n su libro Ejemplaridad pública, el filósofo Javier Gomá desarrolla de forma brillante la tesis de que hoy día todo poder, incluido el democrático, corre el riesgo de perder su legitimidad si pretende basar solo en la ley toda su fuente de "auctoritas" y de "potestas", es decir, su fuente de competencia inherente al ejercicio del poder. En una sociedad moderna cumplir formalmente la ley ya no es suficiente. El contenido de esta debe ser justa. La arbitrariedad no debe tener cabida bajo la cobertura formal de ley.

Como tristemente estamos comprobando en ciertas reacciones y actitudes poco edificantes, esta dura crisis pandémica, económica y social exacerba la búsqueda de soluciones individuales, del sálvese quien pueda. Con frecuencia, la crisis gripa el motor de nuestra solidaridad y nubla el horizonte futuro, incapaz de ser visionado por encima de las aspiraciones individuales de cada persona. Y en este catártico y duro contexto es preciso elevar el listón de la generosidad vital, social e intelectual que permitan civilizar colectivamente ese futuro de nuestra sociedad. Sin caer en la autocomplacencia, sin dormirnos en los laureles, sin confiar en que la inercia resuelva nuestros serios problemas, debemos poner las luces largas y pensar qué sociedad queremos para futuras generaciones, cómo debemos construir colectivamente nuestro futuro.

¿En qué consiste gobernar bien? ¿En ganar unas elecciones y poner en marcha con mayor o menor improvisación determinadas políticas de manera inercial, confiando en su buen resultado? ¿O se requiere algún añadido? Los planteamientos teóricos y las propuestas programáticas tienen por supuesto su influencia en el fracaso colectivo o generacional, pero cabe preguntarse si se requieren solo nuevas políticas para que mágicamente cambien las cosas, o si hace falta modificar también el modo de diseñar y llevar a la práctica esas políticas.

Vivimos en la sociedad de la irresponsabildad; nadie, ni en la esfera pública ni en la privada, se reconoce responsable de nada. Despreciar el nivel de la gestión, de la eficacia y de la eficiencia es un error político-cultural-estratégico de primer orden. En un contexto tan duro y complejo como el actual es preciso dar prioridad absoluta a los principios y valores que proclamemos como referentes de nuestro modo de entender la gestión de la res publica, los asuntos públicos. De lo contrario, naufragaremos.

El listón de legitimidad en el desempeño de la función pública se ha elevado con la crisis. Para esto debe servir la democracia, para mejorar y tratar de evitar una mala gestión irresponsable. Sorprende que precisamente cuando más difícil resulta gobernar (mundo globalizado, complejo y cambiante), menos atención se preste a "cómo" se ejerce la labor de gobernar.

La misión prioritaria e inaplazable de esta época es hacer que el andamiaje institucional en el que se sustenta y apoya lo público aspire a la excelencia o al menos que funcionen de forma lo suficientemente eficaz y eficiente como para no poner en peligro el Estado de bienestar. Ante esta tarea, las diferencias ideológicas deben quedar en un segundo plano.

La tiránica cultura de lo efímero, del presente, la demonización de la política o la preocupación individual y social, lógica, ante la situación de crisis, son factores que no deben hacernos olvidar la importancia de la divulgación y comunicación de la ciencia, su socialización, es decir, concienciarnos acerca de la importancia de la ciencia en nuestra vida cotidiana, en el desarrollo económico y en el bienestar social. Hay que crear una nueva cultura y concepción en torno a la dimensión social de la ciencia.

Hay que sembrar, asentar y consolidar las bases para lograr una transformación de la percepción social sobre la ciencia, verdadero motor de desarrollo presente y futuro, sin la imperiosa necesidad de satisfacer necesidades electorales perentorias o urgentes.

El escepticismo que todavía provoca en muchos ciudadanos escuchar hablar de aparentes intangibles como "desarrollo de I+D+I", o de "transferencia de conocimiento", o de "calidad" ha de ser superado. No es fácil, pero es tarea de todos.

Hay que consolidar las bases para lograr una transformación de la percepción social sobre la ciencia, el verdadero motor