Sonó el teléfono y Patxi Azpilicueta lo descolgó. Al otro lado una voz desconocida le informaba de que su pareja, Jon -nombre ficticio ya que prefiere mantener el anonimato-, había sido detenido en el aeropuerto de Sao Paulo cuando intentaba traer a Europa varios kilos de droga. Era 27 de abril de 2017 y la llamada la hacían desde el centro penitenciario Cabo P.M. Marcelo Pires da Silva, en la localidad de Itaí, situada en una zona rural a 300 kilómetros de Sao Paulo.

Desde entonces, todos los esfuerzos de este vecino de Estella estuvieron encaminados a conseguir la extradición de Jon, que logró a principios del pasado año, cuando recaló en la prisión de Soto del Real, Madrid, para acabar en la prisión de Pamplona, donde actualmente cumple condena. Pero estos casi dos años han sido “un infierno” tanto para Jon como para Patxi, un largo camino recorrido para intentar salir de las infrahumanas condiciones de la cárcel de Itaí.

“Estuvo un año en Brasil en una situación deplorable. Me contaba que había una falta de higiene brutal y que vivían 50 presos por celda totalmente hacinados y rodeados por ratas del tamaño de gatos”, explica Patxi. El centro penitenciario Cabo P.M. Marcelo Pires Da Silva es una prisión para reclusos que no sean brasileños y, en teoría, se trata de “una de las mejores cárceles de todo Brasil”. Sin embargo, la experiencia de Jon en el centro penitenciario no fue nada agradable, un lugar del que recuerda “la miseria, la sobrepoblación y la gran discriminación” que se vivía en el interior. “Al ser homosexual lo metieron en lo que llaman el Módulo de Respeto, donde había personas con diferente orientación sexual. Era una cárcel con personas de muchísimos países, había quienes no respetaban en absoluto la condición sexual de los demás, incluso no bebían de los mismos vasos que ellos”, relata Patxi.

Pese a la idea generalizada de que las cárceles del extranjero son especialmente peligrosas por la violencia y la inseguridad, que también, lo peor de esas prisiones son las enfermedades y una deficiente asistencia sanitaria. “Jon por suerte no enfermó de nada, pero allí casi todos tenían tuberculosis y sarna”, señala.

Patxi todavía recuerda con amargor lo duro que fueron aquellos doce meses en los que tan solo tenía contacto con su pareja por carta. “Yo nunca fui a Brasil, fue una recomendación que me hizo Jon. Me dijo que no fuese porque allí si ven que un familiar tiene dinero para hacer el viaje suelen extorsionarlo y puede ser muy peligroso”, apunta el estellés, que la única vía de comunicación que tenía con él era a través de cartas que la mayoría se quedaban por el camino.

6 años y 7 meses Jon, catalán de nacimiento pero residente también en Estella, fue condenado un año después por un juzgado brasileño a 6 años y 7 meses de prisión por tráfico de drogas. “Estuvo enganchado a la cocaína y una cosa le llevó a la otra. Pero este tiempo en prisión por lo menos le ha servido para cambiar y rehabilitarse”, explica. Patxi movió cielo y tierra para conseguir la extradición: “Hablé con políticos y con el Gobierno de Navarra para que me ayudasen y ellos se pusieron en contacto con el consulado de Sao Paulo y allí me consiguieron un abogado. Me he tenido que mover mucho pero todos los pasos que he dado creo que han servido para algo”, comenta.

Finalmente, a principios de 2018 fue llevado a Soto del Real, donde estuvo tres meses. “Allí lo tuvieron una semana en observación para ver si se encontraba bien. Había perdido mucho peso porque allí comían siempre frijoles con arroz, pero ya se ha recuperado”, relata Patxi.

Ahora, Jon ya lleva más de diez meses en la cárcel de Pamplona, a donde Patxi va a verle todos los domingos. “Recibió hace poco un permiso de tres días y el mes que viene tiene uno de seis, que lo aprovecharemos para ir a Cataluña a ver a su familia. Si todo sigue así, en octubre o noviembre podrá acceder al tercer grado”, comenta.

La torre de babel de Brasil. El centro penitenciario de Itaí es apodado localmente como la “Torre de Babel” por su diversidad, al ser una cárcel para personas extranjeras. Son habituales las disputas relacionadas con el lugar de procedencia.

Robo de sus pertenencias. Cuando detuvieron a Jon en el aeropuerto de Sao Paulo, la Policía brasileña confiscó todas las pertenencias que llevaba encima en ese momento. Entre ellas, llevaba un iPad, un ordenador portátil y un teléfono móvil, que nunca se los devolvieron.

500 € cada visita del abogado. Itaí se encuentra a más de 300 kilómetros de distancia de Sao Paulo, ciudad en la que vivía el abogado que contrató Patxi. Cada vez que viajaba hasta la prisión de Itaí, la factura del traslado de ida y vuelta ascendía a 500 euros.

Gestión del consulado. Pese a que Patxi reconoce que el consulado español en Sao Paulo le ha atendido siempre correctamente, todavía le queda una espina clavada. Cuando Jon ingresó en prisión había enseres personales que quiso mandarlos de vuelta a Estella, sin embargo desde el consulado le informaron que para ello debería pagar 1.000 euros por la importación.