na cola de gente espera su turno en la puerta del Carrefour de la plaza Lavapiés, y la fila se alarga doblando la esquina por la calle Tribulete. Unos metros más allá hay otra cola más pequeña, con un incesante trasiego de tuppers entrando y saliendo de una diminuta bajera. Es la asociación Dragones de Lavapiés, un local juvenil reconvertido estos días en banco de alimentos para la gente más vulnerable.

Durante los primeros días de la crisis, los voluntarios se afanaban para ayudar con la recogida de alimentos en las tiendas de la zona, e incluso algunos cocinaban los platos en sus propias casas. Ahora ya cuentan con la colaboración de una pastelería del barrio que se encarga de preparar la comida de manera altruista, pero siguiendo los estándares sanitarios que exige la actual situación de pandemia.

Las asociaciones de Lavapiés cuentan con cientos de voluntarios, y su trabajo sirve para aliviar la presión de unos servicios sociales desbordados, hasta el punto de que están recibiendo peticiones de ayuda de otras zonas de la ciudad. Miguel es uno de los cooperantes de Dragones de Lavapiés, y nos cuenta lo que le ha pasado: "Nos acaba de llegar la llamada de una señora desde Carabanchel, un barrio periférico de Madrid, porque su trabajadora social le ha derivado a este banco de alimentos de Lavapiés".

Miguel explica que esa señora de Carabanchel tiene dos hijos, de uno y cuatro años, y vive con su madre que está enferma, pegada a una botella de oxígeno. "Asuntos Sociales, que supongo que estarán desbordados, lo ha derivado a nosotros, que somos un banco de voluntarios". No es la primera vez que reciben peticiones de ese tipo. Por ejemplo el Samur Social también les ha llamado varias veces para derivar varios casos. ¿Por qué ocurre esto? "Supongo que habrán escuchado que nosotros estamos haciendo esta labor aquí. Pero nosotros tampoco tenemos capacidad si no nos ayudan", se lamenta Miguel. "Gente que quiera ayudarnos, tenemos de sobra. Lo que falta son recursos".

En 2018, Lavapiés fue declarado el barrio más guay del mundo por la revista de ocio Time Out. Pero la situación de pandemia actual ha hecho aflorar la realidad del céntrico distrito madrileño, donde conviven personas de 90 países, muchas de ellas en situación irregular, y ahora mismo sin ingresos.

El barrio de Lavapiés -que oficialmente se llama barrio de Embajadores- acoge a comunidades y etnias de todo el globo. Ese es uno de los atractivos que mencionaba hace un par de años la revista británica Time Out, por ser "el barrio con más colores de Madrid, lugar de convivencia de gente de todas partes, en el que se cuece una vida cultural popular y frenética". Esta es la cara amable de la globalización, pero no es oro todo lo que reluce. Dicho de otra manera, es probable que Lavapiés sea un barrio guay, pero por motivos distintos a los que menciona Time Out.

La radiografía de Lavapiés no se entiende sin el trabajo que han venido realizando aquí las asociaciones de vecinos durante las décadas pasadas. Ese tejido asociativo es la red de seguridad que está sirviendo para evitar que se rompan definitivamente las costuras del estado social. "Aquí no hablamos de colectivos, hablamos de vecinos y vecinas, sean de donde sean. Yo creo que hemos sido siempre un barrio muy solidario", afirma Manolo Osuna, de la Asociación de Vecinos La Corrala.

Desde la asociación La Corrala afirman que la participación vecinal está funcionando bastante bien. "Lo cierto es que nosotros somos mucho más rápidos que la Administración, que es un elefante con las patas muy grandes, que pesa mucho, y para mover un papel necesitan doscientos papeles. A lo mejor uno, dos o tres papeles sí que hacen falta, porque estamos hablando de dinero público y no se puede estar repartiendo a todo el mundo que aparezca por ahí. La Administración debería agilizar un poquito más la historia. Lo que hace falta aquí es rapidez. La gente necesita comer todos los días, necesita tener higiene".

Para acceder a una ayuda económica o comida, la asociación cuenta con la colaboración de trescientos voluntarios a través de WhatsApp. Cuando hay un vecino que tiene una necesidad, rápidamente se ponen en contacto con la coordinadora, para recibir la ayuda por parte del vecino que esté más cerca.

"Nosotros como asociación somos una parte mínima", continúa Manolo. "Tenemos a nuestra dinamizadora vecinal que está participando y coordinando la ayuda con los colectivos, aparte de otros muchos vecinos que están participando. Es verdad que tenemos una buena relación con la Junta Municipal, que es la parte fundamental en esta historia. Nosotros como vecinos podemos ayudar, pero realmente quien puede dar solución a este tema son los servicios sociales, es la Administración. Sabemos de la gente necesitada, y les estamos ofreciendo comida. Los pequeños comercios tradicionales que existen en el barrio, que cada día quedan menos, también están participando".

Las distintas asociaciones y colectivos sociales que se agrupan por su etnia o nacionalidad colaboran entre sí de forma fluida desde hace tiempo, y esa colaboración ha seguido funcionando con la llegada del COVID-19. Los senegaleses de AISE (Asociación de Inmigrantes Senegaleses de España) y los de Valiente Bangla se centran en ayudar a su propia gente con los escasos recursos disponibles. "Es lógico y normal que cuando tú vienes a un país lo primero que haces es unirte a gente de tu misma nacionalidad. En nuestra asociación estamos atendiendo a cualquier vecino y vecina del barrio. Nunca hemos preguntado de qué nacionalidad son", afirma el representante de La Corrala.

La crisis global del coronavirus está sometiendo a una prueba de estrés la resiliencia de un barrio que tiene unas características muy peculiares. En el barrio hay 44.630 personas empadronadas, pero hay muchos vecinos que no están en el padrón. Aproximadamente un 64% de la población es autóctona, y un 36% inmigrantes.

Hace diez años era casi al revés, cuando más del 50% eran nuevos vecinos. En esa época abundaba la gente autóctona de la tercera edad, y eso ha ido evolucionando hasta convertirse en uno de los barrios más jóvenes del distrito, y eso lo que ha provocado es un cambio total. La mayoría de la población de Lavapiés es gente joven, mayoritariamente sin cargas familiares.

Manolo Osuna no pierde ocasión de mostrar el orgullo que siente por su barrio. "Tenemos la suerte de tener gente joven que vive en Lavapiés y que participa en las actividades solidarias". En cuanto al tipo de personas con necesidad de ayuda, existen distintos perfiles. "Tenemos gente mayor que no puede salir de su casa, personas autóctonas que necesitan ir a la farmacia o hacer la compra. También es verdad que hay mucha gente sola, un problema del que debería darse cuenta la Administración. Los hijos de estas personas a lo mejor se han ido a vivir a otros barrios, y las personas mayores viven aquí solas, no tienen compañía".

Mucha gente de otras nacionalidades se acerca a la asociación La Corrala para pedir ayuda de todo tipo. A menudo viven dos familias inmigrantes en una casa de 30 metros cuadrados. La asociación atiende también a vecinos que se han quedado sin trabajo, como los manteros senegaleses, que antes vendían algo y ahora mismo no tienen ningún ingreso. "Esta gente necesita cinco euros para comida, para la recarga de un móvil o cualquier cosa de estas, y nosotros les ayudamos. Vengan de donde vengan", remata Manolo.

Uno de los retos más serios de Lavapiés es el de los colegios públicos, donde el 99% de los niños son de padres o madres de otra nacionalidad. Los únicos niños que se ven por el barrio son mayoritariamente de origen senegalés, marroquí o bangladesí. Además, mucha gente migrante vive compartiendo un espacio escaso en pisos pequeños, sin un sitio donde los niños puedan estudiar, y sin conexión a internet.

A pesar de que han nacido en nuestro país, y por tanto son ciudadanos españoles con todos sus derechos, las consecuencias del COVID-19 está resultando nefasta para la educación de los hijos de inmigrantes según todas las opiniones consultadas, ya que la precariedad les coloca en desventaja con respecto a la mayoría de sus compañeros. La brecha social afecta gravemente a la población infantil de las familias migrantes, tal como explica Yusuf, senegalés, miembro de AISE. "¿Cómo van a seguir las clases online los niños senegaleses? Es imposible, porque si tus padres están en una situación difícil para darte de comer, ¿cómo te van a comprar un ordenador o una tablet para que puedas seguir tus estudios?".

"Si la Administración fuese mucho más rápida, me imagino que estos chavales podrían tener una tablet, acceso a los medios de comunicación, etcétera", apunta Manolo Osuna, reconociendo su impotencia ante la situación concreta de los niños de familias humildes. "Es verdad que nos ha pillado a todos por sorpresa, y es una cosa que no nos podíamos imaginar. Esto es lo que más nos duele a nosotros como barrio".

En el barrio abundan familias de distinta procedencia que viven de la venta ambulante, o de pequeños negocios con ingresos bajos y alquiler alto. La situación de crisis global se vive con temor ante un futuro incierto, y esto es algo que afecta a la sociedad en su conjunto. Pero el hecho de no tener papeles agrava la situación de estas personas, porque no está claro cómo pueden acceder a las ayudas oficiales para poder comer o pagar el alquiler.

Algunos vecinos ni siquiera conocen el idioma. Recientemente murió un bangladesí por COVID-19, sin que los servicios sanitarios pudieran comunicarse con él. "Yo tenía bastante contacto con él -Mohamed Abul Hossain- que formaba parte de una asociación de Bangladesh", señala Manolo Osuna. "Era una persona que tenía un restaurante en el barrio, y manteníamos una buena relación. Es verdad que no entendía muy bien el español. Además vivía en un bajo, y tenía una situación complicada. Era una persona muy incorporada en el barrio, participaba mucho".

Por eso resulta inexplicable que, habiendo tan pocos traductores de bangla -o bengalí, el idioma de Bangladesh-, el Ayuntamiento de Madrid haya prescindido de ellos justo ahora, como se queja Afroza Aunty, una traductora de bengalí que tuvo que marcharse de Lavapiés debido a la subida en los precios de alquiler. Desde hace años Afroza ha estado acompañando a sus compatriotas al médico y les ha visitado en los hospitales para hacer de intérprete. Lo ha hecho a veces como trabajo remunerado, pagado por el municipio, pero siempre intenta ayudar desinteresadamente a sus paisanos a navegar en el océano de la burocracia. La falta de comunicación puede llegar a ser letal, como ya ha quedado demostrado.

Su historia es muy reveladora para entender los efectos del mercado inmobiliario impulsado por el turismo, y concretamente por los pisos turísticos. Ahora vive en un barrio de la periferia de Madrid, donde se han trasladado muchas familias bengalíes por el mismo motivo. Pero Afroza sigue necesitando venir a Lavapiés también durante la pandemia, porque es aquí donde todavía puede encontrar los productos de su tierra. "El otro día me preguntó un policía que por qué venía desde la otra punta de la ciudad, y tuve que explicárselo", dice. Pero otros compatriotas no tienen tanta suerte porque no hablan el idioma. Lo más curioso es que ni siquiera los niños o adolescentes son capaces de comunicarse en bengalí más allá de las expresiones básicas -papá, mamá-, porque han crecido hablando español, y han abandonado la lengua de sus ancestros.

Los senegaleses también tienen dificultades idiomáticas, pero de menor incidencia ya que sus habitantes hablan francés además de su lengua materna. El idioma más extendido en Senegal es el wolof, aunque hay muchos más. La Red Interlavapiés es otra de las entidades que operan en el barrio, y ofrecen clases para aprender español, además de poner a disposición de los migrantes sus servicios jurídicos y otras labores de apoyo.

En lo que respecta a la comunidad China, que fue la primera en asentarse en Lavapiés hace ya veinte años, lo cierto es que ya quedan pocos desde que trasladaron sus tiendas de venta al por mayor a un polígono de Fuenlabrada, hace ya diez años. A día de hoy no existe ninguna asociación china en Lavapiés. Tan solo quedan unos pocos minoristas chinos en bazares y tiendas alimentación. Desde hace unos años se abrieron también locales chinos de masajes y de manicura, siguiendo la moda de la estética de uñas o nail art. Estos negocios que implican un contacto físico también han cerrado a causa del COVID-19. Salvo algunas excepciones, todos han vuelto a China, y es probable que no vuelvan.

Dejamos que sea Miguel, periodista y voluntario del banco de alimentos, el que responda a la pregunta. "A los vecinos de Lavapiés nos sentó un poco mal la declaración de barrio más cool del mundo. Nosotros estamos contentísimos de nuestro barrio, y creemos que tenemos un tejido social y vecinal que no se ve en otros barrios de grandes capitales. Estamos orgullosísimos de eso. Pero sabíamos que lo del 'barrio más guay del mundo' era una especie de propaganda turística, y que nos hacía daño".

Miguel asegura que, si Lavapiés es el barrio más cool del mundo, "es porque se han juntado una serie de vecinos a través del tejido asociativo que ya existía. En esta bajera estamos repartiendo unas sesenta comidas diarias, y cada día más. Tenemos más de 2.500 personas necesitadas apuntadas en la lista, y estamos funcionando continuamente. No nos gusta que se convierta un escaparate y que nos vayan echando del barrio. Lavapiés es el más cool del mundo por sus vecinos".