pamplona - Pablo tiene una vida que merece ser contada. Ahora, con 75 años, reposa en casa por una reciente intervención y al leer los testimonios de abusos sexuales en colegios religiosos que está publicando este periódico decidió contar su relato. Pablo es una persona muy conocida en esta ciudad y ha tenido una trayectoria impecable en su ámbito, con una destacada faceta deportiva. Dice que no le importaría dar la cara, pero solo piensa en la pereza de salir a la calle y que a la gente solo le interese el morbo. Aquí cuenta cómo El Topi le efectuó tocamientos lascivos en 1958, cuando tenía 14 años, pero más allá de eso dice que esto ya no se puede callar, porque bastante han callado. Y deja un mensaje claro: que esto no manche la imagen de Salesianos. “Para mí fue un gran colegio”.

¿Cuáles fueron sus estudios?

-Nací en el Casco Viejo y empecé a estudiar en un pequeño colegio de monjas. También estuve un año en Vázquez de Mella y luego ya empecé en Salesianos. Ingresé en 1953, estudié lo que sería la EGB hasta 1957, y luego estuve cinco años más en la formación nocturna, hasta 1963. Mi padre tenía un taller y quería que su hijo mayor estudiara en Salesianos. Él era profundamente católico y lo que quería era que recibiera Religión y, a su vez, que me formara para trabajar en el taller.

¿Qué experiencia tuvo?

El recuerdo que tengo de entonces es bueno porque cumplieron con una buena educación. Para mí el problema era el exceso y el agobio de la religión. Tanto mi padre como mi madre eran fanáticos de la religión cristiana. Eso nos aburrió a casi todos en casa. Aquellos tiempos eran duros. Mi padre me puso a trabajar en el taller, terminaba a las 17.00 horas, luego acudía a una academia para formarme en contabilidad y tareas administrativas. Y, a las 19.30 horas, llegaba a Salesianos. Allí estudié 3 años Maestría Industrial por la rama de Mecánica. Luego quise cambiarme a delineación industrial que, gracias a las convalidaciones, terminé en dos años más. Además, entonces todavía tenía fuerzas también para ir al Conservatorio de Música. El problema era que querían que entrara en La Pamplonesa, que tocaba los domingos, y a mí los domingos me apetecía escaparme de la ciudad y salir a la naturaleza.

Por lo general, ¿parece que su paso por Salesianos fue positivo?

-Sí, a mí me parece que los Salesianos hacían una muy buena labor, el único mal recuerdo que guardo es que eran excesivamente rígidos en el aspecto religioso. Recuerdo que para ir al cine necesitábamos que nos pusieran el sello de haber acudido antes a misa y a los rosarios. Pero, en cuanto a la educación, estoy muy contento, y creo que hay que dejar este agradecimiento claro. Lo malo que tuvo, para mí, es la lacra de este hombre, El Topi, que desconozco si era el único pederasta del colegio o no. Lo triste del caso es que yo creo que lo sabía todo el colegio.

¿Qué le ocurrió con ese profesor?

Lo que me pasó fue algo puntual que en aquel entonces no conté ni a mis padres. Tarde 50 años, hace unos diez, en contárselo a mi madre, cuando ya estaba muy malica. No sé si no me creyó o no quería hacerlo. Le parecía irreal que un cura, que está predicando que no te la toques, fuera quien te tocara. Mis hermanos, que son varios más, tuvieron suerte en ese aspecto porque, sin contarles lo que pasaba realmente, les dije que no se acercaran al Topi porque era peligroso. No sé si fue por esa advertencia o porque no iban a las escuelas nocturnas, pero no tuvieron la misma experiencia que yo. Creo que este hombre tenía contacto con los chavales de a partir de 14 años. Después lo hemos hablado en familia con toda la calma y se lo he ido contando a mucha gente. A mí no me ha dejado ningún trauma.

Pero cree que debe contarlo.

-Desde que empecé a leer los casos en DIARIO DE NOTICIAS... Cuando publicasteis sobre Puente, Estella, Maristas... Pensé que Salesianos, El Topi, no podía tardar en salir. Alguna vez estuve tentado de llamar para contar lo que yo había vivido, pero decidí esperar a que saliera alguien. Era vox populi que El Topi no se comportaba como los demás curas. Cuando ibas a confesarte aprovechaba para tocarte, acariciarte y darte besos. Te decía: Dios te quiere mucho. La mayoría rehuíamos aquello por los besos. Quería que le confesaras todas tus intimidades, supongo que para calentarse. Recuerdo también que aquel confesionario olía raro, olía mal. Seguramente que el hombre algo hacía mientras confesaba.

¿Puso en conocimiento de alguien del centro lo que hacía?

-No, no contabas nada. Lo hemos hablado después. No decía nada porque era como si tuvieras tú algo de culpa. Éramos muy inocentes en aquellos tiempos. No te enterabas de nada porque no teníamos educación sexual, ni en el colegio ni en casa. Era un tema silenciado. La única educación que tuve fue a través de un libro, La sexualidad viril, escrita por un jesuita.

¿Qué es lo que le pasó con este hombre?

-Fue en el primer curso de nocturnos, en el 58-59. Este hombre era el director de los nocturnos. Un día, a principio de curso, apareció por la Mecánica. Poco a poco se iban yendo todos los compañeros y me llamó solo a una especie de oficinas. Allá había un montón de artilugios que iban haciendo los profesores. Recuerdo que había una especie de funda de una pierna de chapa. Era lo más parecido a lo que usan los pescadores que llega hasta la ingle para no mojarte. Entonces él hizo que me lo probara, para ver si era de mi medida. Me hizo meter una pierna y, cuando la funda de metal iba a llegar a mis genitales, me los agarró como para que no me cortara con la chapa. Él me agarró los testículos y el pene y en ese preciso instante me di cuenta de que su meta era tocarme y manosearme. Me pegué un susto enorme. Como pude me desembaracé de aquello y le dije que tenía mucha prisa. En ese momento él era todo cariño, no era nada violento. Me escapé como pude.

¿Terminó siendo aquel un día como otro cualquiera o le afectó?

-No fue un día normal. En vez de irme al conservatorio me fui directo a casa. No le dije nada a nadie. Me encerré en mí mismo, me quedé amargado. Aquello fue el principio de pensar por qué pasan esas cosas. Por qué una persona que te predica que es todo pecado, que no te la puedes tocar porque vas a ir al infierno, resulta que es él el que te la está tocando en nombre de Dios. Procuré olvidarlo, aunque no se me iba mucho de la cabeza. Lo bueno es que no tardé mucho en olvidarlo. A partir de entonces mi máxima preocupación era no darle ni la menor oportunidad de acercarse a mí. Después de ese día no me arrimé a aquel hombre en los 5 cursos siguientes.

Siguió cinco años más en el centro, ¿no se quedó con las ganas de decirle algo?

-No, ni tampoco guardo ningún rencor especial. El único trauma que me causó es que en aquel momento me quedé hecho polvo, pero no me duró mucho tiempo. Lo olvidé porque no podía vivir con aquella historia.

Y aquí estamos 60 años después.

-Me gusta que salgan estas cosas porque no hay derecho a esto. Una de las mayores conclusiones que he sacado con todo esto ha sido que la mayor culpa de estas historias que han pasado en todos los sitios la tiene el celibato, los votos de castidad... No se puede ir contra la naturaleza, los instintos humanos están ahí. Frenarlo es contraproducente. Lo que hay que poner es orden en esos instintos, siempre respetando a los demás.

Decía que le extrañaba que este caso de Salesianos no hubiera salido nadie todavía a contarlo.

-Tiene que haber muchos más casos, como el que leímos la semana pasada de la terrible historia que le pasó al anterior alumno que salió publicado. Tiene que haber mucho más. Tampoco me extraña que los Salesianos ahora se sientan mal porque el caso de un cura pederasta contamine toda la trayectoria de un colegio. Creo que lo mínimo que pueden hacer es llamarle y pedir disculpas, ofrecerle su ayuda.

“¿a TI EL TOPI TE TOCÓ EL PITO?”

Un conocido que también estudió en Salesianos le hizo esa pregunta a Pablo hace unos 8 años. Hace unos ocho años, Pablo se encontró con un conocido, que era antiguo compañero de clase en los Salesianos, dando un paseo por la orilla del Arga. Se pusieron a conversar durante un rato, a intercambiar recuerdos y, en un momento dado, este amigo le preguntó a Pablo: “Oye, ¿y a ti el Topi te tocó el pitó? Y entonces me dijo que su apodo se lo había puesto otro compañero del aula y que era porque le llamaba el Tocapitos. Estaba ciertamente preocupado, o así lo vi yo, por saber a cuántos alumnos les había pasado algo así”. Pablo no tuvo problema en reconocer en aquel encuentro que, en efecto, había sufrido tocamientos por parte de aquel salesiano de Pamplona (Manuel Ivorra, de nombre). Este periódico también se ha puesto en contacto con aquel conocido de Pablo. No recuerda con exactitud los detalles de aquella conversación, pero de su estancia en Salesianos y de su conocimiento sobre el sacerdote implicado recuerda que “era un hombre muy peculiar y especial. Ningún interno quería confesarse con él, era famoso por sus caricias al poner la cortinilla. Y aprovechaba la mínima para fisgonear. Era vox populi entre nosotros”.