rospectiva, ¡qué bonica palabra!, diría Enjuto Mojamuto. Es la intención de adentrarse en lo que viviremos dentro de unos años. A finales de 1996, la editora de la revista Wired encargó al periodista David Pescovitz un libro de predicciones futuristas que se acabaría titulando Reality Check. La idea era muy sencilla. Cada página hablaría de algo que pudiera pasar, y un panel de los mejores expertos mundiales pronosticaría en qué año ocurriría tal o cual cosa. Asuntos como cuándo se completaría el análisis del genoma humano, en qué momento podríamos alimentarnos con píldoras, el año en el que el sexo virtual llegara a ser tan gratificante como el real o se generalizaría el coche eléctrico, la fecha en la que el hombre pisaría Marte, o la era en la que las guerras entre países serían sólo virtuales. Con la media de los pronósticos se establecía una fecha, aunque el panel de expertos podía pronosticar que algo nunca llegara a ocurrir o sería en un momento impredecible. La obra ordenaba sus páginas con esta cronología, de manera que resultaba extraordinariamente amena: lo leías y parecía que te adentrabas en un futuro alucinante pero que casi podías tocar con los dedos. Encontré ese libro en una caja del trastero hace unos años y lo repasé. Ninguna de las predicciones estaba ajustada a la realidad, y muchas más se habían adelantado que retrasado. Por ejemplo, llegó antes la descodificación de nuestro ADN, que a su vez vino de la mano de la mejora exponencial en las capacidades de computación. También había predicciones que se auguraba acontecerían antes, y todavía las estamos esperando, como la victoria final frente al cáncer. Aquel magno ejemplo de prospectiva, a cargo de los mayores pensadores del momento, es hoy un curioso tebeo.

Nos presentaba esta semana el Gobierno de Sánchez otro chiste, la Agenda 2050, algo en lo que ha estado entretenida una entidad llamada Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia, que se autodefine como "una dirección general de la Presidencia del Gobierno que se encarga de analizar los retos y oportunidades a los que se enfrentará España en las próximas décadas y de ayudar al país a prepararse para ellos". Por tener, tienen hasta su propio claim: "Miramos al futuro para cambiar el presente". Han montado una web con unos niños mirando por un telescopio. En efecto, es todo muy pueril. Aunque no inocente. Porque otra de sus frases ilustrativas nos pone en la pista de una pretensión descarnadamente política e intervencionista: "Gobernar es planificar". Lo que le escuchamos a Sánchez en el show que montó para presentar el tocho -600 páginas tiene este pañal de incontinencia- es que dentro de 30 años apenas comeremos carne, habrá que usar el tren en lugar del avión, trabajaremos menos tiempo y pagaremos muchos más impuestos. La visión que se ofrece no es, desde luego, la de las mejoras que habrán de llegar de la mano de la ciencia, la tecnología y el pensamiento, sino de hasta dónde va a llegar la ejecutoria del poder político. Cuando, mientras no se demuestre lo contrario, lo que más va a transformar la vida de las personas es aquello que escasamente dependerá de gobiernos mediocres. Por ejemplo, cuáles serán las enfermedades que hayan desaparecido dentro de tres décadas, que no serán pocas. O si seguiremos usando las monedas y la relaciones comerciales como ahora, o se habrán implantado divisas digitales y sistemas de relación económica directos y transparentes. O si los parlamentos seguirán siendo el establo de los fieles al líder de un partido, o habrá modelos de ejercicio no representativo del derecho a la participación democrática. Nada de esto ha ocupado un momento de reflexión en la panda de desahogados que se han puesto a pergeñar este aborto prospectivo. Seguramente será porque les importa más enfatizar ocurrencias como "la nueva economía de los cuidados" y tenernos a merced de lo que disponga la directriz administrativa, que poner en claro lo importante que sería conseguir un tratamiento para el Alzheimer. Si juntas la osadía con la visión totalitaria -todo nace y muere en la política, es lo que esta gente cree- te encuentras con la deyección con la que Sánchez, Redondo y sus palmeros nos entretienen, y desperdigan para autoafirmarse como los más modernetes. Llega a ser delirante, y cuando el delirio se instala en el palacio, tenemos un problema.

Lo que más va a transformar la vida de las personas es aquello que escasamente dependerá de gobiernos mediocres

Si juntas la osadía con la visión totalitaria te encuentras con la deyección con la que Sánchez y Redondo nos entretienen