio autor sobre la insistente tendencia a designar su novela como el auténtico relato, el bueno, el concluyente, el definitivo; pero no me cabe duda de que poderosas corrientes de opinión se han empeñado en que así sea. El caso es que desde que salió de la imprenta, Patria fue recibida, aclamada casi, como algo más que una novela. Los medios de comunicación más poderosos e influyentes le hicieron una intensa labor de marketing como en pocas ocasiones se ha conocido en relación a una obra literaria, con la particularidad de que los elogios vinieron de líneas editoriales opuestas. Es excepcional en estos tiempos lograr una difusión de 300.000 ejemplares del libro, ser adaptado a medios audiovisuales y lograr el Premio Nacional de Narrativa casi de una tacada. Como sucedió con la aparición de la novela, su proyección audiovisual ha contado con una muy potente campaña de marketing y unos multitudinarios aplausos procedentes de aquellas mismas palmas. En una ciudadanía tan escarmentada como la vasca, viniendo e donde venían algunos elogios a la obra y a su autor, alimentaron recelos previos incluso a su lectura.

Cuando Patria ha pasado de libro a película o a serie televisiva, han sido precisamente los sectores más recelosos de su objetividad los que alertan contra la evidente intención de elevar a la obra de Aramburu a la categoría de Relato con mayúscula, y manifiestan su desacuerdo con el riesgo más que real de que así sea considerado por la mayor parte de los espectadores, sobre todo fuera de Euskal Herria. Los más recelosos, o simplemente quienes no aceptan el relato de parte con tan gran difusión -léase el argumento de Patria-, no se limitan sólo a la crítica literaria ni al desarrollo del guion, ni a su aparente equidistancia, ni a su exceso de tópicos. Van más allá. Quienes ven en esta obra un intento definitivo por elevarla a la categoría de Relato final y decisivo, alertan de una historia de vencedores y vencidos, y que solamente se trata de una glorificación del llamado constitucionalismo y una demonización del independentismo o, por más épica, de la resistencia vasca. Y ese es el relato que, según se temen sus críticos, pretende transmitirse a la sociedad española.

No salimos del viejo conflicto, de las dos miradas opuestas sobre una misma y trágica realidad. Patria no es el Relato, por más que se imponga por la fuerza del marketing y la difusión. Y no lo es, porque el Relato debe ser necesariamente poliédrico y tan libre de intereses políticos como de impulsos pasionales. Mientras los hechos están tan presentes, mientras las vivencias personales sigan en carne viva, no podrán determinarse como definitivos los hechos objetivos sin tener en cuenta los impulsos subjetivos. Deberíamos irnos resignando a reconocer que todavía hay tantos relatos como experiencias vividas, que pasarán varias generaciones hasta que puedan establecerse las bases de la verdad y juzgarse con imparcialidad los hechos y sus motivaciones. Y aun así, siempre con el riesgo de que no sean los vencedores o sus descendientes quienes que firmen el relato.