Nunca lo llevó en secreto, pero es ahora cuando Mikel, vitoriano de 49 años, hace públicos los abusos sexuales que sufrió durante su estancia en el Centro de los Padres Reparadores de Puente la Reina, donde estudió desde los 10 a los 13 años. En los próximos días también denunciará ante la Ertzaintza las conductas abusivas del hermano Basilio García.

¿A qué edad llegó a los Reparadores?

Estuve desde 1980 hasta que me fugué en 1983. Salí del convento y fui hasta Vitoria a dedo. Llegué a casa y no había nadie, me encontré con que mi madre estaba ingresada en el hospital y fui a casa de mi hermana.

¿Cómo acabó en Puente la Reina?

Mis padres se separaron y mi madre tuvo que sacar adelante a cuatro hijos. Se buscó la vida como pudo, con toda la precariedad que suponía no tener horarios. Yo pasaba demasiadas horas en las calles, que no eran muy acogedoras en aquel entonces. Era un ambiente en el que la juventud se iba con el mundo de la droga, y mi madre pensó que no era el mejor lugar para crecer. Teníamos una vecina de Puente la Reina que un año antes había mandado a su hijo a los Reparadores. Fue entonces cuando nos mandaron también a un amigo de Vitoria y a mí.

¿Qué sensación le transmitió el centro en un primer momento?

Se lo saben montar bien. Te mandan en una especie de plan de acogida en verano para que hagas amistades. Entonces todo era guay, en casa no teníamos una situación muy boyante y en Puente teníamos incluso piscina. Me pareció un buen sitio hasta que vi el régimen de disciplina que había, y el sistema educativo de la época, de con la sangre la letra entra, tampoco ayudó.

¿Cuál fue el primer episodio de abusos sexuales que recuerda?

Yo recuerdo uno, pero ahora mismo desconozco si previamente había tenido algún otro. Éramos tan sumamente inocentes que pasábamos por sus manos y ni siquiera sabíamos que lo que pasaba podía ser un tema sexual. Al pasar por la Enfermería, el hermano Basilio, que ni siquiera tenía ningún conocimiento avalable de Medicina, nos medicaba y hasta el día de hoy no sabemos qué pasaba. Lo que sí recuerdo es el episodio que denuncié en el primer momento. Un día me puse enfermo y, en vez de ir a la Enfermería, el hermano Basilio me llevó directamente a su cuarto y me metió en su cama. Empezó a manosearme, a chuparme... Era muy macabro. También quería que yo le tocara a él, pero me negué y me enfrente a él como bien pude con once años.

Antes del momento que relata, ¿sabía de algún compañero que hubiera sufrido lo mismo?

Todos los casos empezaron a salir a raíz de que yo denunciara los hechos. Entre nosotros lo hablábamos e incluso le hicimos una canción conocida por todos en la que comentábamos que Basilio era un pederasta.

¿En qué consistió su denuncia?

En cuanto salí de la enfermería se lo conté a todo el mundo: a los compañeros, a mi madre... A los días el padre Marcelino Carrera me hizo una encerrona. Creo que se estaba excitando cuando le contaba lo que me ocurrió con el hermano Basilio. Ahondaba demasiado en los detalles, sacaba excitación, le daba morbo el tema. Esa imagen la tendré de por vida. Son personas que han rondado la homosexualidad, no han encontrado la puerta de salida del armario y se refugiaban debajo de una sotana. También me desperté un día y vi que el padre Carrera me había levantado las sábanas y me estaba observando. No me tocó. Pero ese día cogí una especie de recogedor, arranqué la estaca que tenía y mandé un mensaje a todo el barracón de que nadie más me iba a tocar porque iba a dormir con ella debajo de la cama. No la tuve que usar.

¿Cómo se quedó su madre al saber lo que había ocurrido?

Todavía se siente culpable y se pregunta cómo me pudo mandar a aquel sitio. Ella lo hizo pensando que sería lo mejor para mí, y mira lo que pasó.

¿En algún momento le dijo que lo sacaría del centro?

No, ella pensó que el tema estaba resuelto y que yo tenía suficientes herramientas para defenderme de aquello, como así fue. Para mí siempre ha sido una mochila con la que he tenido que cargar, y los abusos sexuales fueron un hito más que marcó mi personalidad. Nunca he tenido ningún reparo en contarlo en todos los foros a lo largo de mi vida, desde mi mujer a mi madre, y de mis amigos al que me pone un pote en el bar. Necesitaba dar mi versión.

¿Cuándo decidió denunciarlo públicamente?

Un día estaba leyendo DIARIO DE NOTICIAS y vi un artículo donde hablabais del hermano Basilio. Según lo estaba leyendo me estaba viendo reflejado. Después del drama de todos los casos que iban saliendo, me vi en la obligación moral de estar con mis compañeros. Yo no estoy aquí con ningún afán de venganza, solo busco que mi testimonio se conozca y dar apoyo a las personas que han pasado por lo mismo que yo para que no se sientan solas.

¿Cómo le marcó aquello?

Me marcó en muchos aspectos. Quizás a nivel social fue lo más duro. Estábamos en un régimen autoritario en plena adolescencia sin ningún contacto femenino, y el integrarnos después en la sociedad fue muy difícil. Nosotros necesitaríamos un programa de reinserción social, como los presos, porque éramos incapaces de relacionarnos de manera normal. Yo no creo que me haya convertido en un monstruo, pero de aquel sitio podía haber salido cualquier cosa.

Llama la atención que tuviera la valentía de rebelarse contra ellos.

Siempre he sido un poco sindicalista, un luchador de causas perdidas. En mi casa las hemos pasado suficientemente moradas como para estar por debajo de nadie. No hay mejor defensa que un buen ataque, y aquello era pura supervivencia. Era como la escena de la cárcel y la pastilla de jabón, pues imagínatelo en un colegio de curas y con once años.

¿Se volvió a repetir algún episodio similar?

No, a partir de allí fue cuando trasladaron al hermano Basilio a Alba de Tormes, lo pusieron en cuarentena. Todos sabían que era un hombre que no estaba bien psíquicamente. Los conventos, y este no iba a ser diferente, eran sitios donde esconder todas esas miserias que no eran capaces de afrontar por ellos mismos y un sitio de refugio para este perfil de personas.

¿Recibió alguna llamada por parte de los Reparadores después de fugarse?

Como mi madre estaba enferma, mi padre me acogió y me cambió a un centro público y mixto en Vitoria. Para mí aquello era un nuevo mundo. No fue fácil hacerme un sitio, porque llegué allá como un marciano. Yo me considero un superviviente de ese infierno. Tengo pequeñas secuelas que acarrearé siempre porque la personalidad se forja con tus vivencias, y las mías han sido estas.