- Jorge Dioni López (Benavente, Zamora, 1974) ha escrito uno de los libros del momento. La España de las Piscinas, editado por Arpa, parte de una premisa original: cómo el urbanismo crea ideología. "No es que vivir en un determinado barrio conlleve un voto concreto, sino que lo cotidiano ayuda a conformar una ideología vinculada a ciertas cuestiones, como la propiedad o la seguridad, que, a su vez, busca su representación", escribe en la introducción de un ensayo agilísimo, escrito como los ángeles, que nace del dato periodístico: el análisis de los resultados electorales de 2019 en los barrios de nueva creación que en muchas partes del Estado pasaron del naranja Ciudadanos al verde Vox. Son esos barrios nuevos y periferias recrecidas de los Planes de Actuación Urbanística, los pau. Avenidas anchas, rotondas y calles con nombres de flores o capitales europeas, piscina comunitaria o individual, alarma, pádel, escasos servicios públicos, centro comercial y coche obligatorio, donde viven los pauers, personas de alrededor de 40 años con hijos pequeños o adolescentes. Islas homogéneas y segregadas, clónicas, sin tejido asociativo o vecinal, con escaso sentimiento de comunidad. Un modelo que cogió fuerza en los años noventa al calor de la especulación, y al que se empujó a cientos de miles de personas a las que el nuevo paisaje físico ha terminado por condicionar su paisaje mental.

El libro parte de una premisa, el urbanismo crea ideología. ¿Es un resumen válido?

-Sí. No hablo tanto del voto concreto, sino de cómo la forma en la que uno vive conforma su alineamiento de preferencias: si la seguridad, la propiedad o el coche es más importante que los servicios públicos. Esto provoca un realineamiento de las preferencias. Y así se conforma una ideología.

Plantea un modelo urbanístico que es caldo de cultivo para que triunfe lo conservador.

-No es que la gente de izquierdas se convierta maléficamente en gente de derechas. Me parece más interesante analizar cómo personas sin un criterio definido, al pasar a ser propietarios, tener hijos o estar en un barrio homogéneo, se comportan al votar. No sé si hay alternativas, este modelo es lo que había. Ese tren está en marcha y quizá se nos haya pasado el tiempo de pararlo.

Habla en todo momento de que este modelo urbanístico no es un error, sino un plan funcionando a pleno rendimiento.

-Claro, pensar lo contrario sería una ingenuidad. Cuando se habla de la educación segregada, y se contrapone con la pública, no es que estemos ante un problema, es que ese es el modelo, promocionar la privada frente a la buena educación pública, que hace 30 años era un ascensor social. Y ahora ya no.

¿Le da la sensación de que ese modelo urbanístico ya ha sido asumido por todas las sensibilidades políticas, también por parte de la izquierda que reclama vivienda social?

-O promueves un plan alternativo de vivienda, o por lo menos esbozas cuál sería tu marco de vivienda para el futuro, o todo lo que hagas serán parches para situaciones extremas sobre el modelo urbanístico actual. Cabe preguntarse para quién hace política la izquierda, si para tapar parches en situaciones de vulnerabilidad o para grandes grupos.

Sostiene que en España la vivienda no es un derecho, sino un producto que se ofrece crezca o no la población. Cita al ministro franquista Arrese, que era navarro: queremos un país de propietarios, no de proletarios. Y dice que su visión ganó completamente.

-El siglo XX de España es totalmente diferente al del resto de Europa. Tras la II Guerra Mundial se establece un modelo de Estado del bienestar porque había muchas personas desmovilizadas por los conflictos y existía un modelo económico y político, el de la URSS, que era atractivo. La vivienda tenía que ser un derecho. Ese modelo dura hasta los años 80, cuando la URSS es derrotada, y Europa vuelve a la propiedad. Lo que pasa es que en España pasamos directamente a la propiedad sin pasar por las guerras.

¿Y la propiedad condiciona nuestra forma de ver el mundo?

-Tiene que ver más con el contexto. Si la propiedad hiciera conservadores, Felipe González nunca hubiera ganado las elecciones. En los años 80, más que la propiedad es importante el legado, la formación, el ascensor social. Ahora que estamos en una sociedad en la que la formación no te garantiza nada, la propiedad pasa a ser lo más importante. Antes, la garantía de que a tu hijo le iba a ir mejor era darle una carrera. Si todo eso ya no sirve, mejor déjale un piso.

¿El ascensor social está averiado?

-Hace 40 años, el hijo del médico no tenía garantizado al cien por cien que fuera también médico, porque tenía que competir con el hijo del celador, lo que antes no ocurría. En un plano teórico y con matices, existía una cierta igualdad de oportunidades. Romper ese esquema implica garantizar que ciertas estructuras sociales permanecen, volver a la ventaja de base.

Habla de la economía rider, de la extensión de modelos muy precarizados. ¿Eso va a hacer volver a sociedades más desiguales?

-Vamos a parecernos más a una sociedad de rentistas. Ese es un modelo promovido y facilitado, donde volver a tener propiedades va a ser muy importante.

Hace poco hizo mucho ruido el discurso de la escritora Ana Iris Simón, en el que denunciaba esa quiebra de las expectativas en los jóvenes.

-Nuestros padres vivieron en un mundo en el que existía la URSS. Ese mundo ya no existe, ahora hay un único modelo y por tanto no tiene que hacer el esfuerzo de seducirnos. El Estado del bienestar hay que verlo como una solución a un problema concreto: Europa destrozada, mucha desmovilización, partidos comunistas fuertes con un modelo que se expande por América y África. Muerta la URSS, ya no hay necesidad del modelo de bienestar. Y, aparte de eso, también algo tendrá que ver que hay tasas de afiliación sindical bajísimas, y queda la duda de qué pasaría si fuesen más altas, como en Euskadi y Navarra.

¿No son buenos tiempos para los sindicatos?

-Se ha creado una imagen de sindicalistas comiendo cigalas que es paradójica. Resulta que 300 casos de corrupción en el PP son casos aislados, pero cuatro jetas en los sindicatos inhabilitan el modelo. No sé cuál es la alternativa, si la hay.

Sobre la nostalgia: en el libro habla de que la desaparición de las cajas de ahorros ha contribuido a que se vacíen los pueblos.

-Es un tema que da para estudio. Las cajas aguantaron desde el crack del 29 hasta las guerras mundiales, y en la última crisis se sacrificaron en un autorescate. Las cajas, además de ser un centro de decisión financiero en cada provincia, eran mucho más: obra social, becas, escuelas... si eso desaparece, hay que irse a otro lado. Y el Santander no entiende el tejido social y económico como Caja Navarra.

Sostiene que la salud y la educación van a ser las próximas presas del neoliberalismo.

-Hace un año se decía: de la pandemia saldremos valorando más los servicios públicos. Un año después, en Madrid tenemos los centros de atención primaria cerrados. Los shocks los aprovechan los que tienen un plan. Y aquí hay gente que tiene un plan. El plan es debilitar la sanidad pública, y ahora van a ir a por la enseñanza universitaria. El plan es crear un sistema tan desigual que nos impida ver al otro como parte de la misma sociedad, sino como un rival. No soy optimista, como verás (y se le escapa una risa resignada). Espero que salgamos de esto.

¿No le da la sensación de que cada vez hay más anuncios de sanidad privada, de alarmas...?

-Si tú llamas al ambulatorio porque tienes un bulto en el pecho y no te dan cita hasta dentro de dos semanas, quien pueda se hará un seguro privado. Eso es normal. Con la seguridad pasa que engancha, que nunca hay suficiente. Y eso que nunca en la historia el mundo ha sido tan seguro. Pero hay una sensación en el ambiente. En un mundo cada vez más seguro, en el que vivimos en islas segregadas y homogéneas, cualquier cosa extraña es muy extraña, y cualquier persona rara es muy rara.

El libro ha generado cierta polémica, sobre todo en una corriente cercana a Ciudadanos, que se sintió aludida al leer la categorización de los 'pauers'. Un concejal de Ciudadanos en el Ayuntamiento de Madrid publicó una columna en El Mundo en la que criticaba su libro como un ataque a la libertad.

-Entro en el debate, pero nunca en las polémicas. Además, si entras a una polémica sobre algo que no has dicho, lo más normal es que gane la polémica. Yo debato argumentos, no ofensas. Sobre la columna, te diré que me la pasaron. Empecé a leerla pero paré, y me dije: no se ha leído el libro. Yo vivo en un pau. Me da como cierto escudo. Pero, joder, si solo podemos opinar sobre lo que nos afecta, es que como sociedad nos hemos metido en un callejón sin salida tremendo.

"Antes, la garantía de que a tu hijo le iba a ir mejor era darle estudios; si todo eso ya no sirve, mejor déjale un piso"

"La desaparición de las cajas afectó mucho; el Santander no entiende el tejido social y económico como Caja Navarra"

"Los 'shocks', como puede ser la pandemia, los aprovechan quienes ya tienen un plan de antemano"