l trajín en dos de las salas del Colegio de Enfermería es incesante. En la puerta, un hombre descarga varias cajas de una furgoneta aparcada, mientras que en una de las estancias una decena voluntarios las recepcionan y las abren para posteriormente organizar su contenido. Y, en la habitación contigua, organizada al más puro estilo showroom, una chica se calza unas zapatillas mientras sus compañeras se prueban ropa en unos baños improvisados como probadores.

Podría parecer la estampa de cualquier tienda de ropa de la ciudad. Pero no. Se trata de la iniciativa "Nuestro Armario" o "Nasha Shafa" (por su traducción en ucraniano), que consiste en que una parte de la ropa donada que se ha donado en la comunidad tanto por particulares como por empresas para Ucrania se quede en parte para las personas que han llegado a la comunidad y que, al verse obligadas a huir metiendo su vida en una maleta, necesitan de más prendas de las que hay en su petate.

"La iniciativa fue de Mercedes Ferro, que fue la que habló con el Gobierno de Navarra", explica la voluntaria Marga Aliaga, que certifica que el recurso, que comenzó el pasado martes, ya el jueves vivió un "boom" con la llegada de decenas de personas que buscaron prendas para su etapa en Navarra.

La idea llegó tras recogerse mucha ropa en la nave de Lodisna, situada en la Ciudad del Transporte de Imárcoain, para enviar a Ucrania. Sin embargo, era demasiada, y el envío necesitaba espacio para otros elementos de auxilio como alimentos y medicamentos. Y así llegó el germen de lo que ahora es la iniciativa 'Tu armario'. "Queríamos un punto de acceso a refugiados, empezamos a hablar con el Colegio de Enfermería y se hicieron contactos con organizaciones", cuenta Marga.

A pesar de que el recurso abrió este lunes, su preparación conllevó mucho más tiempo. En concreto, comenzó a mediados de marzo, con un proceso de selección que consistió en desechar las prendas que no se consideraban adecuadas, y organizar las que si lo eran por género y tallas. "Se seleccionó la ropa sobre todo para niños y mujeres, porque hombres han venido pocos", atestigua la voluntaria. La prohibición de abandonar el país para los hombres entre 18 y 60 años hace que la mayoría de personas interesadas sean mujeres y niños.

El grupo de ayudantes, formado a través de "conocidos, amigos y familia", ha pasado de 14 a 20 integrantes, siendo un número importante de ellos "enfermeras jubiladas, y algunas incluso en activo, aunque también otros profesionales". Ellas se han dedicado a planchar y colocar las prendas, que también han sido sometidas a un proceso de vaporización y de lavado en algunos casos. Ahora, su labor consiste en atender, a pesar de la barrera del idioma, a las personas que piden ayuda, que tras llevarse la ropa tienen que dar sus datos de contacto para llevar un registro de ayudas.

El recurso, que abre los martes de 16 a 19 horas, los miércoles de 10 a 13 horas; y los jueves de 15 a 18 horas, está teniendo una "buenísima acogida". "La gente se va contentos, porque todos se llevan ropa que es digna", asegura orgullosa Marga.

En concreto, esas prendas, alguna de ellas incluso nuevas, son donaciones llevadas a cabo por particulares y también "muchas empresas", como las Zapaterías Pablo Goñi, de las que han recibido 200 pares de zapatos, o Plásticos Bacaicoa, que ha aportado las bolsas con las que los refugiados se llevan a casa lo recogido en 'su armario'.

Una de esas bolsas fue utilizada por Alina Dovzhenko, de 23 años, que acudió al recurso junto a su familia, formada por sus abuelas Svitlana y Ludmila, su tía, Lesva; su madre, Sevinch, y su hermano David.

Los seis integrantes llegaron a Navarra en dos turnos: hace 15 días lo hicieron la propia Alina, su madre y su hermano, y la pasada semana lo hicieron sus abuelas y sus tías, que se resistieron algo más de tiempo a abandonar su país.

"Vinimos en autobús desde Rumanía", relata la joven en un castellano perfeccionado gracias a los veranos y a los inviernos que ha pasado desde 2004 con los Donázar Arguiñano, pamploneses que les han cedido una vivienda para que se alojen durante el tiempo que van a pasar en Navarra. "Pero estamos deseando volver", puntualiza con una sonrisa mientras cuenta su historia.

Ésta comienza el 7 de marzo en Chernígov, una ciudad situada a unos 150 kilómetros al norte de Kiev y muy cerca de la frontera con Bielorrusia, donde Rusia emprendió uno de sus ataques que hizo que a esta familia le tocase escuchar las bombas de cerca. "Estaban a unos 30 kilómetros, pero las oíamos cerca y todos los días", relata Alina. La decisión sobre si salir o no del país apenas duró diez días, y el 7 de marzo emprendieron el camino hacia Rumanía.

"Salimos con el marido de mi madre, en su coche, hasta la frontera", desarrolla, explicando que había "pocos coches" más de los que estaban huyendo de la guerra. El camino apenas tuvo problemas administrativos, ya que "los militares ucranianos pedían los documentos y dejaban pasar", pero el recorrido de 700 kilómetros, que en circunstancias normales se completa en apenas "diez o doce horas", se dilató hasta tres días.

"Solo viajábamos de día y dormíamos en hostales, que estaban abiertos y podías entrar a alojarte. Sin embargo, muchas gasolineras sí que estaban cerradas, y las que no sólo dejaban repostar solo 20 litros por coche. Además, había muchos atascos. Yo tenía miedo, aunque el gato, que también vino con nosotros, era el más nervioso", bromea poniéndole gracia a una odisea en la que la sonrisa no apareció hasta que alcanzaron el objetivo.

Sin embargo, a pesar de llegar todos juntos, la frontera no la cruzaron los cuatro. El marido de la madre de Alina, que no podía salir del país "pero tampoco quería" hacerlo, continúa en Ucrania de voluntario, haciendo continuos viajes desde las mugas al interior para llevar ayuda humanitaria, tarea no exenta de riesgos. "Hace poco bombardearon un puente y lleva una semana viviendo en un pueblo porque no puede cruzar. También nos cuenta que ayer (por el miércoles) explotaron cinco autobuses de refugiados y murió una mujer. Mi madre le llama todos los días, porque aunque no esté en combate sabe que es estar es un riesgo", lamenta Alina por ver nerviosa a su madre.

Más tensa está todavía su tía, ya que su marido también se ha quedado, pero de militar. "Nos dice que hay muchos bombardeos y que en el pueblo solo queda la gente mayor, que vive sin luz, ni gas, ni electricidad, y se tienen que esconder en el baño. No ha cambiado nada desde el primer día: bombardean casas y civiles, y no sabemos cuándo llegará la paz", relata con crudeza.

Las únicas buenas noticias que les transmiten es que su casa todavía sigue en pie, por lo que saben que, si esto acaba pronto, podrán regresar.

De momento, se refugian en Pamplona "emocionados" al ver la solidaridad de la comunidad. "Emociona ver que la gente se vuelca desde el primer día, pero te queda la cosa de que hay mucha gente en Ucrania que todavía no puede salir", lamenta, mientras su hermano, de 6 años, juega con una niña utilizando juguetes donados.

David empezó el pasado jueves a dar clase en el colegio Vázquez de Mella. "Ha venido contento. No sabe castellano, pero ha dicho que los niños son majos", asegura Alina, que todavía no le ha enseñado el idioma porque tiene la esperanza de que la guerra acabe pronto y dejen Pamplona. Pero, mientras esperan a que eso suceda, podrán utilizar este armario solidario.

"Ha tenido

una buenísima acogida y

la gente se

va contenta, porque se llevan ropa digna"

Voluntaria

"Emociona ver que la gente se ha volcado desde el primer día, pero queda la cosa de que queda gente en Ucrania"

Ucraniana refugiada en Navarra