El coronavirus lo paró todo, menos la música. Y en ella encontraron refugio siete usuarios del centro de mayores Santesteban de la Txantrea. Estuvieron tres meses sin verse, bailando frente al espejo. Solos, tristes, torpes. Pero fueron valientes y, en cuanto terminó el confinamiento, volvieron a juntarse. Necesitaban verse, sentirse vivos y bailar como fuera. Separados, con mascarilla, en grupos reducidos y con las ventanas abiertas, pero han seguido danzando sin miedo hasta el día de hoy. "En estos momentos, el baile nos da la vida", aseguran.

Javier Díaz, Ascensión Fernández, Javier Mendinueta, Carmen Barbarín, Juana Mari Marín, María Marín e Isabel Plazas forman un grupo unido, coordinado y lleno de entusiasmo. Rosa Olartua, gestora del centro, es la encargada de organizar con pasión cada una de las actividades. "Muchas veces, parece que las personas mayores son invisibles o que no aportan nada, pero eso no es real. Tienen mucho que decir y nosotros estamos aquí para ayudarles.

La idea es que sea un espacio para compartir la vida y que la gente comente sus problemas para que nos apoyemos mutuamente. Una de las líneas de trabajo es que sean las propias personas mayores las que compartan sus conocimientos. En este caso, la profesora es una persona mayor que sabe bailar y que enseña voluntariamente".

Los siete amigos se juntan cada martes en el edificio de las Salesianas para bailar al ritmo de Isabel Plazas, que ejerce de profesora. "Cuando empezamos, era la que mejor se defendía y me puse a enseñar. La verdad es que el taller ha tenido mucho éxito porque hemos ido a mejor", señala con una mezcla de alegría y orgullo.

Cierre durante el confinamiento Y no es para menos, porque el grupo ha superado una etapa muy complicada. "Empezamos a trabajar en julio de 2019. Íbamos poco a poco, pero la pandemia nos dio un golpe, como a todos. Durante el confinamiento, el centro tuvo que cerrar y nos comunicábamos con los usuarios por teléfono. Mandábamos una programación semanal por whatsapp con actividades físicas e intelectuales, pero no era lo mismo", explica Rosa Olartua.

"El tiempo que estuvimos encerrados me afectó mucho a la cabeza porque mi mujer y yo somos de salir bastante", reconoce Javier Díaz. "Estábamos todas chafadas", añade Ascensión Fernández. Eran momentos difíciles para todos, aunque tal vez todavía un poco más para María Marín. "Tuve una operación bastante gorda y hace poco se murió mi hijo. Estaba postrada en la cama hasta que mi hermana, que es mi ángel de la guarda, me llevó a diferentes actividades. Y aquí estoy, bailando. Lo hago por él".

Con esa valentía que les caracteriza, no dudaron en volver a bailar en cuanto terminó el confinamiento. Eso sí, tuvieron que adaptarse a los estrictos protocolos sanitarios. "Ahora es un grupo cerrado y solo tiene siete plazas. Además, hemos tenido que adaptar las coreografías. Hacemos baile en línea, pero había partes en las que nos cogíamos de la mano o bailábamos por parejas. Todo eso lo hemos tenido que adaptar. Se ponen en fila y se mueven todos a la vez para mantener las distancias", explica Rosa Olartua.

Una circunstancia que genera diferentes opiniones entre los usuarios. "Me gusta bailar en pareja, pero no podemos. Así que tenemos que hacerlo en línea y la verdad es que también me encanta", reconoce Ascensión Fernández. "Pues a mí me parece casi más bonito bailar suelto que en pareja", bromea Javier Mendinueta.

Donde hay más acuerdo es en la música: a los siete les gusta un poco de todo. Desde la cumbia, la bachata, el tango, la danza cubana, la salsa, el pasodoble y hasta el chachachá. Eso sí, Juana Mari Marín pide todavía algo más cañero. "Para mí, la música tendría que ser un poco más marchosa, más movida, pero bueno, el rato que estamos dentro se me pasa volando porque no me acuerdo de nada y solo pienso en el baile. En la pista soy feliz".

Los objetivos de los participantes en el taller son muy diversos. Ascensión Fernández quiere moverse un poco después de su operación de cadera. Javier Díaz e Isabel Plazas, en cambio, aprovechan lo aprendido para mostrarlo en Benidorm. "Estuvimos la semana pasada de vacaciones y tuvimos baile todos los días. El ambiente fue increíble". Entre risas, Javier Mendinueta concluye con una frase que todavía parece resonar al ritmo de la música en las paredes del centro: "Somos viejos, pero contentos".