xaltación en Las Ventas. La derecha disfrazará mañana de mitin fetichista una tarde de exultante costumbrismo españolista. Un ambiente de jolgorio y muchas banderas que plasmarán toda una tropa de cámaras y periodistas y simbolizar desde las gradas la suerte de su victoria, la ansiada toma de Madrid. Será la puntilla escénica de los telediarios para una izquierda prisionera de sus angustias por unos pronósticos desfavorables hasta el último momento, que fía su alpina remontada al milagro del ateo. Así las cosas, Díaz Ayuso acaricia un holgado triunfo más personalista que ideológico bajo la bandera de ese madrileñismo ofendido que le permite blanquear dos años sin Presupuestos y sin leyes, una controvertida gestión de la pandemia basada en el pulso permanente a Pedro Sánchez y al consenso por encima de muertos y contagios y un hilarante concepto de la libertad. Un bagaje manifiestamente mejorable, pero suficiente para que la auténtica lideresa del PP arrase en el 4-M frente a la desquiciante incapacidad de sus rivales.

La presidenta madrileña sale indemne de la campaña electoral. Cumple así su comprometido objetivo de sacudirse de todos los males de Occidente que se le han ido atribuyendo desde las trincheras enemigas, en su mayor parte hartamente justificados. Lo hace sin un rasguño político ni un desliz altisonante más allá de esas rectificaciones envueltas en desafíos y desprecios. Se ha empoderado definitivamente de un personaje de dimensión estatal para regocijo de quienes suspiran por armar una alternativa real que derroque un día al sanchismo. Ahí está, de nuevo, el mérito instigador de Miguel Ángel Rodríguez al elevar al tablero de la política española a un personaje con dificultades para desgranar el ideario de un plan económico solvente, pero provista de una bien aprendida intuición callejera a la que prestar sensibilidad, acidez y descaro sin límite. Encastillada, la candidata del PP oye cómo ladran mientras cabalga a lomos de un batallón cada día más numeroso. Una legión donde coinciden los enemigos viscerales de Sánchez, el comunismo, ETA, la independencia o Maduro; los críticos con el Gobierno de izquierdas temerosos de que la alternativa en la Puerta del Sol sea otra vez Pablo Iglesias, los hastiados con las limitaciones del estado de alarma y los dueños del 99% de las terrazas de Madrid.

Bien que lo sabe José Félix Tezanos, empeñado desde el CIS en buscar indecisos hasta última hora para alimentar las recónditas esperanzas de contradecir el signo de todas las encuestas publicadas que auguran una mayoría absoluta entre las dos caras de la misma derecha. Es en ese voto refugiado en la abstención desde hace años donde Más Madrid, sobre todo, y PSOE fían su suerte para evitar un recuento estremecedor que les acercaría a un lógico estado de impotencia y depresión política. Una derrota de la izquierda ante esta derecha frentista y excluyente depararía funestas conclusiones para los perdedores. Más aún, acrecentaría sin límites el estado de agresividad partidaria en el ámbito del Congreso porque Pablo Casado, especialmente, y Vox se sentirían fortalecidos para redoblar la presión sobre Pedro Sánchez, a quien imputarán sin dilación la derrota de Ángel Gabilondo y sus candidaturas afines.

Más allá de la victoria del PP y de su mano tendida a la ultraderecha para dominar la auténtica joya del dominio autonómico que es Madrid, la izquierda juega su propio partido. Nadie se atreve a negar con el paso de los mítines a pie de barrio y el contacto con los vecinos que Mónica García puede superar, o al menos pisar descaradamente los talones, al PSOE y meter así la soga de la venganza en casa del ahorcado. Esa debacle socialista desataría inmediatamente la ira contra los caprichos impuestos desde La Moncloa durante el devenir de una campaña, prisionera de remiendos por errática en sus propósitos, y que se atribuye sin paños caliente a la voluntad caprichosa de Iván Redondo. La consiguiente pérdida de representatividad y de fortaleza en el liderazgo de oposición reabrirían sin esfuerzo las carnes en una organización cainita por naturaleza y expuesta históricamente a las disensiones internas. A su vez, la escalada del partido de Iñigo Errejón ahondaría la depresión de Unidas Podemos en su misma banda ideológica y, por supuesto, colocaría a su candidato más cerca de la retirada con una derrota de difícil justificación. Bajo semejante panorama, Pedro Sánchez empezaría a dormir ahora mucho más intranquilo.

Encastillada, la candidata del PP oye cómo ladran mientras cabalga a lomos de un batallón cada día más numeroso