uanita Arraiza, viuda de Andrés Beriáin, murió el 23 de enero de 2012 en Uterga. Era la abuela del reportero David Beriáin. "Murió como se tiene que morir la gente, con 98 años", dijo él entonces. "Después de haber vivido bien y rodeada de sus seres queridos". Y en homenaje a ella, bautizó a su productora (la empresa periodística con la que hasta ayer hizo memorables reportajes) con el nombre de 93 metros. Noventa y tres metros era la distancia entre la puerta de casa de su abuela y el banco de la iglesia donde ella iba a rezar. "Nunca fue más allá, pero le bastaron esos 93 metros para entender el mundo. Por eso llamé a la empresa así, para no olvidarnos nunca de que a veces la historia más grande está en el lugar más pequeño", decía David. E insistía: "no hay historias grandes, lo que hay son ojos pequeños que no saben verlas". Esta filosofía, esta curiosidad y esta humildad es la que condujo a David a todos los rincones del planeta en busca de historias. Esa era su seña de identidad. David además de ser un periodista extraordinario -fuera de todos los moldes-, era una persona carismática, cariñosa y rocera. Y también un referente para mi. Recuerdo leer por primera vez a David en su blog En Pie de Guerra en el ya extinto diario gratuito adn.es, un periódico digital donde él, junto a su compañero el sevillano Sergio Caro, publicaban crónicas desde Afganistán e Irak, en el año 2006. Los reportajes de estos dos chavales de 26 años desde los lugares más insólitos del planeta, dos periodistas independientes, sin soporte de ningún gran medio de comunicación y equipados solo con cámaras digitales sencillas y una precaria conexión a internet, me abrieron los ojos ante un mundo de posibilidades. Años más tarde, nos conocimos. Fugazmente coincidíamos en Navarra, o en su estudio en Madrid o en otros lugares. Él siempre se preocupaba por la gente más joven, por los que estábamos empezando. Siempre me trató con compadreo y sencillez. Transmitía seguridad, cordialidad. Me dio consejos, me animó a emprender viajes. Intentó seducirme en más de una ocasión para que me enrolase en su equipo y en sus aventuras periodísticas. Hablaba con verdadero entusiasmo de las personas que había conocido aquí y allá. Era un tipo con una energía colosal, tenaz hasta la extenuación y con un sentido del humor socarrón.

Hay toda una falsa imagen creada en torno a las periodistas que se dedican a cubrir conflictos o contextos donde se sufre la violencia. Al igual que pasa a veces con los himalayistas, personas que va a las montañas más altas. Nadie va allí a morir. Se va para vivir. A David no le gustaba el riesgo. Y era claro: "No hacemos esto por la adrenalina, si no por las conversaciones con las personas que sufren y viven otras realidades. La gente que decide abrirte su corazón y ofrecerte una ventana a su mundo. Conseguir que los lectores se pongan en la piel de esa gente, que las entienda más allá de los números y que las comprenda. Por eso lo hacemos".

Ayer fue un día triste. Y desconcertante. Ayer fue asesinado David Beriáin. Murió a los 44 años y a más 4.330 kilómetros de Artajona, donde nació. Fue asesinado en algún lugar de la frontera entre Burkina Faso y Benín. A su lado, el fotógrafo Roberto Fraile, un ciudadano irlandés y un burkinés. Sus muertes han sido un golpe salvaje, una hostia tremenda, que nos ha dejado hundidas a todas las compañeras/os de esta profesión, que seguimos aún sin creerlo, sin querer creerlo. Buscando consuelo, buscando a alguien que nos diga que esta brutal noticia, su muerte, no es verdad.

David Beriáin murió como no tiene que morir la gente. Como no deberían morir los periodistas. Murió ocupando un titular de última hora, abruptamente, lejos de su casa y silenciado. David entendía el periodismo no como una profesión, sino como una forma de estar en el mundo. Pasó 26 años de su vida (desde los 18 años hasta ayer mismo) relatando la vida de miles de personas que sufren la violencia, oprimidas, desahuciadas, explotadas y maltratadas ya fuese en el Amazonas, Afganistán, Colombia, Sicilia, el mar Mediterráneo, en la pampa o en España. De Norte a Sur y de Oriente a Occidente. David Beriáin vivió con intensidad, una vida auténtica, defendiendo una forma de hacer periodismo chiquito, honesto, bien hecho. Ahora, él mismo se ha sumado a esa interminable lista de vidas perdidas en una de esas polvorientas fronteras. El suyo ha sido un asesinato clandestino, su vida ha terminado como algunas de las que él mismo se empeñó en rescatar, en dignificar y en poner nombres para que nunca quedasen en el olvido. David murió ayer tratando de entender este mundo que se agota. En 2009, cuando le dieron el Premio José Manuel Porquet de Periodismo Digital dijo: "Tampoco es muy importante lo que a uno le pase. Lo que importa es que estuvimos ahí y lo contamos". Nunca te olvidaremos, David. Sin tu voz, hoy el mundo es más oscuro. Maldito silencio.