econozco que, a estas alturas, el tema me produce una pereza espesa, un incómodo desapego tanto por su complicada solución como por su inoportunidad en las fechas que andamos. Pero una de las particularidades de la política es que los políticos que viven de ella se creen obligados a aparecer en constante actividad. Aún sin acabar el curso parlamentario y con el personal estrenando unas atípicas vacaciones, ya asoman los deberes para el nuevo curso. En nuestro caso, con la que está cayendo -y la que caerá-, ya anuncian para otoño la madre de todos los debates, el nuevo estatus.

Sería interesante una consulta a la ciudadanía vasca para comprobar hasta qué punto preocupa o no que sus representantes políticos retomen el status quo del "nuevo estatus", debate que quedó en barbecho hace año y medio, justo antes de que el coronavirus pusiera todo patas arriba. Bueno, algo se hizo, puesto que quedó abierto el acuerdo PNV-PSE-Elkarrekin Podemos que pudiera servir de base para un texto articulado del nuevo Estatuto. Y ahí está la madre del cordero, en si fuera o no suficiente una simple reforma estatutaria, algo inasumible, por insuficiente, para EH Bildu como bloque opositor.

Por lo que yo percibo, y ojalá me equivoque, el personal está a otra cosa, o sea, a intentar el máximo disfrute estival dadas las circunstancias, o a protegerse del virus por todos los medios. Añado también que ambas opciones transpiran cabreo, inquietud y zozobra unos porque creen que flojean las vacunaciones, otros porque no te puedes fiar ni del aire, otros porque el bicho sigue condicionándonos la vida. Nada que ver con la actualización del Estatuto que parecen desear los unos ni con la independencia de Euskal Herria que desean los otros.

El verdadero estado de la cuestión, para que el lector se haga una idea, es que el debate sobre el autogobierno vasco lleva unos cuantos años de agenda sin que se le vea un desenlace creíble. Siguen en el aire conceptos clave como la posibilidad de un referéndum de autodeterminación, el consenso mayoritario y, ojo, transversal, la plurinacionalidad del Estado, la máxima mejora del autogobierno o la pura independencia. Cómo no va a dar pereza al contribuyente de a pie comprobar de nuevo que los políticos se vuelven a enzarzar en este enredo que, además, debería ser trascendental.

Mientras aquí los políticos comienzan a amagar con los deberes esenciales del nuevo curso, asistimos con desgana a otro episodio déjà vu que por más que lo disfracen de mesa de diálogo para una solución, más parece ser un "tente mientras cobro" patrocinado por el incombustible Pedro Sánchez. La asignatura viene a ser la misma: debate sobre el derecho a decidir en Catalunya. Aburre volver a comprobar el desacuerdo y hasta el enfrentamiento entre los que demandan la autodeterminación. Aburre volver a escuchar que sí se pueden poner puertas al campo apelando a la sagrada Constitución. Aburre sospechar que todo vuelva a quedar en nada y que se cronifique el enfrentamiento. Aburre sospechar que, como en Catalunya, el debate en Euskadi se eternice.

Así están las cosas, y digo yo que es lamentable esa sensación de pereza colectiva, de indiferencia social, cuando de lo que va a tratar esa asignatura pendiente es de definir de una vez por todas qué queremos que sea este país, y decidirlo en libertad.