iles de personas acompañan este fin de semana a la Korrika en su paso por Navarra. Pese al temporal y al frío. Pese a la pandemia, que obligó a suspender la edición del pasado año. Y pese a la euskarafobia de una parte de la clase política, que una vez más ha tratado de poner todos los obstáculos posibles que estaban a su alcance, que ya no son muchos.

Pese a todo, la carrera de AEK vuelve a ser un éxito de participación y de capacidad logística. Durante 11 días miles de personas, instituciones y colectivos diversos compartirán lo largo de más de 2.000 kilómetros un relevo cargado de simbolismo. La Korrika nació como una iniciativa bianual para recaudar fondos con los financiar el aprendizaje de euskera en las personas adultas. Pero 42 años después se ha convertido en una enorme expresión de apoyo popular al euskera. Y una muestra del potencial que tiene el movimiento popular cuando está comprometido y bien coordinado.

La carrera ha ido ganando espacio año tras año. En la calle y en las instituciones. Sumando adeptos desde una perspectiva festiva, atractiva y estimulante. A la que se suman ya sin mayores complejos partidos e instituciones. Del Parlamento de Navarra a Osasuna, pasando por ayuntamientos, asociaciones vecinales y colectivos culturales y deportivos de todo tipo.

La Korrika sigue generando sin embargo un rechazo importante en una parte de la representación política, que ve el euskera como un elemento identitario y nacionalista. Y que teme que su desarrollo implique también un avance de las posiciones abertzales en el futuro. Una reflexión que explica en gran medida la beligerancia que la derecha, y también ciertos sectores del PSN, han mostrado históricamente en contra del euskera.

Las zancadillas No ha sido diferente la Korrika de este año. El alcalde de Pamplona ha tratado de impedir que los colegios organizaran su propia carrera obligándoles a ir por las aceras y el portavoz parlamentario de Navarra Suma ha salido al cruce con acusaciones de "politización", "imposición" o "extremismo". Expresiones que sirven al relato argumental de la derecha, pero que resultan ofensivas y desagradables para quienes participan en una movilización que se podrá compartir o no, pero que ante todo es festiva y familiar.

La clave la daba hace unos días, posiblemente de forma involuntaria, Iñaki Iriarte (Navarra Suma): "Sin el Plan Estratégico del Euskera no sé qué hubiera sido de mi vida parlamentaria en esta legislatura". Toda una muestra de la importancia que la batalla lingüística permanente tiene para la derecha y sus resortes ideológicos, especialmente desde que UPN salió del Gobierno .

La llegada de los partidos abertzales al poder ejecutivo ha sido siempre un anatema para la derecha navarra, que ligaba la pérdida del poder a la desaparición de la Comunidad Foral. Eso, a la vista está, no ha ocurrido ni va a ocurrir, por mucho que Ana Beltrán recurra ahora al espantajo de la Transitoria Cuarta. En cambio, sí que ha habido avances en materia lingüística. Escasos para algunos y de calado para otros. Pero suficientes para que la derecha pueda sostener el debate político en el eje identitario (nacionalistas-constitucionalistas) frente a un eje social (izquierda-derecha) que le aleja de la composición de mayorías.

Desgraciadamente, el euskera sigue siendo un elemento de división interesada en Navarra. Un argumento de oposición al Gobierno de Chivite, que mide mucho cualquier paso en una dirección que le resulta especialmente incómoda. Los socialistas han accedido a mantener y mejorar la financiación de Euskarabidea, y han cedido su gestión a Geroa Bai, que mantiene una línea muy similar a la de la legislatura pasada. Pero han fijado líneas rojas en el ámbito de la Administración, que se han hecho más firmes en este tramo final de la legislatura. Los planes lingüísticos siguen pendientes y el plan estratégico del euskera bloqueado por un PSN que quiere evitar argumentos con los que la derecha le puedan restar votos en las próximas elecciones.

Esta realidad ha generado frustración en la comunidad euskaltzale, que ha convocado una manifestación para el próximo 7 de mayo en contra de la regulación de los méritos en el acceso a la Función Pública. Un decreto muy emblemático pero de relevancia menor en cuanto a su efecto en la Administración. Y aunque puede haber motivos justificados para salir a la calle contra el Gobierno, no deja de ser un error enfatizar el derrotismo, infravalorando los avances logrados en estos últimos años, especialmente importantes en materia presupuestaria.

Porque, en cierto modo, el cambio de Gobierno de 2015 ha supuesto también la desmovilización de una parte del movimiento popular que militaba en el fomento del euskera en condiciones extremadamente difíciles, y que confió en que el Boletín Oficial sería suficiente para seguir avanzando. Pero ningún gobierno puso en marcha las ikastolas ni organizó la Korrika. Y ninguno garantizará el desarrollo de una lengua que sigue teniendo en el compromiso personal y colectivo su principal fortaleza. Hoy el futuro del euskera se juega más en las redes sociales y en la pantallas de entretenimiento que en el baremo puntual de una oposición. Por muy simbólico que sea.

Pese a las múltiples trabas, la Korrika ha sabido ganar espacios al euskera desde una perspectiva amable, popular y estimulante

El futuro de la lengua se juega más en las pantallas que en los baremos, por muy simbólicos que sean