Se han convertido en un símbolo, en la resistencia contra el imparable avance del ladrillo en las ciudades y la especulación inmobiliaria. Se trata de una familia que lleva toda la vida viviendo en una casa situada a unos 40 minutos del centro de Sídney (Australia), y que rechaza una tras otra las millonarias ofertas de las promotoras para venderla y que puedan edificar en ese terreno.

La única que no ha vendido

El interés por construir ahí se entiende bien si se mira un poco más allá de la casa. La vivienda, que cuenta con dos hectáreas de terreno vallado (un enorme jardín bien cuidado con un camino en medio) en línea recta, ha visto cómo una zona de cultivos en la que había pequeñas casas sueltas y cabañas de ladrillo rojo ha ido siendo sustituida por hileras interminables de unifamiliares prácticamente iguales.

Y en medio de todo ese nuevo desarrollo aguanta la casa de los Zammit en una historia que recuerda a la película Up. Conforme se urbanizaba la zona comenzaron a recibir ofertas, que al principio no superaban los 3 millones de dólares y que el resto de vecinos, salvo ellos, fueron aceptando en torno al año 2012 (año en que su casa fue valorada en 4,75 millones) y vendiendo sus hogares. Pero con el paso del tiempo el terreno ha ido revalorizándose, a la par del notable incremento del precio de la vivienda en Australia (ha subido un 30% en tres años), y la última oferta que han rechazado alcanzaba ya los 50 millones, lo que deja ver la magnitud del negocio que las promotoras esperaban hacer en ese espacio, en el que calculaban construir 50 casas.

Se quedan

La familia, compuesta por una pareja y sus hijos, se mantiene firme y no quiere que se pierda ese oasis que queda entre tanto cemento y asfalto, desde el que se ven las Montañas Azules (que son Patrimonio de la Humanidad). “Hoy todo ha cambiado, pero queremos preservar lo que queda de esa época”, explicaba hace un tiempo la señora Zammit al Daily Mail.

División de opiniones

La actitud de esta familia lleva años generando una división de opiniones. Las promotoras no soportan su determinación para seguir ahí y hay muchas personas que no entienden que estén entorpeciendo el desarrollo urbano. Pero también hay mucha gente que apoya a los Zammit en su intención de seguir viviendo donde siempre han vivido pese a las cantidades millonarias que les ofrecen, lo que lo convierte en uno de los pocos casos en los que el dinero no puede comprar lo que quiere.