PAMPLONA. Blanca y Silvia, madre e hija, siempre han estado muy unidas. Su vínculo maternofilial les ha hecho tener una gran afinidad entre ellas y un lazo especial. Con la llegada del cáncer a sus vidas, esa afectividad se ha convertido en el pilar básico para superar la enfermedad. Sin embargo, ese sentimiento no se ha quedado ahí; sienten la necesidad de traspasar su relación y aportar todo su cariño a otras personas y familiares que sufren cáncer, como voluntarias de la Asociación Española Contra el Cáncer, AECC. “Hay mucha gente que se encuentra sola y que necesita compañía”, señala Silvia. “Además, después de vivir un cáncer en primera persona es más fácil trasmitir fuerza y ánimo a los enfermos”, añade Blanca.

La historia de estas dos luchadoras comenzó hace un par de años en una revisión rutinaria de ginecología, cuando Blanca Ibáñez fue alertada por su médico de que “había algo que no le gustaba”. Ella no dudó en preguntar “¿cuánto no te gusta?” y enseguida descubrió que se trataba de un cáncer de ovario, el sexto más frecuente entre las mujeres, con aproximadamente 205.000 nuevos casos al año en todo el mundo.

Al salir de la consulta se dirigió a casa y se sentó en un porche frente al portal de su vivienda. Rompió a llorar, pero se armó de coraje y llamó a su amiga médico, “quizás en un momento delicado de búsqueda de afectividad y compresión de lo que le estaba pasando”. Una vez con su familia, Blanca comunicó la noticia “con bastante entereza”, según señala Silvia, la mayor de sus tres hijos. “Mi madres es una persona muy natural, que dice las cosas tal y como son y no por tener cáncer iba a actuar de diferente manera”. Abrazada a sus seres queridos, Blanca decidió esperar a realizarse más pruebas para tener un diagnóstico más preciso, pero todo apuntaba a un tumor en el ovario. “Lo esperanzador del informe era que, al contrario que sucede en la mayoría de los casos, no estaba muy avanzado”. Se calcula que ocho de cada diez casos de cáncer de ovario se diagnostican en estadios avanzados de la enfermedad y supone el 5% de todas las muertes por cáncer. Sin embargo, estos datos no asustaron a Blanca, que decidió someterse a una operación de “casi 11 horas” y a al “insufrible tratamiento de quimio”. En todo momento “sentí una sensación de impotencia, de que yo no podía hacer nada por solucionarlo. Que lo mejor era ponerme en manos de los que sí sabían qué hacer. Era algo que traspasaba mi control. Tenía que dejarme llevar”.

Afrontar los cambios

El diagnóstico de cáncer de ovario conlleva una cirugía y un tratamiento médico que durante algunos meses genera un cambio significativo en la paciente y su entorno más cercano. En este proceso, Blanca relata que su hermana y su hija fueron claves para afrontar los cambios. “Frivolizamos un poco con el tema. Fuimos a una peluquería y me rapé la cabeza antes de que se me cayera el pelo. Pasamos un rato muy agradable y nos echamos muchas risas”. Sobre este aspecto, Ibáñez también comenta que modificó un poco su maquillaje y que comenzó a pintarse los labios, “quizás como un gesto de intentar desviar la atención de las personas que me miraban”. “Intenté verme guapa”, puntualiza. Sin embargo, destaca que la imagen no fue lo que más le preocupó sino el cómo le iba a afectar la quimioterapia, “si me iba a causar vómitos, si me sentiría débil, mareada...”.

Más que un apoyo

Sentirse querida y arropada por sus seres queridos ha sido la mejor medicina para afrontar la enfermedad. “Yo me he tomado esta fase de mi vida como un kit- kat, un paréntesis. De hecho, me ha ayudado a encontrarme conmigo misma”. Por su parte, su hija Silvia apunta que su actitud positiva ha sido ejemplar en todo momento. “Siempre ha sido una mujer muy enérgica y en algunos momentos era ella quien nos daba los ánimos y nos tranquilizaba”.

La vitalidad que muestra Blanca relatando su historia confirma el optimismo y la firmeza que posee para afrontar “los diferentes baches que tiene la vida”. Además, manifiesta un semblante fuerte y luchador que ha sido clave para “soportar las largas horas del día” mientras se sometía al tratamiento. Por otro lado, describe el proceso posterior a la medicación como otra de las fases más complicadas de la enfermedad porque llega el momento de reincorporarse a la vida. “Es como si te sacaran de un tiovivo que da vueltas y vueltas y, de pronto, te vuelven a meter. Regresar a la vida que habías dejado resulta muy duro”. Es en este periodo cuando la Asociación Española Contra Cáncer entró a formar parte del día a día de Blanca y Silvia.

En la AECC existe un equipo de psicólogos especializados para ayudar en diferentes situaciones, desde la reacción al diagnóstico, las relaciones familiares y de amigos, hasta las secuelas de los tratamientos. “Me han escuchado, comprendido y aportado los recursos necesarios para hacer frente a circunstancias nuevas y complejas que se me planteaban”. Este instante se convirtió en un punto de inflexión en la vida de Blanca porque recuerda con cariño las palabras de la psicóloga de la Asociación: “si buscas la Blanca de hace un año, no la vas a encontrar”. Esta frase le sirvió para tirar hacia delante y ver su entorno de otra manera. Además, le valió para darse cuenta de que existen muchas personas que afrontan la enfermedad “muy solas y sin nadie que les ofrezca afecto en esos momentos tan duros”. Aquí es cuando decidió, una vez recuperada, integrarse en la Asociación como voluntaria, un paso que ya había dado su hija Silvia. “La soledad me parece terrible”, agrega.

El apoyo de las personas queridas, de profesionales del Servicio de Oncología del Complejo Hospitalario de Navarra y de psicólogos especializados en pacientes con cáncer de la AECC , “me parece fundamental para superar la enfermedad”. Aunque también añade que hay que “saber empatizar y comprender a las personas cercanas que no saben cómo actuar ante una enfermedad de estas características y de cómo vamos a reaccionar los enfermos”.

Por su parte, Silvia, con sus 28 años, es una chica inquieta que muestra alegría y afecto en su rostro. Su interés en el voluntariado siempre ha estado latente, pero su vivencia personal con el cáncer de su madre y el contacto que tuvo con dos voluntarias de la AECC durante un momento del tratamiento de ésta la animó a entrar en la Asociación. En la actualidad, forma parte del servicio de Biblioterapia, que consiste en un sistema de préstamo de libros de contenidos “muy didácticos y positivos” para los enfermos que se encuentran en el hospital o que acuden a someterse a largos tratamientos. “Me sobrecoge ver cómo sobrellevan muchas personas la enfermedad sin un ser querido alrededor. Paseando por las habitaciones te das cuenta que el 80% de los pacientes están solos, sin nadie que les acompaña”. Pero, a su vez, describe este momento como uno de los más gratificantes “cuando recibes un gesto cariñoso y una sonrisa de quien está deseando que le des conversación”.

Como testigos del cáncer, Blanca y Silvia son un claro ejemplo de lucha contra la enfermedad. No tienen consejos para todas esas personas que han sido diagnosticas porque “consideran que cada paciente tiene una forma diferente de asumir su enfermedad”, pero lo que tienen claro es que “hay que asimilar con positivismo lo que toca” y que la mejor medicina es “estar rodeado de seres queridos para superar los contratiempos del cáncer”.

personal

Lugar: Pamplona.

Edad: 59 años. Familia: Casada con tres hijos. Silvia de 28 años, Román de 25 y Miguel de 21.

Perfil: Era corredora de seguros, profesión que abandonó tras ser diagnosticada de cáncer de ovarios hace dos años. Ahora es autónoma y ejerce de voluntaria en la Asociación desde hace uno. Cree que el apoyo emocional es esencial para superar “todo el proceso”.

personal

Lugar: Pamplona.

Edad: 28 años.

Perfil: Informática, hija de Blanca Ibáñez y voluntaria en la Asociación. Colabora con el servicio de Biblioterapia, repartiendo libros de préstamos entre los enfermos de cáncer y aportando cariño y compañía a quien lo necesita