¿Se halla el PP ante su tercera refundación? Mientras Alberto Núñez Feijóo diseña lo que a partir del 3 de abril será su reinado en Génova y los respectivos cargos andan reubicándose plegándose a su figura, aún retumba la implosión acontecida los últimos días entre las huestes de una formación abonada a batallas internas, cruentas hasta el extremo, entre sus principales líderes, forjadas en una lucha de egos y poder, y planeando la corrupción sistémica sobre sus cabezas. Sus nombres son de sobra conocidos. Está por ver si lo que se produce es una reconstrucción en las filas que termine por definir su proyecto ideológico y remueva las entrañas de la sospecha, o vuelve a darse un simple relevo que pueda acabar con otra pugna cimentada en el carisma, personalismo y ambición ilimitada de, por ejemplo, quien ha desencadenado la claudicación de Pablo Casado.

En diciembre de 1979 se produjo la primera convulsión tras un descalabro electoral que llevó a la antigua Alianza Popular a un congreso donde se nombró presidente a Manuel Fraga y secretario general, quién lo diría hoy en día, a Jorge Verstrynge. La cita estuvo precedida de un intenso debate público sobre el modelo presidencial que quería asumir el exministro con mayor control sobre el partido, redactando una ponencia política que, por primera vez, hacía referencia a la "mayoría natural" para agrupar a la derecha frente a UCD. El que fuera presidente plenipotenciario de la Xunta habló de reconstrucción, renacimiento y refundación para definir a la formación como "populista, conservadora y reformista".

La segunda revolución tuvo lugar el 20 de enero de 1989. "Sé que a muchos de vosotros os está sangrando el corazón. El mío también. Pero ha llegado el momento de cambiar de nombre. Alianza Popular se llamará Partido Popular. Es mi decisión". Con este discurso Fraga pidió a los dirigentes que se hicieran el harakiri para integrar a liberales y democristianos después del intento frustrado de renovación de Antonio Hernández Mancha, atrapado entre la hegemonía socialdemócrata y la sopa de siglas conservadoras, liberales y democristianas. La tierra prometida que luego se encontraría José María Aznar, si bien el fundador manejaba antes la carta de Isabel Tocino aunque terminó decantándose por el presidente de Castilla y León para rescatar un partido moribundo. Casado tenía por entonces ocho añitos. El que se convirtió en 1996 en presidente del Gobierno español durante dos mandatos acuñó el concepto de centro reformista y renovó equipos y programas en profundidad.

Pero Génova y sus suscursales han sido siempre una trituradora de aspirantes y mandatarios que casi siempre tiene su epicentro entre la planta séptima de Génova, sede que a ver qué hace Feijóo con ella, y el iluminado despacho ubicado en la Puerta de Sol. Solo que la disputa entre Isabel Díaz Ayuso y Casado ha sido hasta la fecha la más descarnada y pública entre quienes fueron amigos de cuadrilla y ensoñaciones. La historia da para un serial de varias temporadas con un elenco inagotable: Alberto Ruiz-Gallardón, Esperanza Aguirre, Cristina Cifuentes, Mariano Rajoy, María Dolores de Cospedal, Soraya Sáenz de Santamaría... En ella hay cajas B desde su fundación, dossieres, cloacas, espías, corruptelas a decenas, tramas, envidias, odios y cárcel. Y, sobre todo, antagonistas irreconciliables.

terreno de lideresas Cabe recordar la pelea entre Aguirre y Gallardón, que lo intentaron todo para ser los sucesores de Rajoy, incluida la famosa crisis del ascensor, tras su enfrentamiento en 2008 para colocarse en primera línea ante la posible caída del líder, y ambos acabaron fuera en distintos lances. Siempre el fuego amigo. Irrumpió el caso gestapillo: una supuesta trama urdida por la lideresa para espiar con fondos públicos a sus adversarios, con seguimientos diarios a Manuel Cobo, vicealcalde y mano derecha de Gallardón, y que presuntamente afectaron a un consejero autonómico, Alfredo Prada, en el marco de una guerra similar a la actual por el control del PP de Madrid y, por extensión, de Génova.

Más recientemente llegaría la quijotesca jugada a Cifuentes, que dimitió como presidenta madrileña por apropiarse dos cremas de la marca Olay en su bolso, en un supermercado Eroski de Vallecas, junto a la Asamblea de Madrid, que olvidó pagar y que posteriormente abonó. Llevaba más de un mes en la cuerda floja a cuenta del escándalo del máster, pero fue ese vídeo, en el que se la observa en el cuarto de seguridad del súper, el que fulminó su carrera política. ¿Quién lo difundió? Nunca se supo. Pero sus investigaciones en ciertas irregularidades, reconoció ella, fueron el origen. Unos apuntan a Aguirre, a la que llevó ante Fiscalía por la ruinosa Ciudad de la Justicia; otros a Ignacio González, al que puso a los pies de los caballos con sus denuncias del Canal de Isabel II; y los más apuntan a Francisco Granados, por las cuentas pendientes y la oscuridad del personaje.

Entre medias, los múltiples desplantes entre Aguirre y Rajoy, o entre el líder gallego y Aznar, que llegaron hasta el punto de no tragarse y marcaron distancias después de que el marianismo hiciera una limpia que despachó a todos los cargos de la era aznarista, y de que el PP no festejara el XX aniversario de su triunfo en aquel 1996, atacando así su legado. Cospedal y Sáenz de Santamaría libraron un combate más discreto pero igual de duro de fondo, con una autoderrota que aupó a la presidencia a Casado, un joven de buen aspecto y florida oratoria, que logró más votos que las dos abogados del Estado.

Sucedió en 2018, cuando Feijóo se hizo el sueco al ser requerido y a quien ahora todos se entregan pese a arrastrar también manchas en su historial y en un escenario de transición donde resta por comprobar si la estampida de simpatizantes hacia la ultraderecha y los rescoldos del reciente fregado son remendables. ¡Y qué hará a medio plazo Ayuso! Porque los caminos del poder en el PP siempre se enredan en Madrid.