Ramón llegó con 32 años a Alcohólicos Anónimos. “Las cosas me iban muy mal sin que yo fuera consciente”, reconoce. Aún así, hubo algo que hizo click en su vida y consiguió que despertara.

Al principio intentó dejarlo por su cuenta y tras un año de sufrimiento, “llegó un momento en el que tuve una borrachera profunda sin yo querer beber”, recuerda. Alcohólicos Anonimos llegó a su vida gracias a un conocido. “Me regaló un libro que lo editó Plaza y Janés hace tiempo, de un periodista que recorrió los grupos en Nueva York y en él contaba lo que vio en esos grupos”, explica.

A partir de ese momento, Ramón expresó a su mujer su disposición de acudir a la asociación y ella lejos de restarle importancia al asunto, le animó a acudir. En concreto, le dijo que iba a ir porque “estos me van a enseñar a beber y fui no muy convencido de nada porque desconocía este tema”, reconoce.

El mensaje según relata, se lo transmitió “un señor mayor belga que no hablaba bien en castellano, pero fue suficiente para darme cuenta de que con lo listo que yo me creía, estaba metido en un lío y que tenía una enfermedad”. A partir de entonces, ya han pasado 40 años, no ha dejado de ir nunca a las reuniones, una asistencia continua que lo ha hecho siempre disfrutando y sin sentirse obligado.

UN CAMBIO A TIEMPO

Desde que entró en Alcohólicos Anónimos, Ramón reconoce que su vida cambió “completamente”. “De tener un futuro muy negro, de estar mal de salud, a recuperar todo. Tengo mi matrimonio, tengo hijos, tengo familia, lo tengo todo, y el trabajo me ha ido muy bien”, aclara. “Evidentemente, con 32 años pude recuperar el tiempo perdido”, destaca.

En cuanto a lo más importante dentro de la asociación, indica que “las reuniones son la vida, por eso, durante la pandemia, evidentemente sí que nos está afectando el hecho de que no podamos reunirnos con normalidad”. “Normalmente en un grupo puede haber tres sesiones a la semana y son reuniones abiertas que viene cualquiera”, aclara.