n las relaciones de pareja, los celos son una perturbación que sustituye la confianza por la sospecha, que altera profundamente la oportunidad de compartir un proyecto. Pero también existe un fenómeno contrario, lo que algunos denominan “celos inversos”, que consiste en que uno de los miembros de la pareja quiere que el otro desaparezca de su vida pero no se atreve a plantearlo expresamente, por cobardía. Le gustaría que apareciera una tercera persona que le librara de tener que afrontar una decisión. Desearía que el otro le fuera infiel, que acabara en otros brazos, y así quedará todo solucionado. Diríase que esta situación es la que está experimentando Sánchez en relación con Unidas Podemos: todo indica que tiene muchas ganas de que se larguen del Gobierno, pero que no parezca que es él el que rompe la coalición. Lo que acaba de pasar relativo a la posición sobre el Sáhara es una más dentro de una lista que se acrecienta cada semana. En apenas veinte días el presidente ha decidido, por sí y para sí, sin hablarlo con sus socios, enviar armas a Ucrania, anunciar el aumento del presupuesto de defensa hasta el 2?% del PIB, y conceder a Marruecos aquiescencia sobre soberanía en nuestra excolonia. Cualquiera de esas decisiones tendría relevancia bastante como para que los miembros de la pandilla que tutela Pablo Iglesias y regentan fiduciariamente Belarra y Montero se hubieran plantado y aplicado enfáticamente la doctrina esa del “no en mi nombre”. Lo del Sahara es especialmente relevante, porque ha bastado una mera carta de Sánchez para consolidar una posición irreversible que compromete a España ya para siempre. Surte efectos inmediatos, y no habrá Gobierno que la quiera revertir. Lo del gasto en defensa, al fin y al cabo, dependerá de cómo quiera aprobar los presupuestos el Parlamento. Pero esto del reconocimiento como provincia marroquí del territorio saharaui supone, simple y llanamente, hacer algo que ni siquiera Aznar se atrevió, y que el mismísimo Trump ejecutó por sorpresa en los últimos meses de su mandato después de pactar con Mohamed VI la participación alauita en los llamados Acuerdos Abraham, favorables al reconocimiento de Israel. Este es el tablero en el que se movió la decisión norteamericana. Qué pretenda Sánchez es algo que tal vez ni él mismo sepa, y si el precio es que dejen de mandar pateras, poca cosa parece para cómo usó a misma carta el denostado Trump. Hay un riesgo cierto de que Argelia juegue con el flujo de gas que nos vende, en un momento de carestía y problemas de suministro.

Como percebes instalados en la roca, Belarra, Montero, Díaz y Garzón sostienen sus carteras de ministros. Cada vez que hablan producen vergüenza ajena, constatando que no han sido capaces de evolucionar el discurso pueril y mononeuronal de asamblea de facultad hacia algo que merezca sitio en las decisiones públicas importantes. La ministra de Igualdad está empeñada en imponernos soluciones feministas para los problemas que con toda seguridad ella estará viviendo en su casa, porque de lo contrario no se entiende el sesgo alucinado con el que describe la realidad social. Belarra es la nada, apenas dos tonterías en Twitter semanales para contarnos que sigue ahí. Garzón nos explicaba hace poco cómo había que guardar los huevos en la nevera, sin duda un problema político de primer nivel. Y lo de Díaz es digno de una edición especial del Vanity Fair, Golden Issue, la sindicalista de Comisiones trasmutada en princesa de Disney. Esto es lo que queda del partido de la gente, el que llegaba para acabar con las castas, el movimiento que emerge desde abajo y al que temen los poderosos. La payasada, única ideología que cementó el grupo, llevada hasta su más excelso escenario, como Arévalo debutando en la Scala de Milán. Podemos fue un proyecto que hace unos años asustaba a algunas clases dirigentes. Hoy ya no tiene nada de movimiento, y sí mucho de rebaño estabulado en la nómina pública. Ha bastado que llegara Sánchez, el presidente que cuenta con un servicio permanente de maquillaje, se hace sus retoquillos estéticos y sobre el que van a rodar una serie, para poner en su auténtico lugar a aquellos que dijeron querer conquistar los cielos. En lo más importante de todo este escenario, los menos pudientes de la sociedad empobrecen más cada día por los costes de la luz y los alimentos. Pero ya no hay emergencia energética ni hambre en las calles, porque para eso Montero y Belarra son ministras. Están dentro de un Gobierno que es incapaz de cerrar la hemorragia de los precios, que reconoce la soberanía de Marruecos en el Sáhara y que se dispone a aumentar el presupuesto de defensa.