Llega el verano y con el calor pasamos mucho tiempo a remojo. En más de una ocasión, al salir de la playa o de la piscina, te habrás visto las yemas de los dedos de las manos y de los pies arrugadas como si fueran uvas pasas. Bastan cinco o diez minutos para que se produzca este fenómeno, que ocurre más en agua dulce que en agua salada.

Mientras la piel de los pies y de las manos se arruga, la del resto del cuerpo, que ha permanecido el mismo tiempo en contacto con el agua, sigue igual de lisa que al principio. Bastarán unos minutos sin estar en contacto con el agua para que la piel recupere su aspecto inicial.

¿Y por qué ocurre eso? La explicación científica es que los vasos sanguíneos situados debajo de la piel se encogen al interactuar con el agua para dar respuesta a un impulso que procede del sistema nervioso autónomo. Las yemas de los dedos no se hinchan sino que se contraen, provocando así las arrugas.

Pese a todo, se trata de una cuestión que sigue desconcertando a la comunidad científica. Inicialmente se pensaba que el motivo de estas arrugas era la absorción del agua en la dermis, sin embargo, con el tiempo ha ido cogiendo más peso la teoría de la evolución humana.

Numerosas investigaciones

Científicos de la Universidad de Newcastle (norte de Inglaterra) realizaron en 2013 un estudio sobre este fenómeno y concluyeron que podía tratarse de un mecanismo de adaptación del ser humano por el cual, al estar en contacto durante un tiempo prolongado con el agua, la piel de los dedos de la mano se arrugaría para permitirnos agarrar mejor los objetos mojados.

En su investigación, los expertos pusieron a un grupo de personas a manipular objetos mojados con los dedos secos, y a otros con los dedos arrugados. De esa forma descubrieron que los que tenían los dedos arrugados cogían con más facilidad los objetos que estaban también mojados.

Los canales que producen las arrugas en las yemas ayudan a escurrir el agua, alejándola del punto de contacto entre los dedos y el objeto. Así, en el caso de nuestros ancestros, se trataría de un ingenioso mecanismo corporal de defensa, ya que la piel arrugada de los dedos de las manos les facilitaría buscar comida en el agua y, en el caso de los pies, les ayudaría a agarrarse a las superficies húmedas.

Una niña con los pies arrugados en la bañera. Freepik

De cualquier forma, se trata de un proceso directamente controlado por el cerebro. Ya en 1936, los científicos Thomas Lewis y George Pickering observaron durante una investigación cómo tras sumergir en el agua la mano de un paciente con daños en el nervio mediano (el que inerva varios dedos de la mano) no presentaba arrugas en la zona controlada por ese nervio.

Otro estudio científico llevado a cabo por la Universidad de Tel-Aviv en 2001 observó que en los pacientes con Párkinson, los dedos de las manos se arrugaban mucho menos que los de pacientes sanos al contacto prolongado con el agua.

Así que ya lo sabes, la próxima vez que veas tus dedos arrugados como uvas pasas piensa que lejos de ser algo preocupante es un síntoma de que tu sistema nervioso está sano.