n el caso de que interese una ruptura ideológica en la coalición del Gobierno de izquierdas para encarar unas elecciones adelantadas, ya hay una disculpa a mano: la luz. En el supuesto de que Casado necesite justificar su injustificable rechazo numantino a la renovación del Poder Judicial, ya hay una disculpa a mano: que elijan los togados. Ante un eventual fracaso de la mesa de diálogo en Catalunya, ya hay una disculpa a mano: los independentistas se llevan a matar. Lo importante en esta política de apariencias simplistas es guardarse un as en la manga para aguantar el chaparrón, sostener las apariencias y mantener el tipo, aunque la cruda realidad te desnude. En esencia, al PSOE y Unidas Podemos les separa un mundo en cuestión del debate eléctrico; el PP no quiere ni por asomo un acuerdo sobre el CGPJ porque cree que le resulta más rentable gruñir; y en el caso de las dos almas del soberanismo catalán solo sacan tiempo para despellejarse. Todo lo demás, fuegos de artificio.

El precio de la luz puede cortocircuitar al Gobierno. Se trata de un tema hipersensible, de fácil impacto social, de duro sacrificio para bolsillos en comercios, industrias y cocinas y, además, abocado a la demagogia. Los socialistas saben que se pueden quemar porque tienen todas las de perder. No hay remedios mágicos a corto plazo. Ni siquiera una empresa pública como les azuza interesadamente su socio. Por eso, ante tanto barullo, han encontrado el eterno subterfugio de crear una comisión parlamentaria. No existe mejor remedio de urgencia para frenar el golpe y dilatar las soluciones. Incluso, para calmar esos ánimos contestatarios de trasladar a pie de calle el malestar ciudadano, que tanto han indignado en La Moncloa. En este tema, sin embargo, Unidas Podemos no puede contemporizar. Sabe que ante el electorado verde no le valdrá una posición condescendiente en la búsqueda de medidas correctoras sostenibles. Ni siquiera podría ampararse en su responsabilidad de gobierno. Con Más País al acecho, sustentado por un discurso creíble en conexión con los nuevos aires europeos, cualquier debilidad ante el poder energético establecido les podría pasar una factura electoral demasiado costosa. Por eso, para honrar a sus orígenes, están abocados a una presión incesante. De hecho, la intensidad de esta inevitable coerción marcará la temperatura del Consejo de Ministros.

El PP estará pendiente de esta soterrada pelea. Juega únicamente a favor del desgaste porque, sinceramente, ni tiene ni tuvo soluciones viables para encararse a las eléctricas. Tampoco Sánchez cuando tiene enfrente a los presidentes de este sector que ve depauperarse cada día su imagen, aunque quizá este creciente desafecto no les quite demasiado el sueño a sus accionistas. En el caso Pablo Casado, su objetivo es mucho más primario: acentuar la nula capacidad de Pedro Sánchez para contrarrestar la escalofriante escalada del precio de la luz. En verdad, ahí tiene hueso para roer durante mucho tiempo.

La batalla eléctrica es mucho más populista que la entreverada renovación del Poder Judicial. Ambas se antojan eternas, aunque con soluciones y razones bien diferentes. Bastaría un mínimo sentido de Estado y unas gotas de responsabilidad constitucional para que el CGPJ liquidara de una vez su tarea pendiente de hace más de 1.000 días. Las afrentas entre los dos partidos mayoritarios tan atrincherados están impregnadas de resentimiento, de acuerdos imposibles. Un espectáculo denigrante al que nadie quiere poner fin porque tampoco les debe penalizar. Un ambiente de permanente algarada para encajar, en el decisivo resto de legislatura, las primeras piezas de la recuperación de un país asaeteado social y económicamente por una cruel pandemia. Un tiempo vital donde conjugar los retos políticos pendientes con un panel de exigencias socioeconómicas de alto voltaje. Todo ello, en el marco de una elocuente mejoría de los datos del mercado de trabajo que irá exprimiendo en solitario Sánchez para desesperación de la derecha.

Al unionismo siempre le quedará Catalunya para recargar sus bayonetas discursivas. Quizá porque saben que es una fuente inagotable de argumentos. Ahora mismo, les basta con contemplar el descarnado debate teórico y táctico entre ERC y Puigdemont para prever sin esfuerzo que la mesa de diálogo empezará cojeando tras una Diada que asoma digna de análisis. Hasta esa mítica fecha de 2030, queda mucho tiempo para que todos vayan buscando una disculpa sobre el referéndum.