lgunos expertos en comportamientos electorales, como Donald Stokes y Anthony Downs, tienen establecido desde hace tiempo que las dos variables de carácter económico que más influyen en la decisión de voto son el paro y la inflación. Mucho menos, el déficit público. Lo sabe el morador de Moncloa, que esta semana ofrecía, cual cacique en casino de provincia, los 400 euros de regalo a quienes cumplan 18 años a pesar de que España tiene sus cuentas públicas absolutamente descoyuntadas. El futurible de quién pagará la fiesta importa poco a tantos millones de personas cuyo afán principal es disponer de un puesto de trabajo y que su sueldo les llegue para vivir sin sobresaltos. El problema de la inflación ya está entre nosotros, y se nota en la cesta de la compra. Los precios subieron en septiembre un 4% respecto al año pasado, su mayor repunte desde el mismo mes de 2008, en plena crisis financiera. El indicador adelantado dado a conocer por el Instituto Nacional de Estadística profundiza en la tendencia iniciada en marzo de este año. La inflación acumula siete meses consecutivos de subida aparentemente por la recuperación del consumo, la escasez de algunos suministros y la subida del precio de la luz y los combustibles. Lo que muchos economistas se preguntan es si estamos ante un efecto pasajero, o es una tendencia que se va a consolidar. Políticamente tiene mucha relevancia poder responder a esta pregunta. Venimos de unos cuantos años en los que los precios han crecido de manera muy moderada a pesar de los vaivenes del petróleo. La percepción de inflación no existe en muchas personas, que es ahora cuando se están encontrando con ella -en el supermercado, en las facturas que llegan, en cualquier compra que hagan-, y se comienzan a preguntar qué está pasando para que su dinero cunda menos. Pero además, el Banco Central Europeo tiene en sus estatutos, como primer cometido, controlar la inflación en la zona euro mediante su política de tipos de interés. De manera que si esta se mantiene en una tasa de, pongamos, un 3% durante un año entero, irremediablemente tendrá que subirlos, y eso sería letal para España, con la morterada de más de 1,42 billones de euros que tenemos apuntada como deuda pública. Iríamos de cabeza a un nuevo zapaterazo, el mayor recorte en prestaciones públicas que se ha conocido en nuestra historia, por obra y gracia, sí, de un gobierno socialista.

No es fácil anticipar si la inflación va a ser persistente. Una mayor parte de los economistas creen que lo que ahora ocurre puede ser transitorio, fruto de circunstancias como el alza de los precios de las energías y los efectos en las cadenas de suministros de la pandemia, como representa la crisis de los semiconductores. Pero también hay quienes opinan que estamos ante un panorama bastante peor. De hecho, hay algunas razones para pensar que la inflación va a ser persistente durante años. La primera de ellas es la propia política monetaria de los bancos centrales, que están inundando de dinero gratis las economías y eso tiene que trasladarse, forzosamente, al aumento de los precios. Otras decisiones de tipo político, como la transición energética, también son inflacionistas: aumentan forzosa y persistentemente los precios de la energía, y estos se trasladan a toda la cadena de valor en cualquier producto, por el encarecimiento de la producción y los transportes. Además, la UE parece decidida a emprender lo que ha denominado autonomía estratégica de Europa, reducir su dependencia tecnológica en sectores clave a costa de tener que producir más caro, que es una senda igualmente inflacionista. Y como colofón, muchas de las políticas sociales de los países, basadas en el igualitarismo y no en el estímulo de la iniciativa individual, erosionan las eficiencias de los mercados de bienes y servicios y remachan un nuevo componente para el aumento de precios.

Probablemente entender esto es, a día de hoy, el principal reto que tienen los que se dedican a la política en el gobierno y en la oposición, porque sus expectativas van a depender de este índice. Aquí no van a venir los hombres de negro con las tijeras, y Bruselas seguirá soltando los fondos previstos. Pero si dentro de un año el indicador de inflación sigue alto, todo el tablero político habrá saltado por los aires.

Si se mantiene la subida de la inflación, el Banco Central Europeo tendría que subir los tipos de interés y eso sería letal para España

La transición energética es una decisión de tipo político e inflacionista: el precio de la energía se traslada a toda la cadena de valor del producto