pamplona - Hoy es el segundo aniversario del inicio del éxodo rohingya, el exilio en masa desde Myanmar (o Birmania) a Bangladesh por parte de una etnia minoritaria y apátrida que huyó de la represión y el estado de apartheid que sufría en su país de origen. En 2017, la ONU llegó a calificar el propósito del gobierno de Birmania como “limpieza étnica”; es decir, genocidio. A pesar de ello, las cerca de un millón de personas asentadas desde hace un par de años en los campos de Kutupalong, en el distrito bangladeshí de Cox’s Bazar, no tienen reconocida la condición legal de refugiadas. Así que aguardan presos de la dependencia de la solidaridad de las ONG, su única vía para malvivir; pero, por lo menos, sobrevivir. En esa fundamental labor participó la pamplonesa Mónica Fernández Mutiloa, enfermera de Médicos Sin Fronteras y experta en Salud Internacional.

¿Quiénes son las personas rohingya?

-Son un grupo étnico minoritario y musulmán que vivía en Myanmar, país principalmente budista.

¿Cómo era la situación de los rohingya en Birmania?

-Sus derechos más básicos no estaban respetados históricamente y ni siquiera estaban considerados ciudadanos del país.

¿Qué es lo que provocó definitivamente el éxodo masivo a Bangladesh?

-En 2017, el Gobierno de Myanmar aprovechó una serie de enfrentamientos entre grupos armados de ambos bandos para intervenir militarmente asesinando rohingyas y quemando sus casas. A partir del 23 de agosto de 2017, la población rohingya se tuvo que marchar en masa. Algunos caminaron durante más de un mes para poder cruzar la frontera con Bangladesh.

¿Qué situación se encontró usted cuando llegó a Cox’s Bazar?

-Al principio había pequeños asentamientos de casas de bambú y tiendas de campaña de personas refugiadas que iban llegando, con uno o dos kilómetros de distancia entre ellas. Pero, al cabo de un tiempo, los huecos entre los distintos campamentos se llenaron porque llegó casi un millón de personas. Así surgió el megacampo de refugiados de Kutupalong.

¿Cuál es el estado actual de la población rohingya?

-Además de los problemas de salud física por la falta de condiciones de saneamiento, el estado psicológico de la gente del campo es verdaderamente preocupante. Hay que tener en cuenta que no están reconocidos legalmente como refugiados, por lo que no pueden moverse, no pueden trabajar, no pueden comprar nada... no tienen futuro.

¿Qué ayuda aporta Médicos Sin Fronteras en Kutupalong?

-Contamos con tres hospitales, dos centros de salud y varias clínicas móviles para atender los muchos problemas físicos y de salud mental que nos podemos encontrar por las duras condiciones del campo.

¿Ve algún tipo de solución posible a día de hoy?

-No se ven soluciones a corto ni medio plazo porque el conflicto solo fue mediático al inicio del éxodo, en 2017. Dentro de la injusticia, la etnia rohingya se agarró a la esperanza de que la comunidad internacional le atendería por fin, pero surgieron otras crisis de refugiados en el Mediterráneo, de desvió la atención de los medios y la población sigue en Kutupalong igual que hace dos años y con la esperanza perdida de una solución cercana. En definitiva, como en todas las crisis, solo se informa de manera puntual cuando estalla y, después, no hay seguimiento aunque las condiciones sean iguales o peores. Los rohingya me dicen que hable de su situación y eso es lo único que nos queda: informar con datos y testimonios.

Resulta paradójico que mientras las ONGD han evolucionado de la caridad a la solidaridad con alternativas radicales, la crisis de refugiados se lo impide.

-Así es. La ayuda humanitaria a refugiados sin derecho de asilo legal es un parche y, cuantos más parches, menos presión política. Pero no podemos dejar morir a seres humanos que tienen derecho a la vida. Es cierto que a la población de los campos de refugiados es totalmente dependiente de la ayuda humanitaria, lo que ocurre es que no pueden tener autonomía sin que se les reconozca como refugiados. Negarles la asistencia sanitaria les pone en situación de vulnerabilidad extrema.

Además de en Bangladesh, usted ha estado cooperando en cuatro países de África, un continente tan amplio como la variedad de sus conflictos.

-Es un continente entero que está olvidado. Las regiones subsaharianas están a la cola de cualquier índice de desarrollo. Lo que pasa es que no interesa que se hable de ello porque, cuanto mayor sea el desgobierno y la pobreza, más fácil es para las grandes potencias explotar sus recursos.

¿Qué labores ha desempeñado en África?

-He estado en dos ocasiones en medio de conflictos armados de la República Centroafricana haciendo vacunaciones masivas contra brotes de sarampión y tratando la violencia sexual, con hasta 70 casos semanales de violaciones, principalmente de menores a partir de los dos años. En Sierra Leona estuve durante un año por la epidemia del ébola y nueve meses en unidades de urgencias y geriatría. En el Congo también traté el ébola y estuve en un hospital quirúrgico en una zona de conflicto de Camerún. Próximamente me marcho a Sudán del Sur y a Nigeria para tratar la violencia contra las mujeres.

Sorprende que con tan solo 28 años haya estado en tantos lugares. ¿Cuándo se introdujo en la cooperación y el desarrollo?

-Desde la Universidad recibí una beca de formación solidaria y cooperación. Cuando terminé la carrera en la UPNA busque enfocar mi profesión hacia el terreno de la ayuda humanitaria y la cooperación internacional. Entonces, hice un máster de Salud Internacional en Málaga y la epidemia de ébola de 2014 fue la que me abrió las puertas a dedicarme profesionalmente a ello, ya que hasta el momento solo había hecho voluntariado.

Parece que la repercusión mediática de la labor de las ONGD ha quedado un tanto solapada por las noticias de acciones benéficas de gente famosa y las redes sociales.

-Sí, tiene más eco lo que hace una influencer o un futbolista en un momento puntual, como con un trending topic, pero se comenta y se olvida pronto. Además, la crisis de los rohingya lleva dos años, pero difícilmente se puede ver al mismo futbolista o a la misma influencer implicarse con ello, porque solo lo harán con aquello de lo que hablan los medios de comunicación.