Reynolds: 30 años del debut en el Tour
de cómo la "utopía" de josé Miguel echávarri abrió una nueva etapa para el ciclismo con arroyo y delgado
"yo vivía en la utopía, pero luego, por suerte, los hechos nos dieron un poco la razón". En octubre cumplirá 66 años. Lleva ya cinco alejado del trajín de alimentar la estructura de un equipo ciclista, de tragar kilómetros al volante y de atender a los periodistas a todas horas. Asegura que no le ha costado apartarse. Sigue cultivando la amistad de sus amigos de siempre, dedica tiempo a sus nietos y, cuando puede, admira desde el tendido al torero José Tomás. José Miguel Echávarri pronuncia la frase que abre este reportaje después de una larga introducción que, saltando de lo profesional a lo personal, no es sino el ejercicio de pedalear hacia atrás montado sobre los recuerdos. Hasta que llega al viernes 1 de julio de 1983: el día que el Reynolds, su utopía y la de un grupo de personas cercanas (Alzueta, Martínez Jaunsaras, Unzué...) debutó en el Tour de Francia.
Echávarri mira con nostalgia y una sonrisa las fotocopias del desaparecido diario Navarra hoy, al que prestaba su colaboración desinteresada al final de cada etapa comentando las impresiones de la jornada. "La gran aventura del Tour por fin ha llegado para nuestro equipo. Venimos para observar y aprender, lo que no quiere decir que renunciemos a la victoria", afirmaba antes de la etapa prólogo. En esa aventura se embarcó con el equipo más joven de aquella edición, con una media de 24 años; sin ninguna experiencia en la ronda gala, ni por su parte como director ni por la de sus corredores. Pero con la misma determinación con la que tres años antes él y sus más cercanos decidieron dar cuerpo a una escuadra profesional cuya posterior trayectoria cambiaría la historia del ciclismo. Pero para narrar los orígenes hay que ir tres años más atrás. A 1980.
la filosofía
Un equipo serio
"Yo le decía a don Juan (García Barberena, consejero delegado de Inasa, fabricante del papel de aluminio Reynolds) que el ciclismo se podía mejorar, que se podía dignificar. Veía que a los corredores no se les respetaba mucho, que no cobraban... Él, que había sido secretario de Abárzuza, mi pueblo, me escuchó y me dijo: 'adelante, pero pon un poco más de presupuesto...", rememora Echávarri como si asitiera de nuevo a la conversación que cambió su vida.
De esa charla salío el visto bueno a un proyecto que en enero de 1980 se presentó en público con once ciclistas: dos veteranos y nueve neoprofesionales. De todos ellos, Anastasio Greciano y José Luis Laguía estarían tres años después en la salida del Tour'83 en Fontenay-Sous-Bois.
"Mire don Juan, el ciclismo está así y hay que hacer algo para mejorar. Pero esto en un año no se va a hacer, no nos conoce nadie, vamos a ir llamando a las puertas. Si nosotros vamos a ser serios, que es nuestra filosofía, yo le digo que en dos o tres años podemos tener un equipo, no digo que el mejor, sino el equipo que queramos. Porque en cuanto la gente vea que somos un grupo serio, que responde, no importan las cantidades sino la seguridad", abunda hurgando en la memoria.
Así fue; y en dos años, Reynolds ganó la Vuelta a España con Ángel Arroyo, pero la perdió en los despachos a cuenta de un positivo que acabó en los tribunales y que nunca quedó del todo esclarecido.
los prolegómenos
Vídeos del pavés
Fue aquella Vuelta a España de 1982 la que lanzó a la fama a Reynolds, que en sus filas ya contaba, además de con Ángel Arroyo (26 años) y Laguía (23), con los jovencísimos Pedro Delgado (23) y Julián Gorospe (23). Era el momento de dar el salto.
"Yo entendía que para ir al Tour lo teníamos que tener interiorizado. Durante la concentración en Panticosa (invierno de 1982-83) les puse a los corredores vídeos del pavés, porque en aquella edición se pasaba por allí y nosotros no conocíamos ese infierno. El objetivo era que todos supiéramos que íbamos a ir al Tour a pasarlo muy mal, a sufrir, a aprender...", enfatiza un Echávarri que ya entonces trazaba planes a más largo plazo: "El ciclismo español no estaba entonces bien y yo creía que nosotros podíamos intentar buscar una vía diferente, pero que eso lo debían decidir ellos (los ciclistas), que no lo decidía yo. 'Yo me involucro con vosotros, pero nos involucramos todos', les dije. Y claro, como tenía tíos como Arroyo y Tasio (Graciano)...".
Al interés del Tour por incorporar novedades en cada edición se sumaron tanto los buenos resultados de Reynolds como la necesidad de la Grande Boucle de contar con un equipo español, ya que en los últimos años la participación y el rendimiento habían decaído notablemente. "Ahora nuestra responsabilidad es no decepcionar a los franceses", asumía Echávarri después de la etapa prólogo.
la carrera
Arroyo, segundo en París
El Tour de 1983 arrancó sin Bernard Hinault (vencedor en 1978, 79, 81 y 82), con una rodilla resentida por el esfuerzo realizado unos meses antes para ganar la Vuelta a España a un respondón Julián Gorospe. Y el bautizo de Reynolds fue duro, tan duro como daban a entender los vídeos proyectados por Echávarri durante la concentración en Panticosa.
En la tercera etapa, Valennciennes-Roubaix, de 150 kilómetros, salpicada por el temido pavés, Gorospe fue víctima de una pájara y perdió 25 minutos. Laguía explicaba aquella primera experiencia así: "El pavés se hace durísimo y lo peor es que no se puede ni comer, con lo que los desfallecimientos pueden ser muy fáciles. Se requiere un esfuerzo tremendo". Su director relataba en Navarra hoy que "hasta cerca de las diez de la noche hemos tenido a los mecánicos reparando horquillas y cuadros. Hemos traído tanto polvo que en Roubaix parecía que entraba una legión de carboneros".
Y ese era el aperitivo, porque al día siguiente esperaba al pelotón un trayecto de 300 kilómetros hasta El Havre. Los chicos de Echávarri salvaron el escollo sin incidencias y aprendiendo a marchas forzadas.
Gorospe se recuperó e hizo tercero en la contrarreloj de 72 kilómetros de la sexta etapa. Era el 7 de julio. Cumplida la primera semana, Echávarri aventuraba en el periódico que Gorospe "es un corredor que dentro de un par de años será un ganador en potencia del Tour"; que Arroyo "al final estará entre los primeros"; y que Delgado "es un corredor en el que siempre confío que haga algo sonado". Y lo hizo cinco años después ganando el Tour, del que también ahora se conmemora el 25 aniversario.
El lunes 11 de julio, décima etapa, asomaban los Pirineos. Y apareció Perico Delgado para hacer segundo detrás de Millar en Bagneres de Luchon. Arroyo perdió casi ocho minutos y abandonaron Laguía, Gorospe y Vilamajó.
Al día siguiente, Delgado vuelve a hacer segundo y se coloca quinto en la general a 6:42 de Simon. Arroyo es undécimo a 9:34.
En la edición de Navarra hoy del viernes 15 de julio, Echávarri avisaba: "Arroyo puede dar la sorpresa", y anunciaba que la etapa del sábado, la cronoescalada al Puy de Dôme, "puede marcar de una manera importante el desenlace de este Tour".
Del Tour y del ciclismo. Lo ocurrido el sábado 16 de julio en las rampas del Puy de Dôme dio un giro a la historia. Eran ya cinco los años de sequía desde el último triunfo de Miguel Mari Lasa en Biarritz, un lustro de decadencia, ayuno de figuras y sin ídolos a los que admirar, seguir y por los que memorizar la geografía francesa. Aquel día en el que todavía perduraba la resaca sanferminera, la gente comenzó a retener un nombre y un apellido, Ángel Arroyo (primero), o mejor dos, Pedro Delgado (segundo). Los dos ciclistas de Reynolds arrasaron en la cronoescalada, allí donde antes habían triunfado también Bahamontes y Ocaña. "Toda una premonición", comentaba Echávarri a los lectores de Navarra hoy.
Con los Alpes a la vista, Pascal Simon muy tocado y Fignon segundo en la general a 52 segundos; con el cuarto puesto de Delgado (a 53 segundos de Fignon) y el quinto de Arroyo (a 3:32), Echávarri hablaba tirando de las metáforas que tanto le gustan. "Hemos hecho una gran faena pero ahora nos falta la estocada".
La de aquel 18 de julio, lunes, prometía ser una gran batalla: ocho puertos a lo largo de 223 kilómetros de recorrido con final en Alpe D'Huez. En la meta, Fignon atrapó el maillot amarillo, Delgado se puso segundo en la general y Arroyo volvió a deshincharse, aunque fue un milagro que continuara en carrera después de estar a punto de bajarse de la bicicleta. "Meter un hombre entre los tres primeros ya sería un éxito", decía el director del equipo.
Si Echávarri pensaba en Perico, se equivocaba. El miércoles 20, camino de Morzine, el segoviano sufrió una pájara de las que hacen época y perdió 25 minutos en la línea de meta. Arroyo, sin embargo, terminó segundo la etapa, metió más de dos minutos a Fignon y al final del día solo 53 segundos le separaban en la general del segundo puesto de Bernaudeau. Era la víspera de la cronoescalda de 15 kilómetros de Morzine a Avoriaz.
Arroyo no pudo repetir el éxito del Puy de Dôme. Hizo cuarto y ganó Van Impe. Pero ya estaba a solo medio minuto del segundo puesto. Delgado, recuperado, ocupó el séptimo lugar en la etapa. Con el pelotón derrengado, con los huesos molidos, Echávarri se atrevía a afirmar que "el Tour se me está haciendo corto. Han sido tantas ilusiones, tantas esperanzas, tantos sueños e inquietudes, que los días han pasado volando".
En ese cambio hacia un nuevo ciclismo faltaba la guinda. Luis Ocaña, que subía y rodaba con igual agilidad, ya había mostrado el camino. Pero habían pasado muchos años. Sin embargo, en la contrarreloj de 50 kilómetros en Dijon, penúltima etapa en la víspera de arrivar a París, Arroyo rompió los estereotipos y rodó por encima de los 41 kilómetros por hora, perdiendo por solo 35 segundos ante un especialista como Fignon, ganador a la postre del Tour.
El ciclista de Reynolds alcanzó la segunda plaza por escasos cinco segundos, margen corto pero suficiente para subir al podio en París. La utopía comenzaba a ser realidad.