Ya no queda papel en Azpilagaña. Ha cerrado la última de las tres papelerías-librerías que había en el barrio sin que haya sido posible encontrar relevo. La librería Alzania, regentada desde hace ocho años por Juan Carlos Ochoa, baja la persiana por jubilación. El local abrió sus puertas a finales de los años 80 y ha suministrado todo tipo de material escolar, de ocio y de oficina a los vecinos del barrio durante más de 40 años. Hasta este mes de septiembre, cuando cierra definitivamente.

“Agradezco mucho a todos los vecinos y a los clientes su apoyo desde el primer día. Yo he intentado hacerlo lo mejor posible y estoy muy contento. Eso sí, es un negocio que no tiene futuro y ha sido imposible que alguien lo quisiera coger. Es una pena porque, poco a poco, se van muriendo todos estos locales del barrio. No hay suficientes ayudas y abrir esta puerta cuesta mucho dinero”, resume Juan Carlos Ochoa en uno de sus últimos días en el local. Momento de recoger, despedirse de clientes y recordar el trabajo realizado. “Algunos me piden que haga un lunch el último día, pero lo tengo que pensar aún. Eso sí, seguro que pondré un cartel de agradecimiento”, bromea. 

Juan Carlos Ochoa se hizo cargo de la librería en 2015. “Llevaba en paro dos años y me enteré de que se jubilaba el anterior dueño. Era cliente habitual, solía venir todas las semanas y ya nos conocíamos, así que hablé con él y apañamos el traspaso. Antes, había trabajado como administrativo en NH Hoteles y no encontraba trabajo de lo mío. Soy vecino del barrio, vivo a dos manzanas y me pareció una oportunidad interesante. No sabía cómo me iba a ir, pero me arriesgué. Así por lo menos cotizaba estos años hasta la jubilación. Ahora, tengo 64 años y es momento de dejarlo”, asegura.

Juan Carlos Ochoa, en la puerta de la papelería y librería Alzania. Oskar Montero

El local, que lleva siendo una librería casi 40 años, tenía lotería, chucherías, libros, revistas, periódicos y hasta vinos. “Yo llevo 34 años viviendo en el barrio y esto ha sido una papelería desde los años 80. Cuando se hizo el colegio justo enfrente, le dio mucha vida. Eran una fuente de ventas muy importante, pero ya han dejado de venir. El barrio se va haciendo mayor, los chavales se van a otros sitios y queda menos gente joven”, lamenta.

“Luego, las distribuidoras no se dan cuenta de que están matando esto con los gastos que nos exigen. Nos piden 50 euros a la semana solo por tener las revistas. Imagínate las que tengo que vender solo para cubrir los gastos de porte. Yo creo que ni saco eso y es una pena. El consumo de todos estos artículos va hacia abajo y es imposible que sea rentable”, remarca.

De la oficina a la librería

Juan Carlos se adaptó bien a un negocio en el que siempre ha estado solo. “Mi hijo me ayudó al principio pintando la librería y con el tema informático. Luego, he estado aquí ya tuviera dolor de cabeza o lo que sea, cerrando solo los domingos. Pasé de estar sentado en una oficina a esto. Ha habido mucho cambio. Es un trabajo entretenido, aunque económicamente no es lo más rentable”.  

“Estos negocios desgastan mucho”, continúa. “Uno viene y te habla de fútbol, otro de la película que vio, otro de la enfermedad que tiene... Cambias mucho de tema. Luego llego a casa y mi mujer me dice que no le cuento nada. Es que estoy agotado. No he parado de hablar en todo el día”, ríe. “Y tienes que atender a todo el mundo de la mejor manera posible, como si fuera el único cliente que ha entrado ese día”.

Pese a todo, asegura que ha sido un trabajo muy agradable. “Estás todo el día en comunicación con la gente. Ahora voy por el barrio y me conoce todo el mundo. Por aquí podían pasar 250 personas cada día y eso es lo más bonito, conocer a la gente del barrio. He estado muy contento y muy a gusto”. 

El librero confiesa que va a echar de menos el contacto con los clientes, pero que ahora va a ganar tiempo para sí mismo. “Voy a hacer lo que me gusta: deporte y andar. Ahora con 64 años llegaba a casa muerto. Tengo una elíptica, pero a ver cómo me ponía a hacerla después de nueve horas de pie. Quiero retomar esas cosas y tener tiempo para mí, que es fundamental”, asegura.

Agradecido al barrio

Juan Carlos se deshace en elogios hacia sus clientes y vecinos. “Estoy muy agradecido a todo el barrio. Tengo gente que podría comprar más barato en el centro comercial, pero venían aquí para mantener el comercio del barrio. No sabes cómo se lo agradezco. Sé que estaban haciendo un esfuerzo para que esto se mantuviera. Por esa gente me da pena que no haya continuidad”. 

No se ha podido encontrar un relevo y no se sabe qué pasará con el local, que sigue siendo propiedad del anterior dueño. “He intentado buscar relevo durante un año, pero ha sido imposible. “Es una pena que se vayan muriendo este tipo de negocios en Azpilagaña. Hace poco cerró la pastelería Monjardín, una ferretería y en la mercería también se van a jubilar y no hay relevo. No son negocios apetecibles para que la gente joven emprenda”.

“Había tres librerías en este barrio y ya no queda ninguna. En los otros dos locales se hicieron una peluquería y una imprenta. Pero se ve cómo los pequeños negocios de los barrios se van muriendo. El autónomo no tiene ayudas y abrir esta puerta supone mucho dinero. Es algo que pasa en todos los barrios. En Azpilagaña estamos más de 5.000 habitantes, pero se está convirtiendo en un barrio dormitorio. Es una pena y tenemos que cuidar más el comercio local”, concluye.