- Calzas, dos pares de guantes, mascarilla, bata, gorro, gafas y pantalla forman el equipo de protección individual (los EPI) que algunos sanitarios llevan, al menos, durante cuatro horas seguidas, lo que "da mucho calor y es duro", pero "imprescindible" para cortar la cadena de transmisión del COVID-19.

Médicos, enfermeros y auxiliares de enfermería con los EPI, toallas en el suelo impregnadas de lejía ante las puertas de las habitaciones de los pacientes con coronavirus y silencio es lo primero que llama la atención cuando se accede a la quinta planta del Hospital San Pedro de Logroño.

La importancia de adoptar estas medidas para evitar el contagio es algo que resaltan el director gerente del Servicio Riojano de Salud (Seris), Alberto Lafuente, y la supervisora de enfermeras de esta quinta planta, Marisol Montiel, acostumbrados a ponerse y quitarse los EPI y que, a igual que el resto del personal sanitario, tienen "los sentimientos a flor de piel".

Pero lo importante es el trabajo en equipo, insisten ambos, mientras Montiel reconoce que la situación ahora de la planta, antes destinada a nefrología, es de más "tranquilidad" respecto a los primeros días de la pandemia, en los que la ciudad riojana de Haro fue uno de los focos iniciales de esta crisis sanitaria en España.

"Nos hemos tenido que reinventar y adaptar nuestra forma de trabajo a la situación y exigencia de la enfermedad en cada momento", según esta enfermera, pero es "muy estresante y triste para el profesional".

Este tipo de paciente "está muy solo, necesita compañía y le damos la que podemos, pero no toda lo que quisiéramos y eso es un poco nuestra angustia", asegura.

También hacen de intermediarios entre los pacientes y sus familiares, sobre todo con los mayores al no manejar las nuevas tecnologías; y, fundamentalmente, cuando un enfermo fallece.

Desde hace unos días, el Hospital San Pedro permite que un único familiar, protegido con EPI, pueda despedirse del paciente antes de que fallezca, pero "también es muy triste, es tremendo, no puede tocarle".

Frente a esos momentos de "dolor y tristeza", recuerda, hay otros de "gran alegría y satisfacción", como cuando un paciente recibe el alta, "lo que nos da ánimo y esperanza para seguir luchando" contra esta enfermedad.

"Estamos apoyados por toda la sociedad para atender a los pacientes con la máxima calidad", explicado Lafuente, que destaca el "sobresfuerzo" de los sanitarios.

Tienen que ponerse los EPI, estar muy atentos para que no haya fallos porque se juegan contagiarse ellos, a sus compañeros o familias; algunos proceden de otras especialidades, viven situaciones duras..., lo que genera tensión emocional.

Por eso, "tenemos los sentimientos a flor de piel. No somos de hielo. Llegan cartas de apoyo y comentarios de pacientes que hacen que lloremos y no pasa nada. Tenemos derecho a llorar cuando la situación emocional nos desborda", apostilla.

Mucha profesionalidad, humanidad y solidaridad es lo que se respira en las seis de las siete plantas de este hospital donde están ingresados 380 pacientes con coronavirus, según los últimos datos, algunos de los cuales también precisan tratamientos añadidos por patologías previas crónicas.

"Nos hemos tenido que reinventar y adaptar nuestra forma de trabajo a la situación"

Enfermera