SE sospechaba que las fuerzas de izquierdas, constituirían un pacto electoral para tomar parte en las elecciones a Cortes del mes de febrero. Tres capitanes, Gerardo Diez de la Lastra, Manuel Vicario Alonso y Carlos Moscoso de Prado, destinados en el Regimiento de Infantería América de Pamplona, ordenaron a los mandos inferiores a que tuvieran a punto y dispuestas las máquinas de las compañías ante esta posibilidad. Es entonces cuando comienzan a elaborar planes sobre una futura rebelión contra el sistema de gobierno que pudiera salir de las urnas, importado del extranjero y contrario a los sentimientos y principios del pueblo español.

Comienzan la conjura en la clandestinidad, contactando con varios capitanes, en Bilbao, con Ramos; en Burgos, con Murga; en Zaragoza, con Mediavilla; en Logroño, con Navarro; en Vitoria, con Castillo; en Barcelona, con López Varela; en Madrid, con Lozano; en Sevilla, con Vara del Rey; y en Málaga, con Huellín. Un rumor comienza a oírse en las salas de banderas de los cuarteles "se está propiciando una conspiración contra el régimen, auspiciada por tres capitanes de la guarnición de Pamplona".

El día 8 de febrero de 1936 se dan cita en el Restaurante Cuevas de Pamplona los capitanes iniciadores de la idea junto con los tenientes Cortazar, Dapena, Mayoral y el alférez Múñoz, todos deseosos de participar, si el Frente Popular ganaba las elecciones.

El capitán Lastra dio cuenta de las reuniones mantenidas y, en las mismas, le encargan que mantenga contactos con requetés y que busque una persona idónea para ponerse al frente de la conspiración. Hasta dar con ella, el teniente coronel Alejandro Utrilla, militar de más alta graduación y jefe carlista en Navarra, sería el elegido.

El 17 de febrero, los conjurados se reúnen en la Ciudadela. Lastra informa que las noticias no son halagüeñas, porque no todos los contactos militares mantenidos eran de fiar y propone al grupo reunirse con los mandos carlistas y falangistas de Navarra para activar la preparación y la adquisición de armas. En función de los resultados que se obtengan se tomaría la decisión de continuar o de dejar en suspenso la aventura.

En marzo reciben una grata noticia. El jefe de la media Brigada, el coronel Puigdengolas, y que no era proclive a la conjura, iba a ser relevado del mando. Para sustituirle nombran al coronel Francisco García Escámez. Los conjurados consideran al coronel su jefe directo. Así le plantearon la cuestión y su decisión fue favorable a la conjura

El general Varela, en una visita a Pamplona, se reúne con Lastra y le comunica que el general Mola va hacerse cargo de la Brigada y del Gobierno Militar. El día 14 de marzo llega a Pamplona, acompañado de su fiel ayudante Emiliano Fernández Cordón; su esposa y cuatro hijos.

Mola, a los dos días de su llegada, se reúne con el capitán Lastra y le comenta que en Madrid no ha gustado la protesta de Pamplona. Los capitanes están inquietos porque Mola no parece el general que motivó su desacuerdo con las medidas del gobierno ni quien había caracterizado al socialismo y al separatismo como enfermedades. Tampoco parece la persona que dijo: "Hay que confiar en que antes de que se produzca una situación irreparable, Dios o el Diablo nos deparen un gobierno enérgico capaz de meternos a todos en cintura y echar los cimientos de la nueva España".

Su incertidumbre en la implicación directa motiva que los conjurados se reúnan en el domicilio del capitán Moscoso, en el edificio de los pabellones militares de la calle General Chinchilla nº 14. Acuden a la cita por la ciudad de Burgos, el comandante Porto y los capitanes Fernández y Murga; por Logroño, los capitanes Bellot y Chacón; de Bilbao se desplazó el capitán Ramos; de San Sebatián, el teniente Leoz; los representantes de Estella delegaron su voto en los oficiales de Pamplona. Los reunidos acuerdan designar cabeza rectora de la conjura al general Mola, mandatar a Lastra para comunicárselo y darle a conocer los nombres de los implicados. Mola, después de pensarlo unos días, el 19 de abril acepta convertirse en el Director.

Los conjurados, ante la pasividad que mostraba Mola, le piden explicaciones y el 29 de mayo el teniente coronel Fernández Cordón comunica a Lastra que Mola debía de emplear todo su tacto e inteligencia para evitar que los nervios e impulsos anticipados dieran al traste tan importante labor. Los conjurados siguen disconformes con su actitud y, a través del general González Lara, le insisten en que debe adelantar los acontecimientos y provocar el alzamiento inmediato, pero Mola no estaba por la labor y envío al general el siguiente telegrama: "Imposible colocar quesos de Burgos; en Pamplona no gustan".

El día 21 de junio, el general Cabanellas viaja a Pamplona y solicita entrevistarse con Mola. La reunión tiene lugar en el domicilio de Javier Aguado, en el nº 20 de la avenida Carlos III. Los dos militares repasan la situación: mal en Madrid, mal en Cataluña, bien en Burgos, bien en Valladolid, dispar en Guipúzcoa, en Bilbao manda el Frente Popular. Después de las visitas realizadas a distintos acuartelamientos, contaban con 32 capitanes y sus correspondientes compañías. Todos dispuestos a levantarse contra el gobierno del Frente Popular.

El 28 de junio, Mola se mostraba inquieto. Las noticias recibidas no presagiaban nada bueno. Se esperaba la llegada del Director de Seguridad, Alonso Mallot y su policía; ante el temor de ser arrestado, se prepararon dos coches para trasladar al general a la frontera. El director general se entrevistó con el gobernador civil, Menor Poblador, y marchó a Madrid sin aparecer por el Gobierno Militar. ¿Qué sucedió en la entrevista? ¿Por qué no se detuvo a los conjurados?

El 14 de julio todo estaba a punto, hasta los nombres de los militares que debían mandar las tropas, que se dirigirían a la conquista de Madrid, al mando del coronel García Escámez: los tenientes coroneles, Galindo, Lladeta e Isabe García; los comandantes Alfredo Sotelo y Julio Pérez Salas; cinco capitanes del Regimiento América: Lastra (Gerardo), Moscoso, Alós, Navarro y Vicario; y cinco del Regimiento Simancas: Villas, Lastra (Gonzalo), Martín Rubio, Villa y Vizcaíno.

En los cuarteles de Pamplona todo estaba preparado para las 14 horas del día 19 de julio de 1936. Las órdenes decían: Se harán cargo de las cuatro compañías que marcharan sobre Madrid los capitanes Díez de la Lastra, Vicario, Moscoso y el requeté del tercio que se incorpora al Ejército con el nombre de Tercio del Rey, el capitán Jaime del Burgo, acompañados de tres capellanes y dos médicos.

En Pamplona, las calles y plazas estaban desiertas, faltaba menos de una hora para que una compañía del Ejército saliese a la calle y declarase el estado de Guerra.

"Don Emilio Mola Vidal, general de Brigada y jefe de las fuerzas armadas de Navarra, hago saber: Vacilar un momento más, sería un crimen. España, presa de la más espantosa anarquía, se desangra y muere. Vulnerada la Constitución, negados los más elementales derechos de la ciudadanía, comenzando por la vida, entregados los pueblos y ciudades al dominio de los pistoleros, España ofrece hoy un espectáculo de miseria, sangre y dolores que jamás haya registrado su historia. El Ejército y la Marina, fieles a la consigna de derramar su sangre por la Patria, extienden hoy su brazo armado para detener a España al borde del abismo.

Ordeno y Mando

Queda declarado el estado de Guerra".

¿Que les deparó el destino a los capitanes conjurados? Algunos murieron en el campo de batalla, otros ascendieron y vivieron a expensas del régimen franquista.