No tiene nada de extraño que la acción de El ángel azul, la película que encumbró a Marlene Dietrich, discurriera en un cabaret, ya que aquella muchacha pizpireta y cargada de erotismo procedía de un ambiente berlinés que realmente vivía. Fueron quince años, entre la derrota alemana en la I Guerra Mundial y la llegada al poder del nazismo en 1933, cuando Berlín vivió un tiempo de tolerancia como jamás se había visto en lugar alguno. A la sombra de aquel fracaso bélico creció una condescendencia total hacia el erotismo y el libertinaje. El nombre de la capital alemana fue sinónimo no sólo de lujuria, sino también de creatividad.

Ante aquella nueva forma de vida, quien más quien menos decidió plantearse el futuro de la forma más divertida. El desastre económico y social de la nueva Babilonia llegó a tal punto que el comentario más frecuente en los encuentros callejeros era: “Si voy a morir pronto, que sea alegremente”. Dicho ambiente llegó a tener su propia canción, Berliner Luft, procedente de la opereta Frau Luna, creada años antes por Paul Lincke, el Strauss local. En ella se culpa de la euforia de sus habitantes al aire de Berlín. Hoy sigue siendo el himno no oficial de la ciudad.
Vale cualquier antro
Cualquier sótano, por sórdido que fuera, se convirtió en un cabaret en cuyo interior todo era permisible, desde cualquier tipo de negociación de tipo sexual al tráfico de drogas. Desde el escenario se ofrecían espectáculos de desnudos integrales a cuál más atrevido y las cantantes hacían sátira de cuanto imaginarse pueda. Locales como el Winter Garden, Haller Revue, Tauentzien Palast, Eldorado, Kabarett der Komiker, Residenz-Kasino, Palais der Friedrich Stadt y Admirals Palast llegaron a ser míticos en una ciudad que se vanagloriaba de ser la más vanguardista del mundo.

Los había cutres y los que ocupaban elegantes salas con localidades en tres plantas. La Rata Blanca y el Nelson Revue competían con El Viejo Berlín, con sus teléfonos funcionando de mesa a mesa. El Tanz Fest popularizó un macabro fox-trot titulado Todentanz o Danza de la muerte. Sin embargo, el morbo de este local estaba en sus sótanos, donde se situaban los retretes alumbrados por velas. Bajar a ellos era toda una aventura de inesperado final.
El Romanische Café, en pleno centro de Berlín, gozaba de gran fama por el atrevimiento de Roda, su vedette titular, al dedicar sus canciones de amor a unas monjas en el tono más surrealista que imaginarse pueda. Eldorado era el paraíso de los travestidos. El Tingel-Tangel, fundado por el compositor Friedrich Holländer, presentaba espectáculos de gran relieve protagonizados por Josephine Baker y una Marlene Dietrich que empezaba a destacar.
Todos ellos tenían un denominador común: en su interior nadie ocultaba su condición sexual y en sus escenarios primaba el nudismo. El éxito de estos locales en unos años caóticos para la economía alemana motivó que quien más quien menos, tanto hombres como mujeres, probara suerte en los escenarios o haciendo la esquina. En aquel Shangri-la del Spree, como se le llamó a Berlín, llegó a haber calles especializadas en la prostitución de mujeres embarazadas y, en domicilio, familias completas de la nobleza dedicadas al oficio más antiguo. Eso sí, con toda dignidad.
Claire Waldoff, la voz del molinillo
La reina del espectáculo en aquellos años de locura colectiva fue, sin duda, Claire Waldoff. No reunía ninguno de los parámetros de lo que hoy entendemos por vedette: pelirroja y rechoncha, se autodefinía como “la primera lesbiana oficial de la ciudad”, si bien sus admiradores la conocían como “la voz del molinillo de café” en clara alusión al sonido que emitía su garganta cuando interpretaba descarnadas y lujuriosas canciones que luego registraba en aquellos primitivos discos de piedra.
Pero Claire se ganaba al público gracias a su enorme osadía en los escenarios desde donde provocaba y divertía como pocas compañeras conseguían hacerlo. Le bastaba con entonar el Sólo hay un Berlín para enardecer a la clientela. Marlene Dietrich copió de ella muchos detalles: el estilo, la androginia e incluso algunas modulaciones de la voz. Se dice que llegaron a ser amigas, aunque el gran amor de Claire fue Olga Freiin von Roeder con quien descansa definitivamente en la misma tumba.
La historia de Anita Berber
Anita Berber fue la gran diosa de la lujuria. Su nombre iba de boca en boca por toda la Alemania de hace un siglo porque fue la primera en bailar completamente desnuda en los escenarios berlineses. En el Das Maushaus lo hacía acompañada por su marido, abiertamente homosexual, y la clientela se libraba muy mucho de no prestarle la debida atención, porque sus reacciones eran incendiarias.
Estos espectáculos le proporcionaron una popularidad que rápidamente fue aprovechada por el cine. Sin embargo, no supo digerir el éxito y cayó en el pozo de las drogas, cloroformo y éter sobre todo, que afectaron a su cerebro. Acabó prostituyéndose para poder costearse aquel infierno que acabó con su vida cuando tenía 29 años.
MARLENE: LA MÍTICA LOLA-LOLA
Marlene Dietrich pudo haber sido una gran concertista de piano o violín, pero la inflación del país la empujó a ganarse la vida tocando en cafetines o en cines acompañando a películas mudas. La lesión en una muñeca le obligó a renunciar a sus ambiciones musicales matriculándose en la escuela teatral de Max Reinhardt. Debutó en la escena en 1922 y a continuación en el cine en pequeños papeles, pero fue su trabajo en los cabarets lo que llamó la atención de Stenberg y la contrató para El ángel azul.
El resto ya es leyenda, una leyenda sensual que se transformaba en manos de directores como Lubitsch, Welles, Lang o Wilder. Y todo empezó con aquellas icónicas medias que dejaron entrever las piernas más bellas de la Historia del Cine.
Kate Kühl, una soprano para Brecht
Kate Kühl empezó en el mundo de la música con la ilusión de ser una gran cantante lírica. Tuvo que cambiar de registro y pasarse al cabaret donde se convirtió en gran figura. Su nombre figura hoy en una placa situada en el Paseo de la Fama de Maguncia que lo reconoce. Kate consiguió abrirse camino en el Café des Westens, un local muy céntrico donde se daban cita literatos, escultores, compositores y pintores principalmente, con el menosprecio de los clientes que iban a ligar. De ahí que, en plan coña, denominaban al lugar Café de la Megalomanía.
Fue allí donde la cantante consiguió el destacado papel de Luc en la mítica obra La ópera de tres peniques, con letra de Berthol Brecht y música de Kurt Weill que se estrenó en 1928. Berlín entero habló de Kate y de sus grandes dotes como soprano. Cuando llegó el nazismo sobrevivió a duras penas como locutora de la radio nacional y aceptando papeles ínfimos en algunas producciones cinematográficas. Acabada la II Guerra Mundial, la cantante residió en la República Democrática de Alemania donde el dramaturgo le dio trabajo en el Berliner Ensemble. Hizo toda una creación de la famosa canción Surabaya Johnny.
Blandine Ebinger, exiliada por judía
Blandine Ebinger creció en los escenarios junto a su padre, un compositor de operetas judío al que acompañaba en los ensayos. No extrañó que un día saltara a los escenarios con gran arrojo y picardía, dos ingredientes imprescindibles para destacar en los cabarets. En el Tingel-tangel conoció al dueño, Friedrich Holländer, también compositor y de la misma religión. Acabaron casándose.
El pentagrama nunca tuvo secretos para Holländer y de todos era conocida la facilidad que poseía para crear pegadizas tonadas. De ahí que Josef von Sternberg le encargó las canciones de la banda sonora de la película El ángel azul para mayor gloria de Marlene Dietrich e inri de Blandine. Tal vez la más popular de todas sea Yo soy una gran amante, de la cabeza a los pies, que acabó convirtiéndose en imprescindible de los repertorios berlineses. En 1937, el matrimonio, ante el futuro que se presentaba a los judíos bajo el régimen nazi, hizo las maletas hacia el exilio eligiendo los Estados Unidos como residencia definitiva.
En el país del dólar, Holländer trabajó en el cine componiendo la música de muchas bandas sonoras. Estuvo nominado al Óscar en cuatro ocasiones siendo Sabrina, en la versión protagonizada por Humphrey Bogart y Audrey Hepburn, el título más renombrado. Cuando hablaba de él, Chaplin, que le apreciaba mucho, decía “¡Ese gran pequeño de Friedrich!”. El gran Billy Wilder le rinondió un homenaje al darle el papel de director de orquesta de un cabaret en el Berlín-Este en su graciosísima película Uno, dos, tres.
Blandine murió en la Navidad de 1993 y la República Federal de Alemania reconoció su aportación concediéndole la Cruz de Oficial de la Orden del Mérito.
Trude Hesterberg, de la ópera al cabaret
He dejado intencionadamente para el final de este pequeño listado el nombre de Trude Hesterberg porque, en un principio, fue la más envidiada de todas sus colegas. Debutó en el cine con veinte años y continuó en el medio con una carrera muy regular. Trude, sobrina de una gran cantante de ópera, había recibido unos esmerados estudios musicales que la encaminaban hacia ese género, lo que no era obstáculo para que por las noches demostrara sus buenas condiciones vocales cantando en los cabarets de la Kudamm berlinesa.
Alternó el cine con el teatro y el cabaret. Durante muchas semanas de 1915 su nombre y retrato se mantuvieron en la fachada del Wintergarten para pasar después al Schall und Rauch de Friedrich Holländer. Gracias a su amistad con este compositor y empresario, Trude hizo una prueba para encarnar a Lola-Lola en El ángel azul, pero no le satisfizo a Josef von Sternberg que acabó eligiendo a Marlene Dietrich.
Mujer dotada de gran fuerza de voluntad, Hesterberg montó su propio cabaret, el Wilde Bühne, en el que se reunían los políticos y gentes de letras más destacados de la izquierda berlinesa. Abrió también el Musenschaukel, pero fue clausurado por orden de Goebbels con el pretexto de que su dueña era judía. La incómoda situación que le planteaba el Ministro de Propaganda nazi se suavizó cuando se casó con un destacado banquero ario.