on las elecciones de Madrid se ha cerrado el primer acto de la legislatura en España. El que comenzó con una doble contienda electoral y dio paso al primer gobierno de coalición en la historia reciente. Dos años marcados por una dura oposición política, mediática y judicial que ha tenido en Pablo Iglesias el objetivo casi obsesivo de una derecha radicalizada por su competencia interna. Por un PSOE que, haciendo de la necesidad virtud, ha apostado por una mayoría plural y de izquierdas en el Congreso que le ha permitido aprobar leyes importantes. Y por una pandemia que ha obligado a suprimir derechos fundamentales como nunca hubiéramos imaginado.

Todo eso es ya historia, al menos en los términos que hemos conocido estos últimos meses. La marcha de Pablo Iglesias va a obligar a recomponer la coalición de Gobierno. El PSOE va a contar con mayor margen de movimiento, sobre todo en política económica, pero también va a perder el escudo que ha protegido a Sánchez de la ira de la derecha. La diana estará ahora en el presidente, pieza a batir para un PP renacido y exultante tras los resultados en Madrid.

No van a ser semanas fáciles en La Moncloa, que empieza a desvelar los compromisos adquiridos con Bruselas a cambio de los fondos europeos. Esta vez no será como en 2012. No habrá recortes ni hombres de negro exigiendo sacrificios sociales a la población. Pera habrá que tomar medidas no siempre populares que pueden lastrar la imagen del Gobierno y encarecer las alianzas en el Congreso. La polémica sobre los peajes es solo el primero de los muchos debates que se van a abrir en los próximos meses.

Un nuevo equilibrio interno en el Gobierno, una complicada situación económica y una derecha reunificada en torno al PP son los tres elementos que van a determinar la segunda parte de la legislatura. Todo, con la situación política catalana nuevamente al borde del colapso, y las primarias del PSOE en Andalucía a la vuelta de la esquina.

El foco mediático estará a partir de ahora en Sevilla. Allí ha llevado el PP su bandera liberal a la espera del momento oportuno para convocar un nuevo adelanto de elecciones. Y allí se va a reabrir el debate sobre la política de alianzas del PSOE. Quienes nunca creyeron en la coalición con Podemos y detestan cualquier avance en el reconocimiento de la plurinacionalidad del Estado tendrán en las primarias del próximo 13 de junio el momento que estaban esperando.

El pulso soterrado entre Pedro Sánchez y Susana Díaz va a reabrir viejas heridas, y servirá de excusa para que algunos socialistas ajusten cuentas con su secretario general. Sánchez sigue fuerte. Controla el partido y tiene el apoyo de la militancia. Cuenta con una base amplia en el Congreso y dos años de legislatura para enderezar la situación. Pero una derrota en Andalucía sería un golpe duro para su liderazgo, con implicaciones para el resto de la legislatura. También en Navarra.

De momento, el socialismo navarro mira de reojo movimientos lejanos, pero que no le son ajenos. "No hay que dramatizar. El contexto es diferente, no toda España es Madrid", respondía esta semana Chivite, tratando de desvincular la derrota de su partido de cualquier lectura local.

No le falta razón. Por mucho que Javier Esparza o Ana Beltrán finjan lo contrario, la victoria de Ayuso no es extrapolable a Navarra. Chivite gobierna hoy con el apoyo directo o indirecto de 30 de los 50 escaños de la Cámara foral. Una mayoría estable y sólida, lo suficientemente amplia para garantizar su continuidad en el futuro si los socialistas saben consolidar las alianzas que le han llevado al Palacio de Navarra. Lo ha entendido bien la derecha, que desde el inicio de la legislatura ha sido consciente de que su regreso al poder pasa precisamente por forzar la ruptura de la actual mayoría parlamentaria.

Una trampa que hasta ahora ha sabido esquivar el PSN, que durante la primera parte de la legislatura ha gozado de un margen de actuación en el Gobierno superior al que proporcionalmente le corresponde por representación parlamentaria. Pero que todavía carga con el peso histórico de años de cohabitación con UPN, visible en los acuerdos presupuestarios en muchos ayuntamientos de la comarca de Pamplona. La presión política y mediática de la derecha sigue atenazando a una parte del socialismo navarro, reacio a avanzar en su nueva mayoría y con dudas evidentes a la hora de defender un discurso que rompa con las dinámicas electoralistas que el regionalismo le han impuesto en el pasado, por ejemplo, en materia lingüística.

Es el marco de juego que queda para la segunda parte de la legislatura en Navarra, en el que la experiencia de estos dos años invita a consolidar las mayorías y a rehuir tentaciones centristas que, como ha demostrado el socialismo madrileño, tienen poco recorrido. La ruta de Chivite para la reelección sigue siendo clara y definida. Al menos si las dudas electorales del momento no lastran la perspectiva de largo plazo.

El foco mediático pasa de Madrid a Andalucía. Sánchez sigue fuerte, pero una derrota ante Susana Díaz debilitará su liderazgo

La experiencia de estos dos años en Navarra invita a consolidar las alianzas y evitar tentaciones centristas