Las residencias de personas mayores fueron unos de los lugares más afectados con la llegada de la covid-19 a Navarra, especialmente en el caso de Virgen de Jerusalén de Artajona que destacó por su respuesta ante la crisis, pero que también tuvo que lamentar los primeros fallecimiento por este virus, que ascienden a nueve dentro de sus puertas. Allá, no solo los residentes se vieron atrapados en la espiral del coronavirus, sino que el personal de la residencia tampoco pudo escapar a la enfermedad, como fue el caso de María Amaya Iriarte Iribarren, natural de Artajona y de 60 años, que lleva 10 años formando parte de la familia de la residencia.

¿Cómo vivieron la llegada del virus?

-No sabíamos a qué nos enfrentábamos. Hubo una mujer que enfermó y a la que me tocó atender. Resultó que tenía covid-19 y yo empecé a no encontrarme bien, me sentía muy rara. Empezamos a tomar la temperatura a los residentes y a protegernos con lo que teníamos, que no era mucho.

¿Cuál era su ánimo en la residencia?

-Un día, después de acostar a todos los residentes, empecé a sentirme fatal, era una sensación que nunca había tenido. En casa me aislé para no contagiar a mi marido, pero llegué a tener 39 de fiebre y a los días mi marido tuvo los mismos síntomas. Fuimos de los primeros contagiados e ingresados, pero entonces todo se hacía sobre la marcha porque no se sabía cuál era la mejor manera de atacar el virus. Yo seguí preguntándoles a mis compañeras cómo estaban en la residencia y la verdad que lo tenían muy complicado. Aunque intentaran seguir con el ánimo alto, tenían mucho miedo.

¿Cómo fue su lucha contra la covid?

-El 19 de marzo llamé a urgencias porque la fiebre no me bajaba de 39 grados y ya no podía ni andar. Ese mismo día me ingresaron con neumonía. Fue en Urgencias donde me di cuenta de la dimensión que estaba cobrando todo aquello, porque todos los rostros eran de disgusto y estábamos tantas camillas que no sabían ni dónde ponernos. Al final me mandaron a casa, pero al día siguiente dejé de poder respirar y mi marido también estaba con fiebre. Cuando vino a buscarnos la ambulancia mis expectativas eran malas porque llegué con una neumonía bilateral complicada. En el hospital me trataron con antivirales y dieron resultado. De pensar que tendría que despedirme de mi familia pasé a estar mucho mejor en tres días.

¿Su marido también reaccionó bien?

-Al contrario. Le bajaron a la UCI donde estuvo 20 días sedado y entubado. Empezaron a fallarle los pulmones, el corazón... Pensamos que no saldría de aquella, pero le quitaron la sedación y respondió bien. Estuvo otras dos semanas en la unidad de críticos, pero fue mejorando poco a poco.

¿Cómo se encuentran tras haberle ganado la batalla al virus?

-Después de salir de la UCI y pasar el aislamiento nos dieron el alta, pero no se puede decir que estemos sanos. Mi marido se ha quedado con muchas secuelas, tiene una angina de pecho y muchas otras cosas con las que tendrá que vivir para siempre. Yo en cambio estoy mejor, pero los antivirales me han dejado las rodillas, tendones y cartílagos muy tocados.

¿Usted ha podido volver a trabajar?

-No, los médicos me dicen que necesito más tiempo porque hasta hace poco que he estado con muletas por los problemas de rodilla.

Imagino que aunque no esté físicamente en la residencia parte de usted sigue allá.

-Son muchos años y al final yo pregunto por los residentes y ellos por mi. Somos una residencia pequeña donde el trato es casi familiar. En esta segunda ola por suerte no ha habido contagios. Mis compañeras están contentas, pero también siguen con el miedo de poder meter el virus a la residencia o poder salir con él.

Después de pasar toda una odisea a causa de la covid, ¿qué siente al haber recibido la Medalla de Oro?

-Estamos muy contentas. La residencia está haciendo cambios para mejorar la atención y está muy comprometida con sus residentes, por eso lo siento como un reconocimiento a todo nuestro trabajo, más allá de la pandemia. Mis compañeras siguen trabajando como unas jabata.

Imagino que este reconocimiento servirá para darles un pequeño impulso después de estar al límite.

-Hay que pensar que, aunque las personas lleguen a nosotras en la última fase de la vida, pasamos muchos años con ellas y vivimos con los residentes por momentos muy delicados. Pasan a ser muy importantes porque estamos con ellos más que con nuestras propias familias, para lo bueno pero también para lo malo también.

Parece que los contagios se están frenando, pero no es momento de relajarse. ¿Qué le diría a la sociedad?

-Les diría que aunque en navidades tengamos muchas ganas de abrazarnos todos, hay que pensar que si lo hacemos puede que el año que viene tengamos a alguna persona menos a la que poder abrazar. Alguien a quien se va a echar en falta por no haber tomado las medidas oportunas. En cambio, si estas fiestas las pasamos de diferente manera, con precaución, ayudaremos a que el año que viene todo sea diferente y no falte nadie.