"Hasta aquí hemos llegado". Sobre tan contundente determinación Pablo Casado colocó ayer, en un giro político que eclipsó el devenir de la moción de censura, el mojón de la diferencia ideológica y estratégica entre su partido, el PP, y Vox. Como si quisiera desprenderse anímicamente de toda la inquina acumulada durante dos años de constantes desprecios por parte de la ultraderecha y sus altavoces mediáticos, el presidente de los populares saltó verbalmente a la yugular de Santiago Abascal con un inusitado desprecio: "No queremos ser como usted".

La derecha consumaba así una sonora ruptura de alcance imprevisible en medio de sus acuerdos en tres autonomías, pero de innegables consecuencias inmediatas. Así, de un certero golpe, tan esperado por el conservadurismo sensato, Casado rompe amarras con el propósito aznarista de una atormentada reunificación derechista, invade el espacio centrista que empezaba a ocupar Ciudadanos y, de paso, refuerza su papel de alter ego a Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno no dudó en pasar a limpio el divorcio de la derecha. Venturoso por el contundente desenlace de una moción de censura que aísla sin contemplaciones al fascismo en el Congreso (298 noes, incluyendo al PP; y sin abstenciones), se apresuró a probar el auténtico calado del volantazo de Casado. Fue cuando le propuso "parar el reloj" para "empezar de cero" a negociar la renovación de 12 de los 20 miembros del Consejo General del Poder Judicial. La invitación no es generosa. Sánchez sabe que su propuesta esconde una expresa rectificación tras el tirón de orejas del comisario de Justicia de la Unión Europea que reclama información del Estado para examinar la propuesta, y el PP, a su vez, está crecido porque se adjudica haber forzado el reproche. En cualquier caso, el mero anuncio causó hilaridad en los diputados de Vox, que lo interpretaron como un premio al PP por dejarles solos. "Que se besen, que se besen", gritaban puestos en pie.

Sin embargo, sería un error imaginarse que este desapego hacia el totalitarismo inviste de un nuevo talante a los populares en su acoso y derribo al Gobierno, que tildan de Frankenstein. La prueba del algodón será su postura ante la renovación del CGPJ. Una exigencia pertinaz de excluir a Podemos dinamitaría todos los puentes y le devolvería a la casilla de la intransigencia por su bloqueo intransigente, que tampoco agradaría a Europa. Todo lo demás reviviría la ansiada esperanza de la Corte de que el bipartidismo vuelve por donde solía.

De momento, las primeras fichas se han movido en una dirección que nadie había pronosticado. Con un discurso hilvanado, intencionado y bien timbrado, Casado levantó por fin el ánimo de su entorno, sobre todo entre la legión de desesperados por la errática línea del PP actual. Su expresivo desmarque de Vox -"ni cobardes, ni furia ni ruido"- desangra la unidad de acción de la derecha, y su acervada descalificación política y personal de Abascal -"usted no está en condiciones de liderar la cuarta economía europea", "mucho ruido y pocas nueces"- envenenará unas relaciones hasta romper los recuerdos de una afiliación y juventud compartidas.

Una escisión que noqueó por su envergadura y envoltorio sorpresa al líder de Vox, auténtico derrotado de esta esperpéntica moción de censura donde la pandemia y sus consecuencias han pasado desapercibidas, y víctima de una estrategia caótica que dejó al descubierto sus carencias oratorias y su inmovilismo ideológico. Resultó patético contemplar a Abascal cómo balbuceaba en dos turnos sus vacuas respuestas tras besar la lona.

Casado resurgió demoledor del escondite para alborozo de quienes le veían aturdido por el enésimo golpe de efecto de la ultraderecha contra el gobierno de izquierdas. Desde las ideas, enarboló una bandera debidamente alejada del "odio y de las descalificaciones" incontables que siguen atronando en las paredes de la Cámara tras escuchar a Garriga, Espinosa de los Monteros y Abascal; marcó el perfil institucional del PP y adecuó un apoyo al rey menos partidista y abierto a la unidad constitucional. Ya en el cuerpo a cuerpo, empitonó a Abascal hasta zaherirle sin contemplaciones. Le acusó de "ser desagradecido" con quien (PP) le facilitó empleo y dinero durante 15 años, le ninguneó como alternativa de gobierno -"usted es una garantía de derrota continua"- y le denigró al considerarle "socio en la sombra de Sánchez". En varias ocasiones, el líder del PP recordó al político vasco su tremendo error de haber puesto en bandeja una oportunidad para mayor gloria del presidente del Gobierno.

El candidato de la moción de censura no dejó de repetir, posiblemente en estado de shock, su "incredulidad" por el giro copernicano de Casado y apenas se le ocurrió aludir irónicamente a la orquesta del Titanic cada vez que contemplaba desesperado la fruición reinante en el alborozado grupo del PP.

Abascal, eso sí, no sacó los pies del tiesto ante tamaña afrenta. Aseguró que Vox mantendrá los "acuerdos políticos" allí donde permite que gobierne el PP. Sin embargo, minutos después de estas palabras, sus diputados del Parlamento andaluz suspendieron las negociaciones para aprobar los Presupuestos regionales, "molestos" por los "insultos" de Casado a su patriarca. Incluso, en Madrid, desde Vox ya han avisado a Isabel Díaz Ayuso de que "no muerda" la mano que le da de comer.

En semejante escenario de conmoción, la clase magistral de historia de pensamiento político de Pablo Iglesias en el turno requerido por el gobierno quedó reducida a una anécdota. El vicepresidente se había asegurado su tiempo de gloria sin imaginarse en las vísperas que el desgarro entre las derechas anularía el impacto de sus puntuales recomendaciones, incluso para acabar con el "excesivo centralismo" del Estado español.

No obstante, tuvo tiempo para elogiar el paso al frente de Casado y su altura intelectual, aunque considera que "llega tarde" porque ya "no queda hueco para la derecha canovista". Las emociones ya estaban gastadas para cuando compareció Adriana Lastra y apenas le quedó margen para responsabilizar a Vox de los ataques violentos a su partido y censurar a Casado por el hostigamiento para debilitar la imagen y la acción del gobierno dentro y fuera del país.