ndamos discutiendo, como asunto de gran trascendencia social y económica, si se permite operar a la hostelería. No faltan razones a ambas partes, los empresarios que declaran capacidad para desarrollar con responsabilidad su trabajo y la administración que sabe que uno no va a un bar a catar un vino, algo que se puede hacer en casa, sino a relacionarse con otras personas. Y mientras esto nos ocupa como si fuera el mayor determinante de nuestro futuro inmediato, en Italia acaba de elegir a Mario Draghi primer ministro. Ha ocurrido, por cierto, gracias a que allá tienen un presidente de la república con capacidades ejecutivas de mediación, que ha puesto orden en el caos político que se les avecinaba tras la renuncia de Giuseppe Conte. Por aquí, para nuestra desgracia, lo que más nos importa de la jefatura del Estado es si nos parece aceptable que su titular mande a la niña a estudiar a un colegio progre de Gales. El caso es que en Italia, por más caótica que sea su política, ha acontecido un proceso que va a ser determinante para otros países europeos. En los tiempos del bipartidismo y las mayorías absolutas de PSOE o PP mirábamos con desdén aquella fragmentación que condenaba a los transalpinos a una endémica inestabilidad institucional. Mira tú por dónde, esa italianizaron la tenemos metastatizada en España desde hace unos años, y mientras nosotros vamos, ellos vuelven. Draghi ha conseguido el apoyo de la diestra y la siniestra italiana, convencidos todos de que los tiempos reclaman un perfil técnico y con autoridad bastante como para poner orden en el país y, sobre todo, aprovechar todo lo aprovechable para salir de la crisis pandémica y postpandémica. Lo que le va a tocar al que fuera presidente del Banco Central Europeo y anterior empleado de Goldman Sachs ya no es sólo aplicar los fondos de la Unión para reactivar la economía, sino sanear el sistema bancario, embridar algunos conglomerados empresariales -varios con presencia en España-, reconsiderar decisiones como la nacionalización de Autostrade per l'Italia, y reescribir no pocas normas de gobierno en su país. Ya se le tiene por salvador nacional, y llega sin significativa oposición de los partidos políticos. Apenas cabe duda de que su ejecutoria tecnocrática será poco complaciente con esa secular displicencia apasionada de la política italiana. Incluso antes de que la epidemia les hundiera en su recesión más pronunciada desde la posguerra, el país apenas había crecido unos pocos puntos de PIB durante las dos últimas décadas. Trabajadores envejeciendo, déficits de inversión pública y privada, y una burocracia estatal insufrible. Justo antes de llegar al BCE en 2011, Draghi fue firmante de una carta al gobierno italiano en la que pedía recortes de gastos y una reducción acelerada del déficit. Y en 2012, una vez instalado en Fráncfort, fue promotor del llamado Pacto Fiscal, que endureció los términos del Pacto de Estabilidad de la UE al proponer una consolidación fiscal más rápida para países con altos niveles de deuda como el suyo. Lo que ahora le ocupará será promover reformas y aplicar ortodoxias. El consenso político en Italia, desde Beppe Grillo hasta el simpático dueño de Mediaset España, Silvio Berlusconi, así lo ha querido.

Bruselas ha incluido esta semana a España en el grupo de ocho países de "alto riesgo" en términos de endeudamiento, junto a Grecia, Bélgica, Francia, Italia y Portugal, previendo que la deuda española seguirá creciendo de forma significativa durante toda esta década. Lo que acaba de pasar con Draghi nos sitúa como el único país de toda la zona euro con una descriptible inestabilidad política. Lo vimos una vez más esta semana: miembros socialistas del ejecutivo contaban a quien quisiera escucharles que Iglesias es un payaso y un vago. Ciertamente, al vicepresidente lo que le gusta es ponerse intensito en las emisoras y ante las cámaras, fruncir el ceño y hacer como que dice cosas muy transcendentes con su vocecilla queda. La ministra de Igualdad, que está en su despacho no por propuesta de ningún círculo de Podemos sino por cooptación conyugal, anima cotidianamente con sus puerilidades las redes. El dinero público paga su niñera, y parece acercarse el momento en el que se publique que para adquirir el chalé se desvió dinero del partido. Así seguimos, encallados en la más estúpida banalidad, ahí donde Narciso Sánchez, el responsable final de todo, constata inatacable su poder. Directos al averno, pero muy entretenidos con las excrecencias políticas de cada mañana.

Lo que acaba de pasar con Draghi nos sitúa como el único país de toda la zona euro con una descriptible inestabilidad política